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El Jardín Botánico de Rio de Janeiro

Texto y fotos: Carlos Eduardo Gómez

 

Después de recorrer las playas de Copacabana, Ipanema y Leblon, y ascender al Corcovado, me dejé seducir por uno de los pintorescos y tranquilos íconos de la agitada ciudad carioca. A los pies del Parque Nacional de Tijuca, bajo el brazo derecho del Cristo Redentor, en medio de caserones antiguos, talleres de arte, tiendas de diseño, restaurantes y bares, encontré el Jardín Botánico de Rio de Janeiro. Son 84 hectáreas de bosque natural y 54 de zonas cultivadas que albergan más de 40.000 plantas: una de las mayores colecciones de flora del planeta. De hecho el Jardín, reconocido internacionalmente como una galería viva de la botánica, es Patrimonio Histórico y Artístico Nacional e incluso la UNESCO lo declaró Reserva de la Biosfera en 1991.

Ingreso al centro de visitantes por la calle Jardín Botánico n.° 1008, donde hay una muestra de fotografía y pintura. Puedo imaginar por un instante la atmósfera que debió respirar la familia real portuguesa cuando llegó a esta hermosa ciudad costera, acompañada de su corte, con el propósito de fijar aquí la sede del Imperio portugués, pues Napoleón amenazaba con invadir toda Europa. El 13 de junio de 1808, el príncipe regente de Portugal, que luego sería el rey don Juan VI, creó el Jardín de Aclimatación para conservar las valiosas especias ‚Äïcanela, nuez moscada y pimienta‚Äï que traía de las Indias Orientales.

Admirado con la exuberancia de la naturaleza del lugar y encantado con su jardín, don Juan sembró al azar varios árboles y plantas que mandó traer de los más diversos rincones del Brasil. Luego, Luiz de Abreu Vieira e Silva, insigne botánico que escapó de su cautiverio en Isla Mauricio, trajo consigo gran cantidad de semillas procedentes del famoso Jardín Gabrielle, las cuales obsequió al rey don Juan para aumentar su colección. Fue entonces cuando el monarca decidió llamar a este lugar el Real Huerto, y lo puso bajo la dirección del Marqués de Sabará. De aquellos días data la palma imperial, así llamada porque fue plantada por el príncipe regente, la cual murió fulminada por un rayo en 1972, pero dio origen a todas las palmeras imperiales de Brasil. Luego de su coronación como Rey de Portugal y Brasil, don Juan amplió el Real Huerto, creó jardines, canalizó riachuelos y lo rebautizó como Real Jardín Botánico. En 1822, con la declaración de independencia, el Jardín abrió sus puertas al público. Su primer director, el fraile carmelita Leandro de Sacramento, profesor erudito en flora brasileña, organizó y catalogó las plantas, que hoy suman más de 6.700 especies y 40.000 unidades esparcidas en este apacible territorio.

Con el mapa que solicito al comprar la boleta de ingreso, comienzo a conocer de antemano los lugares que visitaré. Así por ejemplo, al internarme en medio de la vegetación por la Alameda Warming me imagino cuán maravillado debió sentirse Albert Einstein al recorrer este pulmón protegido de la ciudad. En el camino hay cascadas y senderos que suben a la zona selvática de la flora tropical atlántica, donde predominan árboles de gran tamaño. El agua fluye a sus anchas aquí, con varios riachuelos y seis lagos que albergan varias especies de lotos, papiros y la singular victoria regia, planta amazónica de grandes hojas flotantes, que alcanzan a medir dos metros de diámetro, con una gran floración que abre al anochecer y se mantiene abierta hasta las nueve de la mañana del día siguiente. La Laguna Fray Leandro ‚ÄïPremio Nacional en Diseño de Paisaje‚Äï se halla rodeada de flores, junto a una colina coronada por un busto de bronce del hermano Leandro. Otro pequeño espejo de agua es el preferido por las garzas, que sigilosamente pescan sardinitas y alevinos. Allí hay sillas para descansar, admirar el hermoso panorama circundante y escuchar el sonido de una cascada.

