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CaribeCubaBaracoa: cuna de la cubanía

Baracoa: cuna de la cubanía

Por  Juan Abelardo Carles
Fotos : Carlos Eduardo Gómez

Baracoa es, en cierto modo, una isla dentro de otra isla. Así me la había definido mi amigo Lázaro cuando, unos días antes, le expresé mi interés en visitar la ciudad oriental. Pensaba que no podía tener más razón mientras remontábamos la complicada carretera entre el pueblo minero de Moa y nuestro destino. El denso bosque lluvioso del Parque Nacional Humboldt contribuía a la sensación de ir hacia un santuario recluido y ajeno a los vaivenes de la Cuba moderna. El mar y la vegetación montañosa que llega hasta la orilla son parte de la personalidad de Baracoa (voz que significa “existencia de mar” en lengua aborigen). Este es un sitio especial, único en Cuba: aquí hace más calor, llueve más, hay más ríos, más vegetación, más fauna y flora endémica.

El sobrecogimiento se corona cuando aparece El Yunque, formación montañosa de cima plana y 560 metros de altura, que se divisa al oeste de la ciudad, incluso antes que cualquiera de sus edificios o que su espléndida y casi perfecta bahía. El Yunque ha señoreado sobre Baracoa desde su fundación, el 15 de agosto de 1511. Primero de siete asentamientos creados por los españoles en la etapa temprana de colonización, Baracoa fue la primera capital y sede religiosa de la isla, y aunque pocos edificios queden de dicha época, sí sobrevive el trazado cuadricular que dieron los españoles a sus calles, así como el circuito de fortificaciones que levantaron para protegerla de piratas y potencias competidoras. Como primera parada vamos a visitar una de esas fortificaciones: el Castillo de Santa Bárbara, sobre el cerro de Seboruco, convertido ahora en hotel.

Los españoles emplazaron fortificaciones y atalayas en la cima del cerro, para advertir la llegada de navíos, tanto amigos como enemigos, pero la construcción de un castillo propiamente dicho comenzó en 1739. El complejo actual fue terminado por los estadounidenses en 1900 y sirvió de cuartel durante la dictadura de Gerardo Machado, entre 1929 y 1933. Hay quien dice que, de noche, en los rincones más profundos del complejo, se siente la presencia de las víctimas de la represión. Por mi parte, en mi habitación, yo solo sentí el suave run-run del aire acondicionado, que me arrulló y me hizo despertar lleno de energía al día siguiente para caminar por Baracoa.

Seboruco, junto al fortín de Matachín, al sureste de la población, y el Castillo de La Punta, al extremo noroeste, delimitan el espacio turístico de la ciudad. En Matachín se encuentra el Museo Municipal, que repasa toda la historia de la región, desde los rastros de la cultura taína precolombina, pasando por la colonia española y la influencia francesa, que se acentuó con la llegada de refugiados de Haití, luego de la proclamación de la primera república negra de las Américas, hasta la Revolución de 1958.

Descubrir primero la historia de Baracoa en su principal museo es el abreboca para recorrer después las concurridas calles de la ciudad, sorbiendo su particular forma de vida. Quizá desee nutrirse de sal y brisa, caminando por el malecón de la ciudad, pero yo prefiero meterme por la Avenida José Martí, arteria principal del comercio. Mezclarse en el quehacer diario de los baracoenses me permite saborear la idiosincrasia cubana.

Automóviles se mezclan con vehículos tirados por animales o bien mediante tracción humana. Frente a su casa, una esforzada emprendedora baracoense ofrece repuestos para todo tipo de electrodomésticos hechos con aluminio fundido en talleres caseros; más allá, en una abarrotería, los clientes se agrupan frente al mostrador para adquirir jamón del último cargamento. En medio del vigoroso vaivén de la gente, desviándose un poco de la Avenida Martí, sobre la calle Maceo, se encuentra la Casa de la Cultura Cecilio Gómez Lambert, espacio en el que grandes y chicos se aplican en el aprendizaje de danza, arte y música, aparte de ser un espacio de exposición y auditorio.

Estas calles también fueron recorridas por personajes peculiares, que solo un pueblo atrapado entre la leyenda y la realidad puede engendrar o acoger. Magdalena Rovenskaya fue una aristócrata rusa que quiso poner inútilmente dos continentes y un océano entre ella y la revolución bolchevique, y el suizo Enrique Faber, quien practicó la cirugía y se casó con una cubana en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción; luego se supo que en realidad era Enriqueta y que por años había burlado a la sociedad y al clero baracoenses.

