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CaribeSan Andrés: paraíso caribeño

San Andrés: paraíso caribeño

Por Roberto Quintero
Fotos: Carlos E. Gómez

Apenas nos instalamos en San Andrés, nos entregamos a la aventura. Para hacer el recorrido, alquilamos un vehículo que, a pesar de su gracioso aspecto, cubría ampliamente nuestras necesidades: un carrito de golf, medio de transporte muy popular en la isla y efectivo para turistas inquietos.

Movidos vaya uno a saber por qué espíritu sádico, no nos metimos inmediatamente al hermoso mar turquesa. Arrancamos primero con algo de diversión en interiores. Mejor dicho, nos divertimos interiorizándonos en la historia local. Primero en la Casa Museo Isleña (Island House), edificación típica sanandresana construida en madera, réplica de las casas de los primeros pobladores. Muy interesante para conocer sus costumbres y formas de vida, así como el origen de esa forma tan particular de pronunciar el inglés. La visita culminó con una breve y graciosa clase de baile.

De ahí nos fuimos a la Cueva de Morgan. Según cuenta la leyenda esta fue una de las guaridas de sir Henry Morgan, mítico corsario galés que tuvo su base de operaciones en San Andrés, durante el siglo XVII. Y hasta se cree que hay un tesoro escondido ahí, donde hoy se ha levantado una suerte de parque temático, pequeño y muy simpático. En realidad, se dice que el pirata al servicio de la corona inglesa dejó riquezas ocultas en toda la isla (tan ocultas que nadie sabe dónde están), sobre todo en las profundidades del mar. Anécdota que, sin importar su veracidad, es muy atractiva. Sobre todo para la imaginación. ¡Lo que debe haber sido vivir aquí hace más de trescientos años!

Estábamos pensando dónde apostarnos para captar un lindo atardecer, pero aún nos restaba algo de tarde y decidimos mejor subir a la parte más alta de San Andrés, al barrio conocido como La Loma. Caldo de cultivo de la esencia sanandresana, casi un reducto cultural alejado de los hoteles “todo incluido” y la rumba estrepitosa, donde los más curiosos pueden conocer cómo vive la gente del lugar. Nos recomendaron muchísimo ir, porque desde las alturas se pueden fotografiar las vistas más espectaculares del Mar Caribe, donde el contraste de azules y verdes compone el más bello orgullo de San Andrés: el famoso Mar de los Siete Colores; y es cierto. No solo la altura es propicia, también hay un mirador en el que se puede apreciar la belleza del paisaje marino por un dólar. Diagonal al mirador está la primera iglesia bautista, el templo más antiguo del lugar, que figura entre los atractivos turísticos, por su valor histórico y su pintoresca arquitectura.

El tiempo nos alcanzó para volver a la vía que bordea el mar y manejar hasta dar con un rinconcito anónimo de la isla donde ver morir la tarde. Por dramático que suene, ver el ocaso frente al mar puede ser todo un espectáculo. Y lo fue. Quizás algo nublado y sombrío para un soleado día en el paraíso, pero créanme que ha sido uno de los atardeceres más bellos que he visto jamás.

Con la luna ya en su sitio y dispuesta a ser nuestra enigmática guía, resultaba muy poco interesante quedarse a ver la tele. El fotógrafo y yo decidimos que lo mejor era desentrañar los presagios tropicales de una buena noche caribeña. Así enfilamos nuestro auto deportivo el carrito de golf, ¿recuerdan? hacía “el centro”, donde se concentran los sitios de vida nocturna. Estacionamos y nos dimos una vuelta por la Zona Rosa, para ver cómo estaba el ambiente en esta área peatonal que bordea la playa, llena de bares y restaurantes. Todo muy tranquilo; alegre, pero no explosivo. Era viernes, y los lugareños que charlan apostados bajo los faroles aseguran que los sábados es que se pone buena la cosa; ni modo.

