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Vistas de PanamaCerro Ancón: monumento a la nación panameña

Cerro Ancón: monumento a la nación panameña

Por Juan Abelardo Carles
Fotos: Carlos E. Gómez

Dicen que el rectángulo de la bandera que ondea en la cima del Cerro Ancón es un poco más grande que una cancha de baloncesto, que por muchos años fue la bandera más grande del mundo y que reponerla, cada tres meses, cuesta alrededor de 10.000 dólares. Hay quienes creen que es un mito, pero si no lo fuera, ¿importaría? No tanto, sobre todo si se sabe cuánto sacrificio costó ponerla ahí. Recuerdo de niño, en octubre de 1979, haber visto al general Omar Torrijos izándola por primera vez (o fingiéndolo: la bandera es muy pesada y sube gracias a un sistema electromecánico). No asistí, pero la ceremonia fue transmitida a todo el país, y aunque ahora solo veo visitantes en pantalones cortos, remeras y gorras, caminando de un observatorio a otro, aún me llegan los ecos de aquel lejano día en que, aquí, los panameños alcanzamos a tocar con las yemas de los dedos, por primera vez, el sueño de un país soberano.

Hace 34 años, a medida que la bandera panameña se elevaba por primera vez sobre el verdor del Ancón, la región llamada Zona del Canal iba desapareciendo, y este pequeño perímetro, de poco menos de 48 hectáreas, se convertía en el primer paso de un largo camino en el que Panamá fue recuperando casi 1.500 kilómetros cuadrados de su territorio. Pero la vinculación de los panameños con la colina es aún más antigua que eso. Hay que remontarse hasta 1671, durante otro de los momentos decisivos en la historia de la nación. Tras la destrucción del primer asiento de Ciudad de Panamá, las autoridades españolas buscaron un nuevo sitio para trasladarla.

En las faldas del cerro se encontraron las únicas fuentes de agua viva en las cercanías. Panamá fue, pues, refundada cerca al “sitio del Ancón” (ancón quiere decir ensenada, por el recodo con el que la Bahía de Panamá se acerca al cerro), en 1673, y aunque San Felipe, el principal barrio de intramuros, se levantó al sureste del cerro, en un promontorio rocoso frente al mar, pronto a lo largo del camino que llevaba a los ojos de agua se fue estirando un arrabal ocupado por un grupo heterogéneo de esforzados aguateros, lavanderas y otros trabajadores, que aún existe: El Chorrillo.

“Sin el Cerro Ancón, la Ciudad de Panamá no existiría, al menos no en este lugar: así de simple”, nos había adelantado Orlando Acosta, vecino de Ancón y uno de los responsables de que el lugar fuera declarado área Protegida Municipal en 2001, a quien visitamos antes de nuestra excursión para complementar los datos que teníamos. En 1904, con el comienzo de las obras del canal interoceánico, el punto geográfico quedó dentro de la zona administrada por el gobierno norteamericano. El símbolo más importante de la presencia norteamericana en Panamá se levanta en las faldas al occidente del cerro: el edificio de la Administración del Canal.

La maciza estructura fue inaugurada el 15 de julio de 1914. Iniciamos nuestro recorrido en sus alrededores, mirando sobre todo hacia el monumento al ingeniero norteamericano George Washington Goethals, responsable de construir las esclusas del canal a principios del siglo XX. El campo hacia el suroeste del monumento tiene las mismas dimensiones de uno de los compartimentos estancos de la vía interoceánica. El 31 de diciembre de 1999, estos espacios cubrieron sus verdes con el multicolor de miles de panameños, congregados aquí al mediodía, para concluir la administración norteamericana sobre el canal y el territorio panameño.

Ya dentro del edificio, cualquier turista puede contemplar los murales alusivos a la construcción de la obra, así como los bustos de Carlos V, Theodore Roosevelt y Ferdinand de Lesseps, personajes fundamentales en la evolución y realización del ideal de un canal por Panamá. El edificio de la Administración podrá ser el más importante de los alrededores, pero no es el único, mucho menos el más antiguo. Subiendo por la calle Quarry, puede verse la antigua casa del gobernador de la Zona del Canal (hoy se le llama Casa del Administrador y se usa para eventos protocolares), y un poco más arriba, las casas de Quarry Heights, entre las que destaca la conocida como Casa n.° 1, donde vivía el jefe del Comando Sur de Estados Unidos, comandante de todas las fuerzas de ese país al sur del Río Grande.

