De San Francisco a Monterrey por la Pacific Coast Highway
Texto y fotos: Javier A. Pinzón
El sol apenas se asoma en el horizonte y ya estamos listos para salir de nuestro hotel en San Francisco rumbo a la mítica Pacific Coast Highway o California 1. Un sinfín de casas y avenidas nos separan de nuestro destino y, sin embargo, la John F. Foran Freeway nos pone en tan solo 23 minutos en medio del escenario. No es gratuita su fama, pues desde el comienzo del viaje surgen a granel las escenas fotográficas que tanto caracterizan esta vía.
Nuestra primera parada es en playa Sharp Park. Caminamos sobre su arena color marrón, y nos enteramos muy pronto de su alto contenido de hierro. Lugar añorado por surfistas de todo el mundo, nos cuentan que en verano los deportistas deben compartir las olas con grandes cardúmenes de anchovetas, que a su vez son seguidas por gaviotas y golondrinas de mar, desesperadas por recoger algún bocado.
Tras cinco kilómetros llegamos a la playa Linda Mar, uno de los más populares sitios de surf de la región. Tiene 1,2 kilómetros de largo extendidos en forma de media luna perfecta. Gracias a un proyecto de restauración de hábitat de playa, realizado de 1989 a 2005, desde agosto hasta abril se instala una cerca que protege la anidación de los chorlitos nevados occidentales, ave en vías de extinción.
Justo después de pasar el túnel que va de Linda Mar a la playa Gray Whale Cove, nos detenemos frente a un promontorio costero, donde se haya una estructura de cemento conocida como Diapositiva del Diablo: un búnker de la Segunda Guerra Mundial construido como parte de la defensa del puerto de San Francisco. Lo espectacular no es el búnker, sino la maravillosa vista de los acantilados con el mar azul de fondo que se aprecia desde allí. No sé qué pensarían los soldados mientras permanecían de vigilancia; yo solo miro al horizonte, respiro y me relajo al compás de las olas y el viento en mi rostro.
Rumbo a Monterrey, veo a los primeros surfistas intrépidos en la playa de Princeton Breakwater, y digo “intrépidos” puesto que en estos meses el agua es muy fría. La carretera nos mece entre curva y curva, mientras pasamos un sinnúmero de paisajes de horizontes infinitos con pequeñas playas, rodeadas de acantilados y dunas cubiertas por la vegetación nativa de este lugar. Tras unos ochenta kilómetros llegamos al faro Pigeon Point, que se levanta sobre una roca, cuyo nombre deriva de la nave Carrier Pigeon, la cual naufragó aquí en 1853. El faro, construido en 1871, sigue siendo un activo ayudante de la Guardia Costera.
La carretera sigue sinuosa, contorneando playas y acantilados. Hay olor a mar, se siente la brisa marina y se escuchan las olas en su encuentro con la tierra firme. Es alimento para los sentidos. Tras 184 kilómetros, llegamos a nuestro destino: Monterrey.
Fundada en 1770 con el nombre de El Presidio Real de San Carlos de Monterrey, en esta ciudad la historia palpita. Mucho antes de la llegada de los españoles, aquí habitaba la tribu rumsen ohlone, uno de los siete grupos lingüísticos de Ohlone, en California, además de ser la primera capital del estado de California, desde 1777 hasta 1849.
Frente a la bahía, mientras observo su contorno, intento imaginar por qué el explorador español Sebastián Vizcaíno la bautizó en 1602 como “Bahía de Monterrey”. Sus registros sirvieron para que se convirtiera en un puerto de anclaje, usado aún por botes de pesca y recreación. Han ondeado aquí muchas banderas a lo largo de la historia: son conocidas la de la tribu rumsen, la española, la mexicana y la estadounidense. Menos sabido es que por seis días, del 24 al 29 de noviembre de 1818, se enarboló también la bandera argentina, cuando el corsario Hipólito Bouchard, al servicio de las Provincias Unidas del Sur, se tomó la Bahía de Monterrey.
Mi abstracción se desvanece cuando mis sobrinos nos apuran para llegar al acuario. A lo lejos puedo ver The Old Fisherman’s Wharf, antiguo muelle para la venta de pescado al por mayor, hoy atracción turística llena de restaurantes de mariscos, bares casuales al aire libre, restaurantes formales con vista a la bahía… Luego llegamos al Monterey Bay Aquarium, frente a la célebre Cannery Row, vía que hiciera famosa el escritor John Steinbeck en sus historias coloridas, que hoy luce llena de restaurantes, hoteles, atracciones y actividades recreativas.
En el acuario hay once exhibiciones. Mis sobrinos corren emocionados hasta encontrarse de frente con el pulpo gigante del Pacífico, las nutrias marinas y los bosques de kelp (especie de alga gigante). Al visitar el acuario, niños y adultos aprenden cómo es la vida marina y cuáles son los hábitats de la Bahía de Monterrey, las profundidades del océano y el mar abierto, y conocer a sus criaturas más raras, espectaculares y curiosas: las medusas. Desde 1984, este acuario ha educado a dos millones de escolares y profesores con su programa de puertas abiertas gratuito. Todo esto unido a sus programas de investigación y concientización ambiental. Por ejemplo, el Seafood Watch, guía electrónica y aplicación que indica la opción más responsable al consumir alimentos marinos.
Así pasamos el resto de la tarde explorando cada centímetro del acuario. Al pasar por el pabellón de arrecifes, mi imaginación hace una vez más de las suyas cuando evoco las placenteras buceadas en el mar Caribe junto a estos peces, corales y esponjas multicolores. Hay un pabellón que me llama mucho la atención y es el de las medusas. Nunca había visto tal variedad de especies; es fascinante la diversidad de tamaños y colores. Aquí puedo observarlas sin temor alguno, y lo digo porque poseen tentáculos formados por células urticantes que inyectan veneno, las cuales usa para capturar a su presa o defenderse.
Ya estamos al final de un sorprendente día. La Pacific Coast Highway nos ha llevado entre curvas bordeadas de paisajes infinitos y playas de arenas diversas cuyas olas tropiezan con fuerza en acantilados rocosos. Mi visita al acuario de Monterrey me sirvió para conocer este paisaje por debajo de la superficie y comprobar que hay mucho más de lo que se ve a simple vista. Fueron unos doscientos kilómetros de camino y mil sensaciones, cada momento quedará grabado en mi memoria. Me propongo ir completando cada uno de los mil kilómetros de recorrido de esta escénica vía.
Datos útiles
La Pacific Coast Highway tiene 1.055 kilómetros de longitud y su construcción comenzó en 1934.
Fue designada como Lugar Escénico Nacional, lo cual limita el desarrollo en las inmediaciones de la autopista.
La carretera fue construida sobre el denominado “Camino Real”, vía de comunicación terrestre que unía las misiones religiosas españolas de la Baja California y la Alta California.
La Ruta Estatal 1, o Carretera 1, es la parte de la Pacific Coast Highway, que recorre la costa del Pacífico del estado de California.
Cómo llegar
Desde Norte, Centro, Suramérica y el Caribe, Copa Airlines ofrece un vuelo diario a San Francisco a través de su Hub de la Américas, en Ciudad de Panamá.