Ciudad de Panamá: 500 años de aventura
Por: Valeria Arias
Fotos: Carlos Gómez
Zumbidos y ruidos de maquinarias invaden las ocupadas calles de Ciudad de Panamá: escucho la sinfonía de sonidos urbanos a toda hora sin descanso. A lo largo del día, diferentes vistas de la ciudad se pintan ante mis ojos: la serpiente de concreto que forma la Cinta Costera a la hora del tráfico en las mañanas, los altos edificios de Paitilla cuando el sol está por bajar, las luces de la entretenida Calle Uruguay apenas anochece. El futuro de la urbe parece no tener límites: con la construcción del primer tren urbano (metro) en Centroamérica y los rascacielos que se alzan sin cesar, Panamá parece inalcanzable. Recientemente nombrado como destino turístico número uno del mundo por el New York Times, la capital y el país que administra atraen cada vez más personas al año.
Pero no siempre fue así: antes de 1513, las potencias europeas no sabían que América era un continente distinto al Lejano Oriente al que anhelaban llegar. Cuando Vasco Núñez de Balboa avistó el Mar del Sur, hace exactamente medio milenio, enfrentó a Europa a la sobrecogedora, y prometedora, realidad de un mundo nuevo, iniciando la cuenta regresiva para la fundación del que habría de ser su puesto de avanzada en la exploración de toda la costa Pacífica americana.
Los invito a viajar en el tiempo y a recorrer una ciudad que celebra este año un pasado marcado por la aventura, la exploración y el arrojo de hombres osados. Entre tantos edificios se encuentran lugares históricos fundamentales para que el asentamiento tuviera la oportunidad y la ventaja de poder unir los océanos Atlántico y Pacífico, haciéndose indispensable para el comercio mundial.
Panamá la Vieja
Visitando las ruinas de Panamá La Vieja, me imagino cómo habrá sido todo en sus días de gloria. Seis años después de que Balboa avistara el Océano Pacífico, su verdugo, Pedro Arias de ávila, más conocido como Pedrarias Dávila, fundaba el primer asentamiento urbano europeo en sus costas, el 15 de agosto de 1519. Pero la ciudad tenía muchos problemas: no había suficiente agua potable y no se fortificó tanto como sus hermanas del Caribe, pues no se esperaba que los piratas dieran el largo rodeo por el Cabo de Hornos para atacarla por mar. Pero el legendario pirata Henry Morgan tuvo la osadía de cruzar el istmo de Panamá a pie y caer sobre la confundida ciudad, el 28 de enero de 1671.
Al darse cuenta de esto, el gobernador de la Ciudad de Panamá, Juan Pérez de Guzmán, se dio a la tarea de sacar todo lo que fuera de valor y prenderle fuego al polvorín de la ciudad. El fuego se extendió por la urbe y los piratas de Morgan tuvieron que ocuparse de sofocar el incendio, antes de saquear el oro que los locales no pudieron esconder o sacar. Más de 175 mulas fueron las responsables de cargar las riquezas que quedaban.
Actualmente las ruinas de este primer asentamiento se ubican en un parque arqueológico, al oeste de la nueva Ciudad de Panamá. El Patronato de Panamá La Vieja, responsable de su cuidado, ha hecho un impresionante trabajo en conservar sus restos. El olor a hierba mojada después de una larga noche de lluvia despierta mis sentidos. Paso a paso, el guía, quien tiene una energía impresionante para ser las ocho y media de la mañana, nos explica de qué edificación formaba parte cada una de las ruinas. Subimos a la torre de la catedral, la cual fue en algún momento el punto más alto del país. Los estrechos ventanales forman cuadros alrededor de la parte más alta y se observa una vista de 360 grados de la actual ciudad. El contraste entre lo viejo y lo nuevo es difícil de creer. No tan lejos se pueden observar las islas donde los conquistadores desembarcaban y luego utilizaban pequeños botes para atracar en la costa.
Casco Antiguo de la nueva Ciudad de Panamá
A unos quince kilómetros de Panamá la Vieja existe una pequeña península, rodeada de una barrera natural de arrecifes que sobresalen cuando la marea está baja. Los colonizadores decidieron que era el lugar ideal para que la Ciudad de Panamá resurgiera, por estar en la costa, resguardada, lo cual permitía movilizar fácilmente las mercancías procedentes de Perú y otras partes del imperio. El sitio tenía el potencial de convertirse en la nueva sede principal del istmo. Fue así como, el 21 de enero de 1673, se fundó la segunda Ciudad de Panamá, cuya zona histórica ahora es conocida como el Casco Antiguo.