Más allá del valor jerárquico de estos caserones de madera, lo sorprendente es que tienen mucho más de cien años… ¡y no son norteamericanos! Estas casas estaban ubicadas originalmente en el poblado de Culebra, en medio del istmo de Panamá, fueron construidas por los franceses y pasaron a ser propiedad de Estados Unidos cuando compró las acciones de la Compañía Universal del Canal. Fueron diseñadas utilizando toda la experiencia recabada por los franceses para edificar en el trópico (mallas, tambos y terrazas de galería). Además, eran desmontables, lo cual permitió a los ingenieros que las ocupaban estar siempre cerca de las obras a medida que éstas avanzaban. Hacia el final de la obra (1914) fueron ubicadas definitivamente en Quarry Heights, siendo asignadas como residencias para los funcionarios de más alto rango, tanto civil como militar.

Estos edificios están construidos sobre un sistema de terrazas, rastro de la cantera que funcionó aquí y que proveyó piedra para las obras del Canal. En las laderas, tras el edificio de la Administración, aún pueden verse los desboques hechos contra la mole basáltica. De hecho, antes de 1914, el cerro estaba casi desprovisto de vegetación; solo después de inaugurada la obra, el bosque pudo regenerarse. Para ascender hasta la cima se debe tomar una estrecha calle que lleva hoy el nombre de Amelia Denis de Icaza, poetisa panameña cuyo poema “Al Cerro Ancón” resume el estupor y dolor colectivos que supuso para los panameños el que se les impidiera el paso libre a su cerro tutelar luego de 1904. Una estatua de la intelectual panameña, amiga del poeta nicaragüense Rubén Darío, se levanta en el tope del cerro, como homenaje a quien supo interpretar tan bien el sentimiento de una nación.

La vegetación que rodea la calle es tan tupida que casi no admite luz directa del sol sobre el pavimento. Se trata de una admirable muestra de la resiliencia de la naturaleza. Aquí pueden encontrarse más de 260 especies de flora como la Annona hayesii, de la familia de la guanábana; la Lennea viridiflora, catalogada de “vulnerable”, y la Vanilla pompona, cuyo comercio está restringido. En cuanto a la fauna, se han reportado setenta especies, entre las cuales cabe mencionar al mono tití (Saguinus geoffroyi), el tigrillo (Leopardus weidii), la ranita verde y negra (Dendrobates auratus), la boa (Boa constrictor) y el periquito común (Brotogeris jugularis), todos ellos catalogados como vulnerables o en peligro de extinción.

Por si esto fuera poco, Ancón es un edén para los observadores de aves, sobre todo de rapaces. Los animales, que vienen planeando por la costa caribeña del continente, lo atraviesan sobre su tramo más angosto, aprovechando los vientos alisios, que se fortalece a finales de año. Alrededor del Ancón, que se levanta solo al pie de la costa, se enroscan los vientos en un remolino ascendente que es aprovechado por las aves para volver a ganar altura y seguir hacia el sur. Pueden verse ejemplares de gallinazo cabecirrojo (Cathartes aura), que se desperdigarán por la cuenca amazónica, o de gavilán de Swainson (Buteo swainsoni), que llegarán hasta la lejana Patagonia, así como especímenes de gavilán aludo (Buteo platypterus) y el elanio migratorio (Ictinia mississippiensis), entre otros. En noviembre pasado, la Sociedad Audubon de Panamá, en su ya tradicional conteo de aves migratorias rapaces, superó los 2,1 millones de ejemplares contados de varias especies aladas, lo cual mantiene al Cerro Ancón entre los cinco primeros sitios para el avistamiento de este tipo de aves.

