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Aproximación multicultural a la muerte

Por Juan Abelardo Carles
Fotos Javier A. Pinzón

¿Qué es la muerte? ¿Qué pasa cuando sobreviene? ¿Qué hay más allá? Ninguna circunstancia sobre la existencia humana ha generado tanta inquietud, preguntas y reflexión como su final. Y si entendemos el surgimiento de las religiones como un modo de enfrentar el misterio más absoluto que ha asaltado a cada hombre y mujer, de prepararse para superarlo, literalmente, y proseguir hacia otro estado de existencia (o solo dejar de ser), también comprenderemos que incontables culturas, civilizaciones e imperios han nacido, crecido, colisionado entre sí y decaído defendiendo o combatiendo visiones sobre la muerte.

Panorama de las Américas se acerca a la idea de la muerte y analiza cómo condiciona nuestra vida, a través de la perspectiva de gentes de distinto género, religión y procedencia.

Simión Brown Rivera

Investigador cultural e historiador guna, parafrasea las reflexiones sobre la muerte compiladas por el doctor Aiban Wagua en su obra En defensa de la vida y su armonía, que trata de la espiritualidad de este pueblo asentado entre Panamá y Colombia.

Todos moriremos, nos iremos, dejando este planeta. El río quedará, pero se borrarán las huellas que dejamos en sus orillas. La sensación de frescura que dejan esos vientos que soplan en esta tierra la vamos a olvidar. Eso nos contó un gran nele (vidente), Ner Sibu, quien vivió en Gabdi Diwar, hoy Capetí, en el río Tuira. Todo será distinto. Y nos da dolor, porque no sabemos cómo será aquello que nos aguarda. Acostados en la hamaca, en la cama, daremos nuestro último saludo a los hermanos que vendrán a llorar sobre nosotros.

Estamos hechos para dejar nuestra sangre mezclada con la tierra. Estamos sobre ella y ella nos acogerá en su seno y, entonces, nuestra sangre volverá a formar parte de su sangre. Nuestros huesos, nuestra sangre, nuestros cabellos quedarán fundidos con los de la madre tierra. De allí surgimos y allá volveremos como parte de ella.

Swami Nityananda

Es mahamandaleshwar; es decir, miembro de una orden monástica encargada de preservar y propagar las enseñanzas védicas. Fundador del movimiento Shanti Mandir, Nityananda trabaja con jóvenes y grupos desfavorecidos, además de iniciativas de salud y empoderamiento de la mujer india. www.shantimandir.com

Nuestro sistema de creencias pertenece al hinduismo, tradicionalmente llamado Sanatan Dharma: “Aquello que sostiene eternamente”. Todo es una manifestación de lo divino, incluyendo al individuo humano. En tanto la consciencia divina exista dentro de aquello que ha nacido o ha sido creado, tiene la capacidad de poner en acción el resultado de las acciones realizadas a través del pensamiento, el habla y el cuerpo durante muchas vidas previas. Esto se conoce como “karma”. La meta suprema de la vida humana es reconocer su naturaleza divina y finalmente fundirse con el absoluto. Por lo tanto, el nacimiento y la muerte son acontecimientos temporales en la evolución del alma.

Uno debe realizar las tareas necesarias para honrar el regalo de la vida, al tiempo que permanece consciente de su impermanencia. Como líder espiritual, esta es la herramienta principal que comparto con todas las personas. Todos debemos recordar que el logro de tener un nacimiento humano es valioso y digno de la máxima atención, contentamiento interior y cuidado en todo momento. Que todos los seres estén contentos.

Iya Janina Walters

Sacerdotisa ifa orisha, coach de vida espiritual y sanadora en Healing Arts by Iya Janina; representante para Latinoamérica del prestigioso Ancestral Pride Temple, de la ciudad de Ota, estado de Ogun, Nigeria (linaje-familia Fasola) y sacerdotisa ordenada e iniciada en los misterios de Ifa, Egbé, Shango, Oshun, Nana, Iyaami Oshoronga y Ogboni. www.iyajanina.com

La muerte es un cambio y transición hacia otra realidad energética: el mundo astral. El nacimiento es nuestro amanecer y la muerte nuestro atardecer, pero la gente le teme a la noche y lo que no alcanza a ver con su visión externa, cuando en realidad ambos mundos brindan equilibrio. Nada muere, todo se transforma porque todo es energía, y para “ver” y entender el mundo astral, hay que aprender a sentir y usar nuestra visión interna. Los ancestros representan un tercio del poder de la filosofía Ifa Orisha, un sistema espiritual autóctono del reino yoruba de África occidental, con unos cien millones de seguidores, que nos enseñan a sentir y mantener nuestro equilibrio a través de las fuerzas de la naturaleza (orishas) y el mundo astral, que es donde reposa la sabiduría ancestral.

No hay temor a la muerte, pero sí a morir antes de cumplir nuestra misión o propósito de vida; de ahí la necesidad de equilibrio entre nuestro mundo físico y nuestro mundo emocional y espiritual. El cielo es la casa; la tierra, el mercado de la vida, donde venimos a aprender algo y por eso creemos que nadie viene a la tierra de vacaciones. Al morir podemos al fin partir a casa y agregar lo aprendido al ya extenso cúmulo de sabiduría ancestral. ¡Iba Ara Orun Kinkin! ¡Mis respetos a los habitantes del cielo, nuestro hogar, nuestros ancestros!

