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El padre

pasó que en Gurauna, ciudad de las Tierras Blandas, era rico un tal Huru, y famoso por un vasto poder mágico: la habilidad de invocar a los espíritus de los muertos y obligarlos a hablar por su boca. Tan celebrado era que la clientela se le amontonaba afuera de su casa, y pagaban lo que él les exigiera, y nadie hablaba de otra cosa que de él en las calles y las plazas, y pronto se vio que los muertos empezaban a tener un poder muy vivo en la ciudad, porque la gente, desde la mendiga más humilde hasta el propio rey, seguía sus consejos y acataba sus órdenes. A esto se debió el enojo de Arud, un sabio local que descreía de todo salvo los sentidos del cuerpo y la razón de la cabeza; a esto se debió que él mismo fuera un día a la casa de Huru, e hiciera fila como todos los demás durante varias horas, y al fin entrara a su estancia, de paredes moradas e iluminadas (mal) por velas negras.

Huru lo recibió con sorpresa, porque le habían hablado de él y de su descreimiento. Arud, para calmarlo, le dijo que como todos en la ciudad creían, él deseaba creer también y pagaría por una prueba de su magia. Mientras el mago se preparaba Arud notó las bolsas en que su ayudante guardaba cocuyos y luciérnagas, para soltarlos y fingir luces milagrosas; notó que Huru se metía en la boca un silbato de metal como el de los titiriteros, para cambiar su voz; notó que la mesa ante la que hacía las convocaciones era ligera y de patas delgadas, fácil de mover y agitar sin que se viera cómo lo hacía…, notó sus trucos, pues, y todos, y se preparó también.

Cuando Huru, sentado ante la mesa, le preguntó con quién deseaba hablar, Arud dijo:

–Con mi padre, que fue como yo hombre de ciencia, y jamás pensó que hubiese vida tras la muerte, y se dedicaba a enseñar la verdad y denunciar la mentira y el engaño, pero a quien igual extraño mucho; que él también sea tu creyente y me quite un peso del corazón —y entonces Huru puso cara de inquietud, pero solo por unos instantes: luego un espasmo le sacudió el cuerpo entero, desde la punta de la nariz hasta los dedos gordos de los pies, y los ojos se le pusieron blancos, y croó como una rana y rebuznó como un burro, y cayó de la silla pero cayó hacia arriba, al techo de su sala, donde dio un fuerte golpe y se quedó tumbado y con la lengua de fuera.

—Nunca había hecho nada así —se quejó el ayudante, y salió corriendo, y nunca se le volvió a ver en la ciudad de Gurauna. En cambio Huru, sin bajar del techo, puso cara de enojo, y habló con alta voz, y la voz no era la suya sino otra, que Arud conocía bien, y reclamó:

—¿Cómo te atreves a venir a dar tu dinero a este hombre, que es un charlatán?

El autor

Alberto Chimal (Toluca, México, 1970). Ha obtenido los premios Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí, Bellas Artes de Narrativa Colima y Premio Internacional de la Fundación Cuatrogatos y en 2013 fue finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Autor de varias novelas como Los esclavos (2009), Cartas para Lluvia (2017) y La noche en la zona M (2019) libros de cuento, antologías y ensayo. Es columnista y profesor de literatura y escritura creativa. Textos suyos se han traducido al italiano, inglés, francés, húngaro, farsi y esperanto, así como a varias lenguas originarias de México. www.albertochimal.com

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