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ReportajeDiálogo de saberes

Diálogo de saberes

Por: Marcela Gómez
Fotos:  Javier Pinzón

La provincia de Chiriquí es la despensa de un país que deriva gran parte de sus ingresos del comercio y los servicios. Así, mientras la zona transístmica genera gran parte de los ingresos nacionales, en las montañas occidentales se cultiva el alimento que consumen los panameños. Pero esas montañas también albergan un porcentaje importante de la población panameña en extrema pobreza y gran parte de ella pertenece al pueblo ngäbe buglé: 154.355 seres dispersos en 6.968 kilómetros de abruptas montañas y profundos cañones sin carreteras ni puentes, y mucho menos servicios básicos de luz, agua potable o alcantarillado. Por ello, no es raro que las mujeres de esta etnia tengan cuatro veces más probabilidades de morir a causa de un embarazo que cualquier otra panameña.

Sin embargo, allí se está generando una cadena solidaria en la cual varios agentes de la comunidad contribuyen a salvar la vida de madre e hijo, que podría llegar a ser un modelo para otras zonas deprimidas y aisladas del continente. Al respecto Ana de Obaldía, coordinadora de proyecto del Fondo de Población de Naciones Unidas dice: “Cuando llegamos a la región para cumplir el mandato de disminuir las muertes maternas, encontramos el terreno abonado. Pretendíamos articular instituciones del Estado y líderes comunitarias, y fueron ellas quienes nos buscaron”.

La historia la confirman cuatro líderes de la Asociación de Mujeres Ngäbe, a quienes encontramos en San Félix. Ellas cuentan cómo surgió su asociación, hace quince años, para comercializar sus artesanías y así enfrentar la pobreza. Pronto notaron que muchas socias no volvían a las reuniones, pues morían de embarazo; decidieron actuar, no podían seguir muriendo en el ejercicio de dar vida y dejando numerosas proles en estado de orfandad.

Círculo virtuoso

Esta cadena solidaria, que está salvando vidas, comienza con estas madres de familia, que se han convertido en multiplicadoras comunitarias y donan su tiempo para detectar, puerta a puerta a las embarazadas y convencerlas de que vayan a los centros de salud y se sometan al menos a cuatro controles durante su gestación.

El asunto no es fácil si se considera la geografía del lugar y la distancia que separa los distritos y corregimientos, la necesidad de cuidar los niños, los caminos empinados y enlodados, el cruce de ríos que pueden crecer, etc.

En el centro de salud de Hato Chamí, distrito de Nole Duima, a unas dos horas de camino de David, cabecera de Chiriquí, encontramos a dos de estas promotoras de salud. Una es Chella Montezuma, cuarenta años. Siempre tuvo alma de líder y cuando sus hijos crecieron, se inscribió en seminarios de violencia doméstica, planificación familiar, derechos de la mujer. Y echó a andar por estos caminos en busca de mujeres que requirieran su ayuda.

“Yo soy padre y madre de mis hijos”, añade otra mujer. “Y mi madre tiene 89 años, así que debo atender mi hogar, pero me gusta mucho este trabajo. Una vez al mes salgo a las seis de la mañana y estoy llegando como a las seis de la tarde. Yo compré un caballo, y busco ayuda de vecinos para bajar al personal cuando se requiere”.

Los albergues

El siguiente eslabón de esta cadena de favores son los albergues ubicados en torno a los centros de salud, adonde las mujeres que vienen de muy lejos pueden llegar con anticipación a esperar el parto.

“Para entender las causas de muerte de las maternas hay que seguir la hoja de ruta de un parto”, explica Ana. “Hay complicaciones como la lejanía, la dificultad de los caminos, la falta de información. Es diferente cuando hay una infraestructura con todas las facilidades y el personal que vigile el parto. Por eso es tan importante el albergue, para que ellas salgan con tiempo de su casa, sepan que tienen adonde llegar y que se les va a dar de comer a ella y a su acompañante”.

Visitamos el albergue junto al puesto de salud de Hato Chamí. Allí ofrecen cama para la paciente y su acompañante, servicios sanitarios y una cocina. Hay otro anexo al Hospital José Domingo de Obaldía, dos más en extremos opuestos de la comarca y el albergue estrella: el de la Virgen del Camino, en San Félix.