La calle Quarry Heights casi rodea el cerro, y podría llevarnos a la otra ladera, para recorrer los monumentos y sitios históricos que miran hacia el Casco Viejo de Panamá, pero la vía está cerrada un poco más adelante de las casas de madera francesas. La razón es que el gobierno panameño destinó las antiguas instalaciones centrales del Comando Sur norteamericano, incluyendo un enorme búnker que atraviesa el lecho basáltico del Ancón, para albergar sus oficinas de seguridad más sensitivas. Así que bajamos por donde vinimos y tomamos hacia el norte, por la calle Gorgas, bautizada en honor a William Gorgas, galeno que dirigió gran parte de los esfuerzos de saneamiento de la Zona del Canal, las ciudades terminales de Panamá y Colón; y en definitiva, todo el país, convirtiendo este otrora moridero tropical en uno de los espacios humanos más saludables del Caribe.

Por esta razón, la Calle Gorgas y su vecina, la Calle Herrick (en honor a Alfred Herrick, colega de Gorgas y precursor del primer hospital privado del país), están flanqueadas de monumentales edificios construidos casi todos en la primera mitad del siglo XX. Las estructuras son parte del Hospital Gorgas, desde donde por muchos años se orquestaron estrategias de combate contra la malaria, la fiebre amarilla y otras enfermedades contagiosas masivas, para Panamá y toda la región. Aunque el hospital atendía únicamente a la población de la Zona del Canal, había casos en que, por influencia o por ser de diagnóstico singular, se admitía a panameños o latinoamericanos, pues se ofrecían terapias y operaciones no disponibles en el resto de la región. Actualmente, el enorme complejo se divide, sirviendo las alas más antiguas para el Ministerio de Salud y la Corte Suprema, entre otras dependencias gubernamentales, mientras la parte más nueva alberga al Instituto Oncológico de Panamá, a la vanguardia en el combate del cáncer en todas sus formas.

Las dependencias del Hospital Gorgas van acomodándose en la ladera este del Ancón, cuya falda es limitada por la Avenida de los Mártires, que sigue hacia al sur y conecta la ciudad con el Puente de las Américas, sobre el Canal de Panamá. En dirección hacia el puente se encuentra “Mi Pueblito”, instalación turística de la Alcaldía capitalina, ubicada en el límite del Ancón, que ofrece tres espacios dedicados a las culturas criolla, afro-descendiente e indígena, vitales para la nacionalidad panameña. La Avenida de los Mártires servía, antes de la devolución de la zona canalera a Panamá, como límite al acceso de los panameños al territorio controlado por Estados Unidos. Una línea pintada de rojo en medio de la vía y una cerca perimetral reforzaban la frontera.

Aunque esté del otro lado de la avenida, es indispensable incluir en este recorrido el edificio del Instituto Nacional de Panamá. Construido en 1911 para albergar una de las primeras y más ambiciosas apuestas educativas de la nueva nación, el edificio es tan monumental como el de la Administración del Canal, oculto aquí tras la cresta verde del Ancón, solo que aquel se nota menos, al estar rodeado de muchos edificios, mientras que éste se yergue, despejado, en medio del verde. Quizá sea coincidencia, pero la nación panameña levantó esta prueba de fe en sí misma frente al símbolo de una presencia extranjera.

En consecuencia, el centro docente engendró múltiples generaciones de panameños ilustrados que lideraron las luchas por la consolidación del país. Desde aquí salió, en enero de 1964, una delegación de panameños que pretendía izar la bandera nacional frente a la escuela secundaria de Balboa. La resistencia de los ciudadanos y autoridades de la Zona del Canal, concluyó con la injuria a la enseña panameña, originó los dolorosos sucesos del 9 de enero y alteró definitivamente las estrategias diplomáticas panameñas, que gravitaron de una visión de coexistencia benéfica a la de finalizar cualquier autoridad estadounidense sobre territorio istmeño.

Para finalizar nuestro recorrido, el grupo repasa el mismo camino que cubrieron los estudiantes del Instituto Nacional hasta la escuela secundaria de Balboa. El edificio alberga ahora un centro de capacitación y documentación a cargo de la Autoridad del Canal de Panamá. En sus exteriores un monumento recuerda a los panameños que cayeron en la jornada patriótica del 64. Más allá del monumento puede verse el edificio de la Administración y la cima serrada del Ancón. El ciclo concluye: en menos de cuatro horas, hemos recorrido más de tres siglos de historia panameña.

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