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DestinosTambo Colorado: La ciudad del color

Tambo Colorado: La ciudad del color

Texto y fotos Carlos Gómez

El mundo es color, y así lo comprendieron los pueblos originarios de la costa central peruana. El color produce sensaciones, sentimientos, estados de ánimo; expresa valores y situaciones; transmite mensajes y símbolos. Y en todo eso quizá radica el contenido simbólico de Tambo Colorado, mítica ciudad del Tahuantinsuyo, emplazada justo en la garganta del fértil y pintoresco valle el río Pisco, en el distrito de Humay.

A lo largo de los 38 kilómetros que recorro por la carretera Los Libertadores, desde el poblado San Clemente hacia mi destino, disfruto de los cultivos de algodón, maíz, frutas y productos de panllevar. Por la ventana del combi de transporte público observo la gama de verdes de este valle finamente labrado para múltiples usos, donde resaltan principios éticos y acciones conservacionistas basados en una relación íntima con la naturaleza. Al ver los cultivos, pienso en aquellas prácticas culturales tradicionales, la devoción por el trabajo y el amor por la tierra de un pueblo originario que se resiste a devorar el planeta.

Mi destino es Pucallacta o Pucahuasi (palabras derivadas del vocablo quechua “puka”, que significa rojo), nombres originales de Tambo Colorado. Al llegar en la mañana, bajo un sol arrebatado que permanece gran parte del año, me topo con un letrero que dice “Instituto Nacional de Cultura, Tambo Colorado. Zona arqueológica”.

El cielo azul resalta los verdes del valle y hace brillar los colores de las ruinas. José, guía del sitio, hombre sencillo de cachetes curtidos y muy culto, me cuenta que este complejo fue edificado alrededor de 1450 sobre una antigua fortaleza de la cultura chincha. Fue el resultado del paso avasallador del reinado del gran inca Túpac Yupanqui, quien trasformó la antigua ciudad y la usó para controlar el tráfico entre la costa y la sierra en la consolidación del imperio.

El colorido conjunto revela una mirada ordenada del espacio, construcciones de áreas reducidas para dormitorios, amplios espacios comunitarios, bodegas, una extensa zona para el cultivo de alimentos en el valle y un camino que une la costa con el Cuzco, corazón del imperio inca.

Lo singular de este complejo arquitectónico de barro es que el incanato adaptó y transformó el estilo arquitectónico propio de la sierra, de piedra cortada finamente tallada y superpuesta, con los diseños de tapiales y adobe, y los muros y paredes pintados de rojo, amarillo y blanco de Tambo Colorado. Es quizás un ejemplo de la adaptación de los arquitectos incas al nuevo ambiente costeño que empezaban a dominar y someter a su paso.

Este centro político administrativo funcionaba como sitio de control entre la sierra y la costa, pues tenía destacamento militar, vivienda del Inca, zona de descanso, sitio ceremonial, almacenamiento de alimentos y punto de encuentro. Este enclave, declarado Patrimonio Nacional, es un testigo de una época dorada del continente y es el conjunto de ruinas mejor conservado de los numerosos asentamientos y estructuras del incanato durante la expansión sobre el suelo costeño peruano.

El conjunto urbano está conformado por tres grandes sectores: centro, norte y sur, unidos por el camino del incanato. El centro conecta el norte y el sur por medio de una gran plaza trapezoidal, que posee un “ushnu”, pequeña plataforma piramidal. Desde allí se divisa con claridad parte del amplio y diverso valle que se extiende serpenteando hacia el océano Pacífico, por donde entró la conquista española. El ushnu, tutelado a lado y lado por las montañas que forman el valle, imprime el carácter sagrado para el desarrollo de ceremonias y fiestas más importantes del Tahuantinsuyo, dirigidas por el Inca o su representante directo. Desde aquí siento la energía de este espacio ritual, mientras la brisa y el canto de las aves me permiten imaginar los pasos de una población que aportó una identidad en el nuevo orden político y social del incanato, al implementar el uso del color a la construcción.

José abre un vetusto candado de una pequeña puerta de madera para ingresar al sector norte, el cual está pegado a las faldas del cerro. Me sorprende lo vistoso: fue el de la elite. Llamado Templo del Sol o Monasterio de las Vírgenes Solares, era utilizado por el inca, o su representante y su corte, cuando estaba de paso por el valle. El escenario lo domina un gran edificio con un solo acceso, de vanos trapezoidales de doble jamba; elemento característico en construcciones de gran importancia como Machu Picchu y Koricancha. Con el silbido de un viento fresco, recorro a paso lento la fachada de cien metros de frente y su patio central de 150 metros de profundidad, rodeado de más de treinta recintos en un solo espacio, muros inclinados de ángulos rectos, adornados con tallas de barro en forma de frisos y enrejados en lo alto. Otro elemento característico son los nichos trapezoidales de diferentes tamaños y ventanas orientadas con vista a los Apus, cerros tutelares de la aldea.

El guía acota que la disposición interna del Palacio de Tambo Colorado muestra una marcada jerarquía espacial en los recintos. Me dice que son muy peculiares los accesos laberínticos restringidos por largos y estrechos pasadizos, patios y portales de doble jamba. Lo colorido del rojo, amarillo y blanco guarda cierta coincidencia con las dimensiones y la organización espacial de la construcción, confirmando la categoría de las personas que entraban a las distintas partes de la edificación.

Pregunto por los patrones de las franjas horizontales superpuestas de colores, y el guía me dice que no siempre fueron iguales. Muchos de los muros, en un tiempo u otro del incanato, fueron pintados de nuevo, y no siempre se respetaba el patrón de color anterior. Tal vez el cambio más particular fue el recubrimiento de una sofisticada decoración de triángulos coloridos con una capa de enlucido pintada toda de blanco, que se puede apreciar en muy pocas partes.

El sector sur, menos vistoso, está conformado por dos edificios rectangulares divididos por un muro medianero. Ambas edificaciones están dispuestas alrededor de un patio con numerosos recintos. En la plaza interna, de tipo trapezoidal, se levantan estructuras que fueron usadas como viviendas o depósitos, y un edificio principal conocido como La Fortaleza. Los recintos de esta ciudad del color están diferenciados según su finalidad, unos fueron alojamiento permanente de funcionarios, otros fueron reservados a poderosos visitantes, militares y chasquis: jóvenes mensajeros preparados físicamente desde su infancia para correr por los extensos caminos del inca, que llevaban información valiosa para el control del imperio mediante un sistema de postas.

Termino el recorrido frente a planos y maquetas que muestran la dimensión del sitio, y objetos colectados en algunas excavaciones arqueológicas. Después de quinientos años del avistamiento del Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa y la ocupación española, aún falta mucho por saber sobre el estilo de vida en esta ciudad del color. Las interpretaciones de las pinturas y su significado siguen suscitando admiración e incógnitas. Véalas usted mismo.

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