Los profesionales

El círculo virtuoso continúa con la capacitación y sensibilización del personal médico de la región en temas interculturales, en lo cual la Universidad Autónoma de Chiriquí desempeña un rol destacado con su Maestría en Salud Pública Intercultural con énfasis en atención a la mujer y el niño. Pero también con la actitud intercultural que cada profesional de la salud puede dar. El joven médico Erik Reyes, a cargo del centro de salud del distrito Ngäbe Duima, estudió en universidad privada y pudo poner su consulta en la capital, pero eligió trabajar en la comarca: “Se trabaja con muchas dificultades, pero poco a poco empiezas a valorar y sabes que en unos años te va enorgullecer haber hecho parte de un proceso que impulsó el desarrollo”.

En su opinión, “uno de los factores más importantes que podemos lograr con respecto a las muertes maternas es capacitar a las parteras tradicionales. Al tener personas de la comunidad, ellas pueden reconocer los signos de alarma y así salvar a una mujer de una muerte segura”. Aunque en sus instalaciones no hay servicio de luz ni infraestructura para una cirugía de urgencia, “aquí estamos reinventado la República de Panamá desde los cimientos, tratando de hacer las cosas de la forma correcta, con la inclusión de todos las grupos poblacionales e instituciones”.

Lo asiste Yenitza Barrios, enfermera especializada en intensivismo, quien trabajó en Estados Unidos en hospitales privados, pero optó por la comarca. “Llevo aquí once años y doy fe de los cambios que he visto. La gente no venía a los controles ni bajaba por las vacunas. Hoy la comunidad es más consciente. Se espera que en once años haya más cambios, gracias a quienes decidimos quedarnos”.

Hospital José Domingo de Obaldía

Quizás uno de los aportes más importantes del proceso esté en el hospital de tercer nivel José Domingo de Obaldía, la maternidad más grande del occidente panameño. La institución ha jugado un rol protagónico, debido a su administración y a la actitud intercultural de los profesionales que la dirigen.

Edgardo de La Sera, director del hospital, comenta que la entidad “ha intentado adaptarse a la realidad de su público objetivo: una comunidad en extrema pobreza y esparcida en un área geográfica muy grande, con muy pocos caminos transitables. Y resume así los problemas: La pobreza se traduce en desnutrición, y ésta facilita el avance de las enfermedades y ahonda las complicaciones. La lejanía y la dificultad para llegar al hospital hacen más graves las urgencias, y la diferencia de idiomas obstaculiza la construcción de la historia clínica, fundamental para el manejo de la enfermedad”.

De la Sera explica las soluciones creativas que ha planteado el hospital para atender a su comunidad: diseñó y puso en marcha un albergue adonde las mujeres pueden llegar con anticipación al parto, creó la Sala Intercultural, en donde las indígenas son atendidas en su idioma y reciben capacitación sobre salud materna y neonatal y contrató a dos mujeres ngäbes como intérpretes, no solo para traducir lo que el médico desea saber, sino para facilitar el entendimiento de las costumbres, tradiciones y necesidades”.

 

Por su parte, Alcibiades Batista González, jefe de la división de docencia e investigación de la entidad, explica que ese es un hospital escuela que debe impartir formación integral. “No se trata solo de la adquisición de conocimientos, habilidades y destrezas, sino también de que nuestros alumnos adquieran competencias culturales”. Explica que en la comprensión de los determinantes de la salud o la enfermedad, lo que crea verdaderas barreras es la cultura, el no entender al otro desde esa perspectiva, saber que tiene otra cosmovisión y otra manera de ver su salud y su enfermedad. “Estas competencias culturales no se aprenden en un libro; se pueden incorporar aprendizajes, pero se adquieren trabajando y desarrollando una actitud que permita comprender a los demás”.

En este engranaje, es fundamental también la disposición de la doctora Mariela de González, directora de la sala de gineco-obstetricia del hospital. Esta joven profesional ve la necesidad de incorporar modificaciones en los procesos del hospital. Está a favor de introducir la posibilidad del parto vertical y enviar a sus médicos a capacitarse a lugares como Otavalo o Cusco, donde han avanzado más en esta temática. Ella piensa que las tradiciones indígenas pueden incorporarse al hospital e incluso favorecer también a las mujeres latinas.

En la Sala Intercultural finalmente encontramos a Eira Carrera, cuyo gafete ‚Äïque luce sobre su nagua típica‚Äï la identifica como funcionaria del hospital. Ella tiene una sonrisa amplia y una voz tan melódica, que la convencieron para obtener su licencia de locución. Eira inició su labor en 2011, pero desde que tenía quince años había hecho parte de una organización de mujeres ngäbes donde ocupó roles en la junta directiva hasta que, cuando tenía 27 años, llegó a la administración.