Gustavo Kraselnik

Rabino y líder espiritual de la sinagoga Kol Shearith Israel, la más antigua de Panamá. Con una aproximación liberal y progresista del judaísmo, ha trabajado efectivamente a favor del diálogo interreligioso y multicultural. (Kol Shearith Israel, en Facebook y Twitter).

Resulta paradójico, pero la muerte se nos presenta como un misterio y como una certeza. El misterio por desconocer lo que ocurre tras su llegada (en la tradición judía hay una variedad de opiniones al respecto) y la certeza de saber que la muerte es parte ineludible de nuestro destino. Ante la imposibilidad de develar el misterio, vale la pena enfocarse en la certeza. Y el reconocernos mortales, el saber que nuestro paso por este mundo está limitado, debería guiarnos a vivir una vida con significado.

Desde esta perspectiva, la muerte es lo que otorga sentido a la vida. La finitud de nuestra existencia hace que cada momento sea una vivencia única e irrepetible y como tal deberíamos encararla, consagrando tiempo y esfuerzo a las cosas verdaderamente trascendentales: los afectos, nuestro desarrollo personal y la construcción de una sociedad y un mundo mejor. Sin embargo, la muerte no es el final de la vida. Más allá de las creencias personales, tenemos la convicción de seguir viviendo a través de nuestros descendientes, en el amor y el recuerdo de nuestros seres queridos, y en el legado que dejamos. Debemos aspirar a que nuestra vida nos permita realizarnos con tal plenitud que cuando llegue nuestro “tiempo de morir” (Eclesiastés 3:2) podamos devolver nuestra alma al creador con la paz que emerge de la sensación del deber cumplido.

Bernardo Stamateas

Pastor bautista, es sexólogo clínico y doctor en psicología. Prolífico escritor y conferencista, se ha concentrado en el crecimiento personal y el análisis de los diferentes tipos de relaciones humanas tóxicas y cómo enfrentarlas. www.stamateas.com

Los seres humanos somos los únicos de toda la creación que sabemos que vamos a morir. No importa si realizamos actividad física o si comemos de forma saludable, igual moriremos. La muerte es igualitaria y universal. Por lo general, la muerte despierta varios miedos: ¿cómo vamos a morir?, ¿qué encontraremos después de la muerte? Algunos se preguntan si irán al cielo o al infierno. Y otros, incluso, no creen que haya algo después de la muerte. Para aquellos que tenemos fe, la muerte es simplemente un cambio de vehículo: dejamos el cuerpo y pasamos a la presencia de Dios.

El gran escritor Víctor Hugo expresó: “No he muerto; empezaré a trabajar nuevamente por la mañana”. Solo cuando tenemos fe, en esta vida y en el más allá, somos capaces de ver la muerte como un paréntesis, no un punto final. Nuestro miedo a la muerte desaparece por completo cuando tenemos la certeza de que no hallaremos una pared sino una puerta a otra dimensión mejor, a la vida eterna que tenemos por medio de Jesucristo. Los creyentes creemos el mensaje de Jesús cuando dijo: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. Lo ideal es que la muerte no nos llene de temor, sino que nos permita meditar sobre la vida que decidimos vivir aquí y ahora. Por esa razón, escojamos una existencia en esta tierra que se caracterice por el amor incondicional, las palabras positivas y los sueños grandes.

Diana Marcela Gómez

Antropóloga agnóstica con maestría de la Universidad Nacional de Colombia y doctorado de la Universidad de Carolina del Norte; docente e investigadora, se ha concentrado en temas de violencia, conflictos armados, feminismo y evolución de la perspectiva de género.

Comprendo la muerte como parte de la vida, ambas constituyen un solo ciclo sagrado. Si bien no creo ni en el más allá ni en el cielo o el infierno, entiendo que somos elementos del universo y tipos de energía, y considero que la materialización de esa energía se mantiene presente a pesar de la ausencia de un cuerpo físico. Creo que los muertos tienen agencia; es decir, capacidad de hacer cosas e impactar a los vivos no solo por los tipos de relación que construyeron en vida, sino también porque su energía se sigue manifestando.

En una investigación sobre desaparecidos y asesinados en contexto de violencia sociopolítica, pude apreciar cómo los seres humanos están conectados más allá de la mera presencia física, y que los cuerpos de hombres y mujeres no son unidades discretas, sino más bien porosas que se comunican más allá del lenguaje físico. En algunas comunidades indígenas y afrodescendientes, los sueños son un canal de comunicación con los muertos. Si bien las sociedades latinoamericanas han tendido a negar estas filosofías, lo cierto es que estas inundan la manera como nos relacionamos con la muerte. En esta lógica, los muertos son los antepasados con los que se camina permanentemente, recreando una sociedad relacional y no una individualista como la del capitalismo. Dado que la vida y la muerte son sagradas, una disrupción violenta de la vida puede llevar a fuertes desequilibrios en la sociedad.

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