Lo que sí es auténtico en dicha iglesia es la Cruz de la Parra, única que se conserva del conjunto de 29 cruces plantadas por Cristóbal Colón en sus viajes de descubrimiento. Originalmente era de dos metros de altura, pero la pieza se fue empequeñeciendo porque peregrinos y devotos le arrancaban astillas, hasta que fue remachada en plata y protegida en un nicho enrejado.

Pero Baracoa no es solo ciudad antigua, sino santuario de tradición y usanzas de antaño, sobre todo si se recorren las zonas rurales que rodean la población. El pueblo preside una región verde y exuberante, cuyos habitantes conservan algunas de las tradiciones más raizales del ser cubano. Vaya, por ejemplo, al rancho Toa, en la ribera del río homónimo, el más caudaloso y grande de la isla, donde podrá degustar algunos de los cocidos más folclóricos de la gastronomía cubana oriental.

Pruebe, además, el chancho asado a la varita y acompañado con “viandas” (tubérculos y plátano, entre otros), la caldosa (sopa también con tubérculos), arroz con vegetales, y dulces de coco y cacao, por nombrar solo algunos. Le serán servidos en bandejas de palma real (katauros) con cucharones de corteza de coco, entre otros utensilios tradicionales. Cuando haya terminado, le sobrevendrá una sabrosa modorra, muy apropiada para el paseo en cayuca, una embarcación hecha con bambú, similar a aquella que usan los campesinos para transportarse a lo largo del río Toa, no sin antes tomar una taza de aromático café o un vaso de naranja del Toa, coctel tradicional parecido al popular mojito.

Hay más platos tradicionales que pueden encontrarse en restaurantes de la ciudad, como el cucurucho, exquisito dulce típico de la región, que mezcla agua y masa de coco con miel de abejas, frutas y azúcar, y el bacán (que ha pasado de generación en generación), una comida típica confeccionada con cocos secos, plátanos verdes, especias y carne de cerdo, res o pollo. Otro sitio que honra las tradiciones de Baracoa es la Finca Duaba, en donde el turista aprende lo básico sobre el cultivo del cacao tradicional, probando el mejor chocolate posible, tanto en barra como en taza (mezclado con leche de coco, que lo lleva a otro grado de sabor). Duaba solo abarca tres hectáreas, pues cumple un fin demostrativo. Los guías le mostrarán de qué forma se sustentan los campesinos de Guantánamo (provincia de la que Baracoa forma parte), sembrando cacao, café, mango, aguacate, naranjo, mandarina, plátano, mamey, guayaba, coco y palma, entre otros cultivos.

Con la construcción de la carretera de La Farola, en 1965, que unió a Baracoa con Santiago de Cuba, en la costa sureste de la isla, el hechizo de ocultamiento que parecía envolverla pareció debilitarse. Lázaro me dijo que, si bien el turismo había cambiado a Baracoa, el carácter hospitalario, alegre y tranquilo de sus habitantes se mantiene. Abandono a la más anciana y venerable de las villas cubanas por dicha carretera, un portento de ingeniería que atraviesa el espinazo que recorre el centro de la isla. Tras cada pendiente y recodo de la vía, El Yunque, guardián de la ciudad, se asoma y se oculta, sucesivamente, como un espejismo, hasta que, al igual que me dio la bienvenida, me desea buen viaje, mientras continúo mi periplo de descubrimiento por Cuba.


Cómo llegar

Copa Airlines ofrece vuelos martes y sábados desde Norte, Centro, Suramérica y el Caribe hacia Holguín (Cuba). Hay dos rutas para ir desde Holguín hasta Baracoa. El equipo de Panorama de las Américas tomó la carretera nacional 123 en dirección a Moa, y luego la costanera que pasa por el Parque Nacional Alejandro de Humboldt, en un trayecto que dura alrededor de cuatro horas. El otro trayecto baja hacia al sur por la carretera a Mayarí y sigue en busca de Caballería, Palma de Soriano, Autopista Nacional 1, Guantánamo, Cajo Babo y carretera de La Farola, hasta Baracoa, en unas cinco horas.

Dónde alojarse

Hotel El Castillo: historia y confort en los altos de Baracoa. Castillo de Santa Bárbara, cerro de Seboruco, Baracoa, Guantánamo. www.hotelelcastillocuba.com

Información adicional disponible en www.gaviota-grupo.com

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