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Casa Loma: puente entre dos mundos

Texto y fotos: Javier Pinzón

Recorro las calles de Toronto asombrada por su innovador aspecto, con edificios de vanguardia y rascacielos que dibujan en el horizonte una silueta digna del siglo XXI. Sin embargo, al caminar un poco más por la ciudad encuentro un misterioso punto, sobre la cima de la ladera Davenport, que pareciera estar fuera de lugar, pues altera por completo el moderno paisaje. Es Casa Loma, un castillo al estilo de los que abundan en el viejo continente.

Esta enorme mansión fue construida por orden del multimillonario Sir Henry Mill Pellatt, quien intentaba copiar el castillo de Balmoral, en Escocia. Para construirlo, el magnate elaboró los planos con ayuda del arquitecto canadiense Edward James Lennox. El propietario anterior había bautizado el terreno como Casa Loma, y Pellatt decidió conservar este nombre.

Su construcción, que tardó tres años y costó 3,5 millones de dólares, terminó en 1914. En su momento fue la residencia más grande de Canadá, con sus 6.011 metros cuadrados, 98 habitaciones y siete pisos decorados con piezas de arte canadiense y del mundo entero. Hoy, un siglo después, anualmente más de 350.000 personas visitan Casa Loma y sus jardines.

Pellatt estuvo involucrado en muchos aspectos fundamentales del desarrollo de Ontario, como el aprovechamiento de las cataratas del Niágara para generar energía eléctrica. Sin embargo, su fortuna no fue suficiente para sostener el sueño de Casa Loma. Debido a las enormes deudas y a las nuevas regulaciones gubernamentales, que acabaron con el monopolio de la energía eléctrica, su dueño solo pudo disfrutar el castillo durante diez años.

Tras la bancarrota de Pellatt, Casa Loma tuvo varios destinos. Durante la década de 1920, la casa fue un popular local nocturno, donde se presentó la banda The Orange Blossoms, más conocidos como Glen Gray y la Orquesta de Casa Loma. Sin embargo, con el advenimiento de la Gran Depresión, estas paredes de antaño fueron de nuevo olvidadas.

En 1933, la ciudad de Toronto expropió el castillo debido a la gran suma de impuestos adeudados. Se consideraron diferentes usos posibles, incluyendo un museo, una galería de arte, una clínica para veteranos de la guerra o una residencia permanente para las quintillizas Dionne (unas niñas muy populares en la época por ser las primeras de su condición que superaron la primera infancia). Ninguna de estas iniciativas se concretó e incluso se consideró la opción de demoler la edificación.

Por fin en 1937 Casa Loma logró revivir, cuando el Club Kiwanis tomó el control y, tras una ardua remodelación, la abrió al público. En 2004, la ciudad arrendó la propiedad para que fuera manejada como un museo y centro de eventos, y en 2011 se conformó la Corporación Casa Loma. Por eso hoy logramos visitar este excéntrico lugar, como pocos en Norteamérica.

La edificación está llena de expresiones típicas de un castillo, a pesar de ser una casa grande. Sus formas incluyen torretas, parapetos, chimeneas, pórticos, invernaderos, terrazas y grandes jardines. Para su construcción se utilizó arenisca de Credit Valley y un molde de piedra romana para revestirla. Las paredes, cubiertas con mármol blanco de Carrara, resguardan detalles que vale la pena mencionar. En el piso principal se encuentra el gran salón, con un techo de 18 metros de alto, en donde luce el escudo de armas de Pellatt. Allí se encuentra la biblioteca, que tiene un lujoso piso de roble, y el comedor, enchapado en madera de nogal. A pesar de las diversas funciones que Casa Loma ha cumplido a lo largo de la historia, algunos lugares conservan parte del mobiliario original y detalles como el piso de mármol del conservatorio y la sala de desayuno.

Como es de esperarse, esta lujosa vivienda tenía pasadizos ocultos. En el estudio de Sir Henry, los paneles de caoba ocultan una puerta secreta a cada lado de la chimenea. Hay un elemento muy curioso en el baño principal, que es una ducha diseñada para rodear todo el cuerpo con los chorros de seis grifos controlados por tres tuberías. Desde el tercer piso, que alberga el Queen’s Own Rifles Museum (museo de armas), es posible subir a las torres del castillo por una estrecha escalera y observar desde las ventanillas una magnífica panorámica de la ciudad.

Otro lugar interesante de la propiedad son los establos, donde vivían los caballos de lujo de Pellatt, quien también resguardaba allí su colección de vehículos motorizados y su amplia variedad de plantas, que cultivaba en un extenso vivero. Pero quizá lo más característico es su torre gótica de cinco pisos, que evoca los castillos medievales.

Casa Loma no solo es un lugar imprescindible de Toronto, sino que es un hito que representa la esencia e historia de la ciudad; por eso es común ver su silueta en los folletos turísticos. Así que cuando visite la capital de Ontario le recomiendo visitar este fascinante escenario, que tiende un puente entre el viejo y el nuevo continente, conectando el Toronto de hace un siglo y el actual.

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