Así las cosas, cenamos frente al mar. Y al terminar, nos dimos cuenta de que muy cerca estaba la famosa discoteca Coco Loco, que debe su nombre a la bebida con ron que se sirve en un coco (muy popular en San Andrés, por cierto). Un grupo grande y animado de personas se dirigía para allá. La curiosidad (y las ganas de mover el esqueleto) nos convencieron de ir a echar un vistazo. ¡Allí el ambiente era muy distinto! Música latina sonando a todo lo que da y gente, en su mayoría turistas, con ganas de fiesta, abarrotando un centro nocturno relativamente grande. El dj sabe cómo mantener la fiesta en su punto. Y todos esos cuerpos erotizados por obra y gracia del merengue, la bachata y el vallenato, solo confirman que bailar es uno de los grandes placeres de la vida.

El segundo día de viaje fue mi favorito. Retomamos la carretera tempranito y manejando siempre derecho por la vía que bordea la isla, llegamos a una de las playas más bonitas de San Andrés: Rocky Cay (Cayo Rocoso). La arena blanca y el cálido mar turquesa crean uno de esos rincones paradisíacos en los que uno siempre ha querido estar. Algo alejado de los resorts y los tumultos, esta esquina del paraíso ha sido colonizada solo por pequeños hoteles, bares y restaurantes de escala similar, lo que ayuda a que además sea un lugar tranquilo donde se puede estar a gusto. En frente y a muy corta distancia, está el cayo de piedra que le da nombre a esta playa. El mar es poco profundo, así que quien quiera conocerlo solo tiene que cruzar caminando. Ahí nomás hay un acuario natural, para quienes desean caretear y descubrir especies marinas. También hay un barco encallado que lleva ahí más de treinta años, lo que le da cierto encanto misterioso a la postal caribeña.

No nos quedamos mucho, queríamos continuar el recorrido y así llevarnos una visión general de toda la isla. Llegamos al famoso Hoyo Soplador, fenómeno natural por donde sale disparado un chorro de agua de varios metros de altura (dependiendo de la fuerza del oleaje). Parecido a un géiser, solo que, en vez de aguas termales, este expulsa agua de mar. Los turistas van allí y se paran enfrente, esperando ser impactados por un chorro de agua que valga la pena ser captado en una foto.

Pocos kilómetros más adelante, dimos con un lugar hermoso llamado La Piscinita. Al llegar, sin saber todavía lo que nos esperaba, pagamos la entrada (un dólar por persona) y nos dieron un puñado de pan a cada uno. Le pregunté a la muchacha “¿Cómo sabías que tenía hambre?”, y ella muerta de risa me contestó: “Es para darle a los peces”. Y es que además del paisaje marino espectacular que se disfruta en este balneario, en el agua hay una gran variedad de peces de colores esperándote. Sin oleaje ni peligro, se puede disfrutar de un tranquilo baño de mar, practicar la natación y apreciar el fondo marino. Yo, como soy flojo, preferí darles el pan antes de meterme al agua, porque esos pececitos estaban muy hambrientos. Fue por gusto, en realidad. Porque cuando me metí a nadar entre ellos, hubo uno de lo más atrevido que me mordió el pulgar del pie izquierdo. Nada grave, obvio, más bien gracioso. En esta profesión, esos son los riesgos de ser un tipo dulce. Después salí; no soy hombre de mar realmente, y preferí contemplar el bello panorama. Podría haberme quedado ahí por siempre.

Por el contrario, manejé a toda máquina ‚Äïexagerando la broma, porque el carrito de golf no desarrolla gran velocidad‚Äï hacía el centro. Entregamos nuestro fiel corcel, almorzamos y nos entregamos a una deliciosa siesta debajo de una palmera. Espero no perder el trabajo luego de esta confesión, pero después de madrugar y el trajín mañanero, menester era recuperar fuerzas. ¡Esa noche íbamos a bailar.

