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Bolivia: Diabladas de Oruro

Texto y fotos: Julián Varsavsky

Un trueno de tambores en la noche del sábado de carnaval anuncia la entrada de la diablada Urus por la Avenida Cívica de Oruro. La tribuna estalla en vítores apoteósicos mientras los luciferes pasan corriendo bajo la densa lluvia de chispas que arroja un cable sobre la calle. Estos diablos, a su vez, echan llamaradas de colores por una cabeza de dragón que les brota de la máscara. De fondo, el retumbar del bombo solidifica a la banda de bronces de la diablada con un latido sincopado de manera continua desde hace milenios, cuando se habría iniciado esta procesión de los pueblos originarios, que muta a lo largo de los siglos.

Mientras en Europa se expandía el Imperio Romano, hace veinte siglos, en la zona de Oruro había centros de peregrinación de los pueblos andinos, para quienes lo más sagrado se hallaba en las alturas de los cerros. En aquella Roma imperial ocurrían las desenfrenadas bacanales y saturnales que practicaban los rituales dionisíacos y realizaban ofrendas a Baco, dios del vino, que en el medioevo derivaron en el carnaval, la gran fiesta pagana que sacude hoy a casi toda América y Europa.

Con la conquista de América llegaron el carnaval y también los esclavos africanos para trabajar en las minas, quienes hicieron su aporte rítmico a Bolivia. El Carnaval de Oruro, que se configuró a fines del siglo XIX, tiene un fuerte componente católico pues la fiesta pagana derivó en una adoración a la Virgen de los Mineros, “la Mamita del Socavón”. Pero el fenómeno es más complejo aun: según los antropólogos, bajo esa imagen, que es la Virgen de la Candelaria, subyace el culto a la Pachamama, que se había pretendido suprimir durante la colonia. A pesar de los esfuerzos del catolicismo, los aborígenes siguieron adorando a sus deidades originarias por debajo de los símbolos cristianos impuestos a sangre y fuego. En este sincretismo el diablo sería “el tío”, que en la religiosidad andina es una deidad protectora de los mineros. Y para complejizar aún más las cosas, desfilan en la fiesta blancos osos polares y un hombre con un pulpo en la cabeza.

Durante el carnaval se oyen los cadenciosos ritmos tamboriles de las morenadas (procedentes del áfrica), que aportan otro matiz musical, distinto al sonido de los aerófonos de los Andes, que se oyen especialmente el jueves de carnaval. Al mismo tiempo, al fragor callejero de todas las agrupaciones se superponen los sonidos de trompetas, tubas, trombones, platillos, bombos y redoblantes que las bandas militares alguna vez trajeron de Europa.

En el masivo desfile por las calles de Oruro se oyen 18 ritmos de origen muy diverso, un acervo sonoro que, sumado al baile y el vestuario de los conjuntos, son las manifestaciones que motivaron a la UNESCO a declarar la fiesta Obra Maestra del Patrimonio Intangible de la Humanidad. En efecto, el Carnaval de Oruro es la fiesta popular emblemática de Bolivia e incluso el presidente Evo Morales, quien en su juventud fue trompetista de la Banda Imperial de Oruro, no se pierde esta festividad. Pero no solo observa, sino que sale a bailar invitado por cada fraternidad que pasa frente él. En última instancia, este carnaval es el resultado de la diversidad del Estado Plurinacional de Bolivia, que reconoce 36 nacionalidades y culturas.

Diablos frente a Dios

Los diablos se quitan la máscara apenas ponen un pie dentro de la Iglesia del Socavón y avanzan en fila, de rodillas, hasta el altar. Quizás apenas durmieron la noche anterior al salir desde otra ciudad. Luego desfilaron durante cuatro horas al rayo del sol hasta lo alto de la colina donde está la iglesia, meta final de esa mezcla de comparsa con procesión que es la diablada. Como no pueden ir al baño, durante el trayecto casi no beben agua y se las arreglan con limoncito en la boca.

“A los peregrinos que van llegando los invitamos a rogarle a la Mamita del Socavón”, dice el cura a los diablos de rodillas a sus pies. Y agrega: “Cada uno es hijo de la Virgen y esta es su casa”. Aunque en los siglos pasados los peregrinos oían frases similares, de todas formas pensaban en la Pachamama. Hoy, fruto de la costumbre, piensan en la Virgen, pero no solo en ella.

Amalia Cantesano ingresa exhausta a la iglesia con su traje de china morena y se sienta en un banco de rezo a respirar: “Nosotros hace cuarenta años que desfilamos. Somos quechuas y mis padres hablaban nuestro idioma antiguo, aunque yo lo hablo más o menos. Somos católicos, muy católicos, pero también creemos en la Pachamama: el primer viernes de cada mes le damos de comer a través de un hoyo en la tierra”, murmura en medio de la breve misa que se da a cada agrupación.

Una teoría propone que la diablada tiene su origen en un ritual ancestral de la etnia uru, adoradora de una deidad llamada Tiw, que más tarde fue hispanizada como “Tío” y sincretizada en la figura del diablo. Desde hace siglos los mineros le hacen ofrendas a Tiw, divinidad de los seres del mundo subterráneo (hoy la imagen del Tío es venerada en la entrada de las minas). Antes de ingresar en el reino de la oscuridad hay que pedir permiso a sus habitantes, ofrendándoles cigarrillos, hojas de coca y alcohol. Así los mineros complacen a los dueños del inframundo y evitan accidentes que podrían provocar esos seres si se enfadaran.

