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ReportajeEl otro asalto de Al Brown

El otro asalto de Al Brown

Por: Álvaro Sarmiento Meneses
Fotos: Cortesía Sinapsis

En un país que hizo del boxeo su gran deporte y pasión, Teófilo “Panamá” Al Brown vuelve al cuadrilátero de la mano del cineasta Carlos Aguilar para reclamar en un documental, sobre todo entre los jóvenes, un espacio nacional no reconocido.

En efecto, el boxeador se convirtió en la gran aspiración cinematográfica de Aguilar cuando leyó una serie de artículos sobre la “otra vida” de Brown. Eso fue a principios de la década de los 90, cuando estudiaba en la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de los Baños (Cuba). Y no es para menos, pues aquel deportista colonense realizó la hazaña de convertirse en el primer iberoamericano que fue coronado campeón mundial de boxeo, el 18 de junio de 1929, en Nueva York, al término de un recio combate a quince asaltos ante Gregorio Vidal; alcanzó la extraordinaria cifra de 165 peleas profesionales y mandó a dormir por la vía del nocaut a 63 pugilistas.

“No soy un seguidor del boxeo, pero sí he sido un seguidor de los boxeadores panameños desde niño. Durante los años 70 yo estaba frente al televisor desde temprano esperando las peleas de Roberto Durán, Eusebio Pedroza, ‘Maravilla’ Pinder, ‘Peppermint’ Frazer… Todos esos boxeadores de la época que paralizaban el país. Mi mamá me enviaba cartas y me adjuntaba los suplementos culturales, y así leí algo sobre el personaje. Comencé a preguntarme si habría algo más interesante en toda su experiencia vivida. Y cuando regresé a Panamá realicé esta investigación, hace veinte años”, cuenta Aguilar emocionado.

París era la fiesta

Cabalgando sobre el efímero caballo de la fama, “Panamá” Al Brown viajó a París y quedó encandilado. Encajó en la vida bohemia: bailaba, cantaba, tocaba, dirigía la orquesta del cabaret… Además se desenvolvía a placer, pues era poliglota: había aprendido el inglés de su padre, Horacio Brown, un esclavo liberado nacido en Nashville (Estados Unidos); de su madre, Esther Lashley, el francés, por sus raíces de Martinica; y el español, en su natal Colón. Ganó dinero pero también mostró su espíritu altruista, al pelear sin cobrar, en 1930, a beneficio del Museo Etnográfico del Trocadero, en el Cirque d’Hiver de París, ante más de 12.000 personas, frente al campeón francés Roger Simendé, cuya bolsa fue destinada a una expedición organizada por el Museo en el norte de áfrica.

Por aquellos años, se vivían momentos de turbulencia por la segregación racial en Estados Unidos, mientras en Francia la intelectualidad planteaba que la cultura de Occidente se había estancado y debía mirar hacia áfrica como fuente de inspiración. Al Brown se sintió en territorio amigo y se quedó a vivir allí. “A pesar de que sus apoderados lo explotaron ‚Äïsolo recibía el 25% de la bolsa‚Äï, llegó a tener cuadras de caballos de carreras y una mansión en Maisons-Laffitte. Usaba varias mudas de ropa que enviaba cada semana a Londres a planchar porque, según decía, ‘en París no sabían planchar’. Y uno de sus rasgos más atractivos era su elegante e impecable manera de vestir, que rompía los estereotipos. De hecho, una de las personas con quienes tuvo amistad fue la diseñadora Coco Chanel”, evoca Aguilar en el estudio de su productora Sinapsis.

Al ‚Äïdiminutivo de su segundo nombre: Alfonso‚Äï reinó en la categoría gallo durante seis años, en los que realizó diez defensas exitosas del título. En el entorno parisino fue acogido, posó como modelo para los practicantes de pintura y dio la largada en una etapa del prestigioso Tour de France. París bullía en expresiones artísticas, literarias, filosóficas y conceptuales, generadas por lo que sería llamado el “vanguardismo del siglo XX”. Allí vivían varios de los grandes escritores estadounidenses de la generación perdida: Dos Passos, Pound, Faulkner, Hemingway, Steinbeck y Fitzgerald.

Todo lo que sube, baja

El argot panameño suele retratar con una elocuente frase lo que ocurre cuando a alguien reconocido le llegan los años oscuros: “Todo lo que sube, baja”, que encaja a la medida con lo que le ocurrió a Brown el 1 de junio de 1935, en la plaza de toros de Valencia (España), cuando enfrentó al retador español Baltasar “Sangchili” Berenguer, con quien perdió por puntos en un recio combate a quince asaltos. “Sangchili” se convirtió en el primer español que obtuvo un título mundial. Una derrota polémica, pues aún hoy se afirma “que fue un robo” que incluso contó con la complicidad del manager de Brown, quien puso agua adulterada en la botella de su esquina; lo cual mermó sus capacidades.

Llegaron tiempos borrascosos que fueron degenerando en peleas de poco cartel y las deudas comenzaron a rondarlo. Viajó a Dinamarca, pero resolvió regresar a París. “Trabajó en un cabaret llamado Caprice Venua, presentando un show en el cual mezclaba el baile con el salto de la soga. En 1936 Jean Cocteau, escritor y ensayista de la alta sociedad parisina, visitó el bar con un grupo de amigos y lo reconoció, le tendió la mano y lo convenció de que él podía convertirlo de nuevo en campeón mundial. Amigo íntimo de édith Piaf y Pablo Picasso, involucró a la intelectualidad y la aristocracia parisina para pagar el entrenamiento de Brown. Incluso Coco Chanel facilitó una finca a las afueras de Paris para que entrenara aislado de la vida nocturna”, cuenta Aguilar como si estuviera repasando el guión del documental.

