A vela por Guna Yala: buen viento y buena mar
El archipiélago de Guna Yala, compuesto por 365 islas, es un paraíso Caribe que se extiende al norte de Panamá, conformando una verdadera línea horizontal de islas y palmeras protegidas tras una barrera de arrecifes.
Por Margarita De Los Ríos
Fotos: Javier Pinzón
Son las seis de la mañana de un día de abril y mi cómoda cabina del Sea Prize se mece suavemente como la cuna de un bebé. Aunque despierto cuando una tenue luz del amanecer penetra por mi escotilla, permanezco inmóvil pues deseo que este rítmico, suave, casi imperceptible movimiento penetre por mis sentidos y se imprima en mí para que sea eterno. Jamás había viajado en un velero pero hoy, en esta colorida madrugada, mi espíritu andino descubre un placer inusitado en la experiencia de dormir, despertar, comer, leer, reír y vivir sobre el océano.
Cuando escucho pasos sobre la cubierta me incorporo finalmente y subo al exterior. La mañana no ha acabado de despertar y el cielo está teñido de suaves naranjas y violetas. Mis compañeros de viaje más madrugadores guardan silencio ante el espectáculo. Estamos en medio de Cayo Limón, uno de los muchos archipiélagos que forman las 365 islas de Guna Yala.
La experiencia aquí es múltiple: viajar por primera vez en un catamarán por cinco días con sus noches; visitar islas prístinas; descender con ayuda de un snorkel a una de las zonas con mayor cobertura de coral de todo el Caribe, y encontrarse con una cultura tan peculiar como la Guna, una comunidad indígena que ha logrado mantener sus tierras, sus tradiciones y su lengua.
Un viaje a otra dimensión
Nuestro viaje comenzó en Corazón de Jesús, una de las 45 islas habitadas del archipiélago, que alcanzamos luego de media hora de vuelo desde Ciudad de Panamá.
En las islas viven unas 30.000 personas, cuyas familias conservan un linaje matrilineal. Cada comunidad está dirigida por un “saila”, que a su vez hace parte del Congreso General Guna, máxima autoridad política.
Por su parte, Cayo Limón es un conjunto de cinco islas habitadas por palmeras y bordeadas por playas de arena blanca que conforman una piscina interior lo suficientemente protegida para anclar. Desde el bote observamos las islas Miriadup, Naguarchirdup y Tiadup. En el horizonte se divisa la muralla coralina que separa la inmensidad del océano de las tranquilas aguas del interior. Y ese es el escenario para este primer amanecer arrullada por el suave movimiento del agua.
El programa en la mañana es descender con una careta a husmear el arrecife. Sorprende el colorido, las texturas y la diversidad de criaturas en este jardín a menos de tres metros de la superficie.
Nadamos plácidamente por encima de esponjas tubo, corales blandos de un curioso color morado, algunos en forma de abanico, otros en forma de árbol. Vemos también caracoles, una raya que trata de esconderse y algunas estrellas de mar anaranjadas.
Hacia el barco hundido
Luego de un almuerzo ligero pero exquisito, Bernard, el capitán, prende motores para dirigirse hacia Isla Perro (“Achudup” en kuna), uno de los más atractivos tesoros para el snorkeling. El agua es perfectamente transparente y en el fondo, un barco de carga, que encalló en 1950, sirve de refugio a peces cirujanos y roncadores y esponjas naranjas, moradas, verdes, azules y rojas que han convertido en un verdadero mosaico las paredes del barco.
En la tarde Bernard anuncia que va a izar velas. Hay mucha emoción a bordo, explicaciones de viento de cerca, viento de frente, viento de atrás. Todos quieren hacer parte.
Desde la proa, el Caribe se nos presenta como un verdadero mosaico de azules. Cuando es muy somero el mar es verde turquesa, luego se torna esmeralda y después se va oscureciendo hasta llegar al azul índigo. En la gradiente aparecen repentinamente parches más oscuros que anuncian la presencia de un arrecife y verdes, que son praderas marinas.
Nuestra nueva meta son los Cayos Holandeses: un conjunto de 21 islas, la mayoría deshabitadas, que se extienden a lo largo de siete millas tras la barrera de arrecifes. Es el conjunto de islas más alejado del continente y sus aguas permanecen claras casi todo el año. Su nombre en Guna es Kaimou.
La tarde muy pronto va a caer, pero el escenario invita a explorar. Encontramos enormes barracudas y un tiburón nodriza de al menos dos metros de largo durmiendo plácido a la sombra de un cerebro.
Comer, nadar, admirar
Al día siguiente ya se ha establecido la rutina de a bordo: amanecer colorido en cubierta en un silencio roto tan solo por el clic de la cámara de Javier, buena lectura y, hacia las 10, snorkeling. Luego, almuerzo, navegación a vela en busca de un nuevo escenario, cualquiera, en medio de estas interminables islas y archipiélagos, snorkeling vespertino, paseo en kayak y baño en una playa solitaria a la sombra de una palmera. De regreso en el bote, bar abierto acompañado con sorpresas gastronómicas y descanso a la luz de la Luna. ¿Alguna queja?
Nuestro nuevo destino es la punta oeste de los Cayos Holandeses. Desde aquí vemos a corta distancia el límite de la barrera de arrecifes en donde las olas del mar abierto rompen furiosas. Pataleando fuerte, por entre los pequeños caminos que deja el arrecife, logramos encontrar la salida. Afuera el color cambia de forma radical, hay otras especies de corales y vemos peces más grandes incluyendo un enorme atún.
A la mañana siguiente compruebo que cada careteo puede ser mejor que el anterior. Hoy “vuelo” sobre un jardín de enormes corales blandos en compañía de una tortuga verde juvenil.
En la tarde vamos en el “dingui” (pequeño bote de goma) hasta Waisaladup y tenemos una agradable tertulia con el saila Julio y su esposa Natalia, que nos invita a bailar sus danzas ceremoniales.
Una postal de 365 grados
Cuando partimos de Cayos Holandeses Bernard iza las velas. Mientras el viento sopla a babor, caemos de nuevo en ese embrujo que significa retar el mar a la velocidad del viento, sin ruido de motor y sin intervención electrónica. Guardamos silencio y nos ubicamos cada uno en su lugar predilecto mientras dura el recorrido de aproximadamente dos horas. La proa, sin duda, es la que ofrece mejor vista, y ahí nos vamos reuniendo todos mientras Bernard sube o baja ya una vela, ya la otra según mande la dirección del viento.
Nuestro destino del día es Coco Bandero, cuyo atractivo principal no está bajo el agua, sino en medio de estos parajes de postal conformados por pequeñas islas con dos o tres palmeras y largas playas de arena blanca y suave. Tomar el kayak y visitar cualquiera de ellas puede ser una opción, aunque el snorkeling puede premiarlo con enormes pargos, meros y tiburones.
Llega la hora de volver a nuestra realidad citadina. Desde nuestro avión podemos observar la barrera de arrecifes, la plácida piscina del interior y las islas de postal y rogamos porque todo esto permanezca así, tranquilo y quieto, tan cerca y a la vez tan lejos de nuestra civilización
Tmail
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