Siguiendo por la Alameda Alberto Loefgren se llega al Orquidiario, con más de setecientas especies protegidas por una cúpula octogonal vidriada construida en 1890. Se dice que estas plantas monocotiledóneas sorprendieron a la reina Elizabeth II de Inglaterra, por sus variadas formas, tamaños y aromas y por las complicadas relaciones que sostienen con sus polinizadores. Además de orquídeas contemplo una gran cantidad de helechos crespos y lisos, plantas de poco sol utilizadas para decorar terrazas y pasillos. Allá afuera, a través del vidrio, admiro las heliconias, bellas plantas tropicales también llamadas platanillo, debido a sus alargadas hojas verdes; aves del paraíso y muelas de langosta, por lo colorido de sus flores amarillas, naranjas y rojas. Revoletean alrededor de ellas los colibríes, pequeñas aves que brillan con el sol y baten sus alas hasta ochenta veces por segundo, con ligeros arranques y paradas extraordinarias, que con su largo pico se alimentan del néctar de las heliconias. Distingo de igual manera calas y lirios, aromáticas como el jengibre y el cardamomo.

A continuación se encuentra el Botánico, antigua edificación de finales del siglo XIX rodeada por viejas palmeras. Muy cerca hallo el Bromeliario, con plantas nativas de género tropical americano de forma arrosetada, con flores caprichosas de larga duración, entre las que se encuentra la piña. Se dice que cuando Cristóbal Colón le dio a probar la primera piña al rey de España, éste estalló en júbilo y ordenó cultivarla para que todo su pueblo pudiera probarla. En el camino van quedando sorprendentes obras de arte como la escultura de la diosa Tetis, de Savageau, de 1862, así como Ninfa, Eco y Narciso. También destacan especies vegetales de gran interés como el palo de Brasil, el cocobolo y los cedros; todo esto hace que el lugar sea único, donde se mezcla muy bien el buen gusto de un emperador por los jardines con la exuberancia de una lujuriosa selva tropical. Siguiendo por la Alameda Brade se llega al herbario de violetas africanas, siempre florecidas, y luego al Jardín de las Embajadas para desembocar en Campos Porto, alameda adornada con dos largas filas de trombeteiras, árboles color canela de tronco alto que brillan como el oro bajo los rayos del sol.

Hago un segundo descanso en las bancas del Jardín Japonés, donde tomo mi merienda observando algunos bonsáis, la pequeña laguna de lotos, el puente de madera estilo japonés y escuchando el trinar de las 140 especies de aves que viven o visitan el lugar. Y pienso que nosotros no podemos vivir de forma independiente de este ecosistema que habitamos, que todas las formas de vida están entrelazadas y que el destino de nuestro planeta dependerá del trato que les demos a las diferentes especies que comparten la Tierra con nosotros.

Sigo el camino y al llegar a la Alameda de las Palmeras o Avenida Barbosa Rodríguez (en homenaje al especialista en palmeras y orquídeas que creó el herbario, el museo y la biblioteca durante su administración, de 1890 a 1909). Destacan dos hileras de palmeras imperiales con sus rectos troncos, que alcanzan hasta cuarenta metros. Allí está la entrada principal, abierta de ocho de la mañana a cinco de la tarde. Finalizo así mi periplo por este santuario ecológico de Rio de Janeiro. Salgo con una sensación de paz, descanso y tranquilidad para internarme nuevamente en el bullicio carioca de esta ciudad que no duerme.

 


Recuadro

Además de la belleza de las colecciones vivas, el Jardín Botánico de Rio de Janeiro posee la mayor biblioteca especializada en botánica del Brasil, con más de 70.000 volúmenes, algunos considerados obras únicas.

El herbario supera los 330.000 pliegos con plantas deshidratadas y mantiene intercambios de sus colecciones con instituciones similares nacionales e internacionales.

La Carpoteca atesora más de 6.000 muestras de frutos secos.

La Xiloteca tiene 8.200 muestras de cortes de madera de 160 familias, tanto del Brasil como del resto de Hispanoamérica.

La antigua casa de la emperatriz alberga hoy la Escuela Nacional de Botánica.

Se ofrecen visitas guiadas en coches eléctricos sin costo adicional para personas discapacitadas, embarazadas o mayores de sesenta años.

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