España… ¡bendita España!

“Durante todo el 2014 me dediqué a buscar al biógrafo y a principios de este año, al fin lo contacté por teléfono, pero no logré convencerlo. A finales de febrero, sonó el celular y del otro lado lo escuché decir: ‘Soy Eduardo Arroyo, ¿tenéis donde apuntar? Yo vivo en la calle tal entre la ópera de Madrid y pa… pa… pa. Te espero el 12 de marzo’. Me quedé sorprendido pensando ‘¿y ahora qué hago después de tanto perseguirlo?’”, comenta Carlos, quien esperaba que todo fuera más planificado y no había logrado obtener financiación para su proyecto.

Es curioso que España está vinculada a la vida del boxeador: a la gloria, porque obtuvo el título venciendo a un español en Nueva York; a la derrota, porque lo perdió allí ante un español; y a la reivindicación, porque fue un español quien rescató con afecto la gesta y los devenires del pugilista. En efecto, el pintor y escritor Eduardo Arroyo escribió dos libros sobre él: Panamá Al Brown 1902-1951 y Cocteau-Panamá Al Brown, historia de una amistad.

“Decidí echarle mano a unos ahorros que tenía, porque este era mi sueño y entrevistarlo era una de las etapas principales. En Facebook entré a un sitio de ex alumnos de la escuela y allí escribí: ‘Compañeros, estoy trabajando un guión de Al Brown, no tengo dinero, me acompaña un camarógrafo y vamos casi de mochileros’. Los amigos de la escuela comenzaron a ofrecerse… ‘yo te ayudo en Madrid’, ‘yo en París’, hasta gente que yo no conocía”. Aguilar viajó a Europa, donde pudo grabar y entrar a todos los sitios que deseaba.

Todo tiene su final

Baltasar ‘Sangchili’ aceptó el reto y, el 4 de marzo de 1938, subió al ring en el Palais des Sports, de París. Cuando concluyeron, extenuados, el decimoquinto asalto el veredicto por decisión dio como ganador a “Panamá” Al Brown. El título fue reconocido por la Unión Internacional de Boxeo, con sede en Europa, pero ignorado por los organismos norteamericanos. En Europa comenzaron las escaramuzas que conducirían a la Segunda Guerra Mundial, Brown abandonó Francia sin gloria ni fortuna, marcado por su relación homosexual con Cocteau y la adicción al opio. Su destino fue Nueva York, donde siguió peleando. Tiempo después regresó a Colón (Panamá), para participar durante varios años en la actividad boxística nacional, y luego volvió a Nueva York.

La fascinación por esta historia llevó a Carlos Aguilar a concebir, primero, un guión en el 2000 para una película de ficción; sin embargo, cuando calculó bien los costos, giró el timón y se enfocó en un guión para documental. Ahora sabe que el proyecto tendrá un costo final superior a los 120.000 dólares, con una duración aproximada de noventa minutos y se proyectará en los cines a finales del año. El título tentativo es “Panamá” Al Brown, cuando el puño se abre.

Ahora está filmando el tramo de Nueva York, que representa el adiós; un adiós que en el relato de Aguilar es conmovedor: “La policía lo encuentra abandonado en una calle y creen que se ha quedado dormido. Lo trasladan a la estación, pero como no se despierta lo llevan al hospital Sea View, de Staten Island. Allí se dan cuenta de que está en coma. Días después despierta y ve el final: tiene tuberculosis y sífilis. Le pide a una enfermera papel para escribir una carta a la Asociación de Boxeo de Nueva York, solicitando que ‚Äïcomo había donado bolsas de sus peleas para mantener a boxeadores que cayeron en la pobreza‚Äï, por favor le hagan un entierro digno. Envían la carta y al día siguiente muere: el 11 de abril de 1951”.

“Aunque la Asociación estaba en Nueva York, las cartas se demoraban varios días en llegar y, como no aparece nadie a reclamarlo, el hospital decide enterrarlo en una fosa común en una caja de madera de pino. Entonces, unos amigos, con los que compartía vida nocturna, reclaman el cuerpo diciendo que son sus familiares. En lugar de llevárselo para hacerle el sepelio, se van con el ataúd por los bares que frecuentaban y comienzan a pedir plata con el fin de enterrar al ‘Ex Campeón Mundial’, pero usan lo obtenido para seguir bebiendo. Al amanecer, ya sin dinero, regresan al mismo hospital y dejan la caja en la entrada. Entonces el hospital vuelve a contemplar la idea de la fosa común, pero llegan los dirigentes de la Asociación de Nueva York, se llevan el cuerpo y lo entierran en el cementerio de Long Island. Al año siguiente, el Consejo de Panamá reclama el cuerpo y lo traen al país. Esa escena es súper, híper cinematográfica… Me llamó la atención y me dije: ‘Hasta muerto se aprovecharon del campeón. Al Brown se merece un mejor final: el del reconocimiento a su carrera deportiva’”.

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