En tiempos precoloniales, al momento de arar la tierra los pueblos originarios consideraban que invadían el mundo subterráneo del Tiw. Por eso le rendían culto a comienzos de febrero (con la primera cosecha), pues era el momento en que el Tiw se escapaba al mundo terrenal. Esa costumbre finalmente se mezcló con la liberación del diablo, que ocurría en el carnaval llegado de Europa, más o menos en la misma época de arar el terreno.

La fiesta del pecado

Las parábolas bíblicas ingresaron al Carnaval de Oruro en 1818, cuando el cura Ladislao Montealegre realizó una representación de la lucha bíblica entre ángeles y demonios, que derivaría en la diablada. Al frente de cada diablada va el arcángel San Miguel dirigiendo un ejército de diablos, vestido como soldado romano: falderilla de encaje, máscara humana con ojos de vidrio, casco morrión, escudo, alas de plumas y espada flamígera —de filo ondulado, como una llamarada— con la cual expulsará al demonio enviándolo al fondo de la Tierra (o del socavón). Esta es más o menos la misma lucha que, en el ritual de los urus enfrentaba a los seres del Ucu Pacha (mundo subterráneo) con los del Kay Pacha (que habitaban la superficie terrenal).

A la cabeza de cada fraternidad de diablos va un auto alegórico cargado con objetos de platería sobre el capó y una Virgen del Socavón en el techo. Luego siguen los bloques de niños y el de osos Jukumari, que con su danza roban doncellas y las convierten en diablesas. Luego va el bloque de diablesas jóvenes y solteras, y después los siete diablos, que representan los pecados capitales. Lucifer es un diablo con un hermoso peto, capa bordada con plata y piedritas y falderilla con monedas de plata.

Las referencias bíblicas y la procesión hasta la iglesia convierten al Carnaval de Oruro no solo en ese momento de transgresión y licencias que es la fiesta en otros lugares, sino también en un ritual religioso con simbología católica matizado por el trasfondo pagano de las culturas originarias.

El alboroto, el baile y el colorido de los trajes son la cara visible de este singular carnaval, como no hay otro en el mundo. Pero lo más curioso de todo acaso sea lo subyacente: el sincretismo, resultado de una extraña carambola de la historia que rebotó en este rincón del altiplano, luego de un viaje intercontinental de miles de años, haciendo confluir el desenfreno con tinte pagano de la antigua Roma, los repiques rituales de tambor del corazón de áfrica, la festividad callejera del vulgo medieval europeo y la religiosidad de los pueblos americanos influida, al menos en su formalidad, por el catolicismo romano.

Los ritmos del carnaval

En Oruro se presentan 48 fraternidades de carnaval, algunas con más de mil integrantes. Son unos 20.000 bailarines y 10.000 músicos. Las agrupaciones se clasifican por el ritmo que eligen y las diabladas son las emblemáticas del carnaval. La más antigua es la Gran Auténtica Tradicional Diablada Oruro, creada en 1904 por el gremio de carniceros. Las morenadas también tienen mucho peso y son agrupaciones que bailan este ritmo creado en Oruro a fines del siglo XVIII como protesta contra la esclavitud de los negros que trabajaban encadenados en las minas. La Comunidad Cocanis es la morenada más antigua de Oruro (noventa años) y sus integrantes desfilan disfrazados de negros con la cara pintada. La saya es uno de los ritmos más populares de la fiesta, con su mezcla de toques autóctonos de la cultura aymara con repiques africanos. Después están los caporales, una protesta contra los capataces esclavistas y también un derivado de la saya. En cambio, la llamerada es un ritmo del continente americano donde los bailarines visten la ropa de gala de los pastores y se mueven simulando el movimiento de arrear las llamas.


Cómo llegar

Desde La Paz hay 230 kilómetros hasta Oruro y la carretera suele estar muy congestionada el sábado de carnaval.

Cuándo ir

Este año la fiesta será del 18 al 28 de febrero (los días más importantes son 26, 27 y 28). La gran Peregrinación al Socavón será el 25 con desfiles desde la mañana hasta la noche. El 24 se celebra el Tío del Socavón y el 23 la Fiesta de la Anata con bandas de aerófonos. El domingo 26 de carnaval es la entrada del corso con las agrupaciones dirigiéndose hasta el templo a las cuatro de la madrugada. El 27 es el Día del diablo y el moreno y el 28 es la challa en los barrios de Oruro con rondas de coplas andinas.

Dónde alojarse

La ciudad vibra con el carnaval, así que se debe reservar alojamiento con tiempo. Hay quienes duermen en La Paz y van y vuelven en el día (la jornada es agotadora, con mucho tráfico). El mejor hotel de Oruro es el Edén: www.hoteledenbolivia.com

Qué comer

En los puestos callejeros se venden los tradicionales picante de pollo, ranga ranga (un picante guiso de papa), pierna tostada de cordero y chicharrón. Más información: www.bolivia.travel

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