Esta zona se mantiene viva en la actualidad de todos los panameños. Caminando por el Casco Antiguo, bajo el ardiente sol y la pesada humedad de nuestro clima, tomo un momento para apreciar todo lo que sucede a mi alrededor. Restaurantes, hoteles, turistas y maquinarias se pintan en mi panorama. Esta pequeña porción de la ciudad, que alguna vez fue la conexión más importante entre España y el Nuevo Mundo, sufrió tres incendios, y aun así se levantó de las cenizas, literalmente, hasta el día de hoy.
Recuerdo ir de pequeña con mis padres a visitar las iglesias importantes, como la de San José, que lleva el altar de oro que fue trasladado desde la antigua ciudad. ¿Y quién podría olvidar la Plaza Mayor, donde es casi obligatorio detenerse junto a uno de los carritos para comer un delicioso y refrescante raspao’ (hielo triturado) con sirope de uva y leche condensada, por solo 50 centavos, bajo la sombrita de algún árbol?
Respiro y sigo mi camino hacia la Casa Góngora, una de las pocas casas que no sufrieron tanto con los incendios y se mantiene preservada para la visita del público. Es increíble acercarse a ver cómo ha cambiado nuestra ciudad. El contraste entre las viejas edificaciones y ruinas se nota a leguas; pero incluso así se llevan de la mano espectacularmente, haciendo del Casco Antiguo, un lugar con siglos de historia, una visita obligatoria en Panamá.
Rutas: los dos caminos
Existían dos rutas para exportar e importar objetos a la nueva Ciudad de Panamá: el Camino de Cruces y el Camino Real. Al Camino de Cruces se entraba río arriba por el caudaloso Chagres, hasta un lugar llamado Puerto de Cruces. Luego, cruzaba las selvas montañosas por un sendero tan estrecho que solo medía metro y medio, hasta llegar a la Ciudad de Panamá. Sí, suena como un episodio de la serie Survivor, pero eso no era todo. Además de tener que navegar contra la corriente y cruzar montañas con carretas llenas de mercancía para finalmente llegar después de seis días, se arriesgaban a toparse con ladrones y prófugos de la ley que intentarían despojar a los viajeros de todas sus posesiones.
El Camino de Cruces todavía se puede recorrer. Su duración es de varios días, dependiendo de la velocidad con que quiera avanzar. También se puede ver un trozo de su recorrido, al visitar el Parque Metropolitano, con su rico verdor, aire puro y su variedad extensa de animales.
En cuanto al Camino Real, uno jamás se imaginaría que otra de las rutas más importantes de comercio coincidía con la actual y muy transitada Vía España. Si el sendero fuera recorrido hoy, se haría de la siguiente manera: saldría del Casco Viejo por la antigua Puerta de Tierra (cerca de la Iglesia de la Merced), bajando por la Avenida Central, la zona de Calidonia, tornando al noroeste donde está la actual Iglesia del Carmen, siguiendo hasta los alrededores de El Dorado, donde finalmente se enrumba al norte.
En siglos pasados, el Camino Real era tan estrecho y peligroso como el Camino de Cruces. En lugar de llegar al río Chagres, iba directo desde la Ciudad de Panamá, en el Pacífico, hasta Nombre de Dios, en la provincia de Colón, en la costa del Mar Caribe. Eventualmente, Nombre de Dios fue atacado por piratas, y la ruta del Camino Real tuvo que ser desviada a su ciudad hermana de Puerto Bello, hoy Portobelo. Se construyeron fortificaciones en diferentes zonas, como los castillos de San Jerónimo, Santiago de la Gloria, San Fernando (en Portobelo) y San Lorenzo (a la salida del río Chagres), para la defensa contra invasores; también se levantó un edificio de aduanas que controlaba la entrada y la salida de las personas y mercancías.
