Una vida de pereza
Texto y fotos: Javier A. Pinzón
Desplazándose lenta, muy lentamente en el bosque tropical, este mamífero ha hecho de la lentitud su forma de vida. El perezoso, que no es ningún oso, pasa hasta 18 horas del día dormitando. Y lo puede hacer sin preocupaciones, puesto que es casi invisible para los depredadores gracias a un liquen verde que crece sobre su pelaje y a su forma de colgarse en los árboles. Pero el perezoso es perezoso también porque su naturaleza le ayuda. Ante un suculento platillo de hojas e incluso ante un disturbio, puede girar su cabeza casi trescientos sesenta grados, lo que le evita el gasto de energía que sería mover todo su cuerpo. El perezoso es, sin duda, el Bob Marley de la naturaleza.
Néstor Correa, miembro de la Asociación Panamericana para la Conservación (APPC), es experto en el maravilloso mundo de estos animales que han hecho de la pereza su mejor arma defensiva. Con todo y su lentitud, los perezosos —mamíferos placentarios del orden Pilosa y superorden Xenarthra— tienen muchos años de estar en la Tierra, ya que su pariente más antiguo es el megaterio americano, que medía de seis a ocho metros y vivió hace unos 8.000 años.
De las cuatro familias que existieron, hoy solo nos quedan dos: la Megalonychidae, en donde están las especies de perezosos más antiguas, caracterizadas por poseer dos dedos, y la familia Bradypodidae, compuesta por cuatro especies; son llamados perezosos nuevos o de tres dedos. La primera familia se divide en Choloepus hoffmanni, que habita en Centroamérica, Colombia, Ecuador y Perú, y la Choloepus didactylus, que vive en Suramérica. Se cree que el perezoso panamericano o ermitaño, de cola larga y que medía hasta cinco metros de altura, evolucionó a partir de la segunda familia. Entre las especies de esta familia están el B. torquatus, que habita en Río de Janeiro y Bahía; el B. tridactylus, del Amazonas; el B. Variegatus, de Centroamérica, México y Sudamérica, y, por último, el B. Pygmaues, exclusivo de Panamá y en peligro crítico de extinción.
Diferencias entre las dos familias
Las principales diferencias son su tamaño y su peso. El perezoso de dos dedos mide más de 75 cm y pesa hasta ocho kilos; mientras que el de tres dedos mide sesenta cm y pesa entre cinco y seis kilos. La otra diferencia la dice su propio nombre: el de dos dedos tiene dos uñas en las patas delanteras y tres en las traseras, y el de tres tiene tres en ambos pares. El de dos dedos no tiene cola, su pelo es suave y de color café y usualmente la cara es de un tono café más claro. El de tres dedos tiene cola, su pelo es áspero y gris, y posee una sombra como media máscara en sus ojos. Los dos tienen uñas afiladas en forma de gancho, que les sirven para colgarse de las ramas y defenderse. Curiosamente, tienen la capacidad de volverse, por un instante, más rápidos que un felino cuando están en una situación de peligro.
Estos carismáticos perezosos han logrado sobrevivir escondiéndose en el bosque. Ellos suben a las ramas altas de los árboles, comen y se enroscan a dormir. Metabolizan con extremada lentitud, por lo que pueden tardar en defecar de dos a siete días. Puesto que comen poco y duermen mucho, han logrado sobrevivir por muchos años. Se alimentan principalmente de hojas y flores, que cogen con la boca y mastican, también, con extraordinaria lentitud. La comida favorita del perezoso de tres dedos es la cecropia, árbol tropical muy común, aunque también se alimenta de otros como el barrigón, cuipo, indio desnudo y espavé. En ocasiones el perezoso de dos dedos se alimenta de fruta. Por otro lado, el perezoso pigmeo, exclusivo de la Isla del Escudo de Veraguas en Panamá, se alimenta de mangle rojo. Las hembras tienen solo una cría, que permanece pegada a la madre hasta los nueve meses de edad, cuando la perezosa los comienza a tratar con cierto desdén, pues es hora de que comiencen una vida independiente.
Cuando están colgados de los árboles, los amos de la lentitud de tres dedos pueden desplazarse a unos 0,24 km/h, y los de dos dedos se mueven a unos increíbles 0,27 km/h. En el suelo son aun más lentos, porque su cuerpo no está diseñado para estar con las patas hacia abajo y sus largas garras les impiden caminar, por lo cual prefieren arrastrarse por el suelo. La tala indiscriminada de bosques y la fragmentación de su hábitat por la construcción de carreteras los obliga a desplazarse por el suelo entre los parches de bosque, donde son especialmente vulnerables. De hecho, los choques con autos suponen su principal causa de muerte, de acuerdo con Correa.
Los perezosos son lentos, pero curiosos. Correa ha documentado que es muy común encontrar perezosos huérfanos: las crías intrépidas se sueltan de la mamá, se agarran de una rama débil, caen al suelo y pierden para siempre a su madre. Cuando los bosques están más deteriorados son más propensos a lastimarse, pues la falta de árboles disminuye las probabilidades de poder agarrarse de otra rama antes de caer.
En un bosque sano, con lianas y árboles frondosos y ramas fuertes por todos lados, el perezoso puede volver a agarrarse. En la APPC han visto muchos casos de crías huérfanas también porque la madre se cae del árbol. Si la cría no se separa de inmediato de la madre, seguirá amamantándose hasta que la leche se envenene y morirá intoxicada.
Debido a su popularidad, el tráfico ilegal y la caza furtiva de esta especie se han incrementado de forma considerable, sobre todo de las crías. Por eso en la APPC se trabaja para generar conciencia entre los turistas con respecto a estas malas prácticas. Con este propósito, su vecino y aliado, el Gamboa Rainforest Resort, ha construido instalaciones para que los turistas conozcan el proceso de rehabilitación de los perezosos, respetando sus espacios sin perturbar sus rutinas.
En el centro hay un recinto nuevo, donde pueden comprobar si los pequeños perezosos están listos para regresar a una vida placentera en la copa de los árboles. Por desgracia, algunos de los inquilinos de la APPC no podrán darse ese lujo por haber perdido la oportunidad de aprender de sus madres los instintos de supervivencia, pues su docilidad los convertiría en una presa fácil para otras especies.
Del mismo modo que el perezoso, hay muchos animales que necesitan los árboles para poder vivir, pero la tala indiscriminada está acabando con nuestros bosques. Según un estudio de la revista Nature se estima que se talan 15.300 millones de árboles al año. Los humanos hemos reducido en un 46% el número de árboles desde el origen de la agricultura, hace 12.000 años. Es necesario un cambio de rumbo, hacia un planeta donde todos podamos coexistir.