Habíamos reservado entradas para un tour llamado Noche Blanca, una fiesta a bordo de un barco que incluye cena, bar abierto y mucha diversión. El recorrido marino dura poco menos de cuatro horas, en las que el animador, la bailarina, el dj y toda la tripulación se esmeran para que los turistas (casi todos vestidos de blanco) pasen un rato agradable. Eso sí, esto es un paseo solo apto para rumberos. La velada comienza con concursos de baile, la barra más animada y ese tipo de cosas. Y luego de la cena llega el momento más esperado (por mí, al menos): el baile. Vaya forma divertida de culminar un buen día recorriendo San Andrés.

Reservamos el último día para realizar el que muy probablemente sea el tour más popular de la isla: ir a conocer el Acuario y Johnny Cay, dos bellezas por el precio de una. Abordamos la lancha en el muelle Portofino a eso de las nueve de la mañana y llegamos primero al Acuario, un islote que debe su nombre a todas las especies marinas que se pueden apreciar en sus alrededores. En frente se encuentra el cayo llamado Haynes Cay, hacia donde es posible cruzar caminando, para conocerlo y disfrutar de sus bares y restaurantes. Nosotros optamos por tomar un paseo en un barco con fondo de cristal, donde se puede descubrir toda la vida que hay bajo el agua y comprender cómo, a causa de las distintas profundidades, se producen los múltiples colores que tiene el mar.

Pasado el mediodía, llegamos al segundo punto de la gira: Johnny Cay, un cayo pequeño y hermoso. El lugar es ideal para almorzar comida típica y tomarse un traguito, escuchando de fondo algo de música reggae. Yo, después de esa rica sopa de marisco y cansado de todo el sol que tomamos a la mañana, a duras penas pude continuar la jornada. ¡Pero me espabilé! Aprovechamos para hacer un breve recorrido y tomar buenas fotos de toda la belleza natural que nos rodeaba. Incluso quedó algo de tiempo para nadar. Pero el oleaje era muy fuerte y no se sentía muy plácido el chapuzón, así que a los diez minutos me salí. Total, ya empezaban a vocear los lancheros que la hora de partir se acercaba.

Cuando digo que este tour es popular, me refiero a que va muchísima gente. Hay que estar preparado para el tumulto de personas y tener una buena dosis de paciencia, pues para todo hay que hacer largas filas y esperar. Fue una manera ajetreada de despedirnos de San Andrés, pero no podíamos irnos sin conocer estos dos cayos. Solo por su increíble belleza, valió la pena el trajín.


Cómo llegar

Copa Airlines le ofrece un vuelo diario (CM500) a San Andrés que parte desde Panamá a las 11:27 a.m. y arriba a San Andrés a las 12:45 p.m. Además del vuelo CM610, los lunes, miércoles, jueves, viernes y domingos, que sale a las 9:42 a.m. y llega a las 11:00 a.m. En la ruta San Andrés-Panamá, Copa Airlines le ofrece el vuelo diario CM501, que sale a las 7:08 p.m. y llega a las 8:18 p.m. Así como el vuelo CM611, los lunes, miércoles, jueves, viernes y domingos, que parte de San Andrés a las 12:33 p.m. y aterriza en Panamá a la 1:43 p.m.

Dónde hospedarse

La oferta es amplia, pues incluye unas 180 opciones de hospedaje entre resorts, hoteles boutiques, hostales y apartamentos para alquilar. Nosotros escogimos esta última opción y nos quedamos en las cabañas The Retreat HomeAway, en el barrio Sarie Bay, calle 6, diagonal a la Tienda Caravana.

Para más opciones puede consultar: www.booking.com

Dónde comer

Le recomendamos El Rincón de la Langosta, cuya especialidad son los platillos locales, pero el menú es amplio. La comida es deliciosa y la vista es increíble, ya que el restaurante, todo de madera, está construido sobre un risco prácticamente sobre el mar. Carretera Circunvalar, kilómetro 7.

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