Taboga
Al subir el camino hacia la cima del Cerro Tres Cruces en la Isla de las Flores, como también se le conoce, buscamos tarántulas polleras (Grammostola mollicoma) y nidos de pelícanos pardos (Pelecanus occidentalis) en lo alto de los árboles ‚Äïla experiencia más aterradora de toda mi vida, cabe recalcar. Carlos, mi compañero de expedición, me cuenta sobre el nombre del cerro. “Unos exploradores americanos que iban de paso rumbo a California, en tiempos de la fiebre del oro, contrajeron la fiebre amarilla, murieron y fueron enterrados aquí”, relata.
Esto despertó mi curiosidad. Taboga, originalmente llamada San Pedro, en honor a su patrón religioso, guarda historias desde mucho antes que eso. Decidimos recorrer la isla y explorar por nuestra cuenta, ya que no teníamos guía. En muchos cruces de sus pequeñas calles hay un pedestal con alguna virgen, santo o simplemente una cruz. Mi siguiente pregunta fue por qué la cantidad de símbolos religiosos. Fue cuando visitamos la capilla que se encuentra cerca de la costa que entendimos el porqué de los santos: la iglesia de Taboga fue la primera construida en la costa Pacífica del continente americano. Al entrar, siento una brisa deliciosa que acaricia mi rostro, proveniente del mar. La arquitectura es básica: enormes puertas abiertas que dejan que el aire y la luz dominen todo el lugar. Enormes vigas de madera que sostienen el techo, un altar de fondo y un entrepiso donde el coro canta sus armoniosas canciones de liturgia terminan de decorar la iglesia. Hago un pequeño rezo y al subir la mirada veo una estatua de una santa a quien, al principio, no reconozco. Pregunto y me dicen que es Santa Rosa de Lima, patrona de los peruanos. La historia cobra sentido, ya que colonizadores del sur, como Francisco Pizarro, pasaban por la colorida isla en tiempos de navegación entre España y el Pacífico. La tradición indica que Santa Rosa nació aquí, cuando sus padres se dirigían al Perú.
Desde entonces, Taboga ha visto pasar tanta gente importante como momentos históricos relativos al descubrimiento de América del Sur. Quienes viajaban a Perú, Nicaragua y Chile partían desde Taboga, ya que era un punto estratégico para embarcar y desembarcar riquezas con facilidad, suficientemente cercana a tierra firme, y con un tamaño ideal para construir y levantar una pequeña población. Imagínese al legendario conquistador Francisco Pizarro sentado en la terraza de su casa frente al mar, todas las mañanas, planeando su siguiente viaje, con una sed insaciable por conocer otros mundos. “Esa que está en la esquina, la amarilla junto a lo que queda del viejo muelle, era la de él”, nos cuenta un lugareño llamado Cristian. No sé si lo que nos contó sea cierto, pero me gustaría imaginar que sí.
Lo que sí está claro, es que los taboganos celebran la historia de su isla desde tiempos pasados, rinden gran tributo a sus santos, y sus estatuas continúan en la iglesia. La isla de Taboga es subestimada, puesto que nadie se imaginaría que una pequeña porción de tierra en medio del mar pudiera guardar tanta historia, desde los inicios de la Conquista. Al ser la guardiana de los secretos históricos claves para los viajes hacia el Pacífico, esta isla no sirve solo para vacacionar durante el caluroso verano, sino también para viajar en el tiempo y recorrer los caminos y senderos por donde grandes hombres alguna vez cruzaron hace siglos.
Regreso en un bote de pasajeros desde Taboga a Ciudad de Panamá. En el horizonte se divisan los altos edificios que ahora forman parte de la capital panameña. Miro hacia atrás la pequeña isla donde se ve la torre blanca de la iglesia con su cruz. El contraste de la iglesia más vieja de la costa Pacífica con los enormes edificios es espectacular. Panamá no deja de sorprendernos con su constante desarrollo. Desde el Casco Antiguo hasta el Camino de Cruces, el crecimiento del país está al máximo; por eso es importante no olvidar dónde y cómo empezó todo. El contraste entre lo viejo y lo nuevo siempre seguirá presente. Su legado, que la ayuda a seguir adelante, se ve resaltado entre las estructuras de una ciudad en crecimiento. Me bajo del bote. Al pisar tierra, regresan los zumbidos y ruidos de maquinarias de la creciente ciudad. He viajado en el tiempo y regresado a la actualidad, y seguimos avanzando.