En el salón hay cerca de un docena de mamás con sus recién nacidos que hoy partirán montaña arriba, por sus caminos de piedra y barro, con su bebé en brazos. Aquí les imparte algunas instrucciones finales antes de abandonar el hospital. Primero habla la enfermera en español, para las latinas, y luego Eira toma la palabra. Es fácil detectar la sintonía que logra con esas madres. Les habla de la importancia de la leche materna, las vacunas, los controles al bebé y la madre, y sobre la posibilidad de planificar su próximo embarazo para que alcancen a recuperarse y alimentar bien a su bebé antes de comenzar de nuevo.

Durante un año, el Fondo de Población de las Naciones Unidas pagó a Eira sus honorarios. Al final, luego de medir los favorables resultados de su presencia, el hospital la integró a su nómina. Ahora se sumó al plan Helena Pinto y se le asignó un horario en sala de neonatología, donde hay niños ngäbes prematuros o muy pequeños que requieren cuidados especiales.

 

Eira Carrera: La intérprete intercultural 

En el desarrollo de su trabajo, honestamente, ¿quién requiere mayor explicación: el médico o su gente?

Es el médico quien requiere más asesoría. En nuestra cultura hay una forma de entender la enfermedad y esto es muy complejo para el personal de salud. Mi tarea es encontrar la forma de vincular ambas prácticas.

¿Cuáles son los aspectos más difíciles de conciliar?

La distancia que los profesionales ponen entre la medicina occidental y la tradicional. La nuestra se niega rotundamente y es difícil cerrar la brecha. Yo sé la importancia de transmitirles a mis compañeras los cuidados de la medicina occidental, pero veo que también en nuestra cultura hay cosas que funcionan, que son buena práctica.

¿Si usted pudiera cambiar algo en el hospital para hacer la tarea más fácil, qué cambiaría?

Hay varios aspectos que el hospital ha ido variando. El color blanco de las paredes y las batas del personal se han ido modificando ya que los ngäbes usamos el blanco solo para los entierros. Para nosotros el blanco es sinónimo de muerte.

Pero también está la vestimenta de las pacientes. Nuestra cultura tiene mucho pudor y las batas quirúrgicas no cubren y eso afecta a nuestras mujeres. El diseño ngäbe es significativo, es ancestral. Pero más importante aún es la libre posición a la hora de la expulsión. Ellas llegan al hospital convencidas de qué es lo mejor para su salud y la de sus hijos, pero muchas ya han tenido varios partos en casa, y saben que la posición horizontal en una cama de parto definitivamente es mucho más dolorosa que la que ellas acostumbran en casa.

En su opinión, ¿qué es lo más importante que los médicos deben comprender para llevar una buena relación con su pueblo?

Que se necesita mucho más que un título universitario para desarrollar su trabajo; se necesita ante todo, sensibilidad humana, y eso es lo que lo hace un verdadero profesional. Cuando yo veo que no tienen actitud, me compadezco de ellos; aún les falta pasar por un filtro, iniciar un proceso de comprensión intercultural. Lo importante es que cada día hay más médicos, enfermeros y profesionales de la salud preocupados por esta sensibilidad humana. Cada día se está sumando más gente y finalmente van a llegar a las comunidades que requieren este proceso.

¿Un momento difícil?

Cuando los padres acceden a meter a un hijo a la sala de cirugía y sabes que tomaron la decisión confiando en ti. Cada caso que ha sido de éxito yo solo puedo decir: “Gracias Dios”. Lo mismo sucede con las mamás, a veces hay que tomar decisiones urgentes, y los médicos acuden a mí, pues dicen que tengo el don de convencimiento. Hay que ponerse en su lugar y entenderlas. Eso salva vidas.

Coordinación institucional

Este bebé es resultado de un milagro. Su madre, Petita Abrego (cuarenta años y once hijos vivos) fue detectada en el distrito de Kankintú, a cuatro horas a paso sostenido de la zona carreteable más cercana por un camino que cruza más de treinta veces el cauce de ríos pedregosos. Chella Montezuma y Bernardino Rodríguez lograron convencerla de salir antes de dar a luz. Coordinaron el cuidado de los otros niños y se organizaron tres cuadrillas de hombres para llevarla en hamaca hasta el punto donde una ambulancia del Ministerio de Salud podía esperarla. Pero cuando la comitiva llegó al río se encontraron las aguas crecidas y torrentosas, y tuvieron que devolverse.

Cuando inició labores de parto, la comunidad buscó la señal telefónica más cercana (a dos horas) y el MINSA envío un helicóptero pero las condiciones climáticas le impidieron aterrizar en tres ocasiones. Finalmente la comitiva logró llegar a la carretera y una ambulancia la trasladó hasta Hato Chamí donde nació el bebé por parto normal y en posición vertical. Sin duda, un éxito de este círculo virtuoso.

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