Medellín: Ciudad Botero
Por: Julia Henríquez
Fotos: Demian Colman, Julieta Duque, Museo de Antioquia
Mi primer acercamiento al artista plástico Fernando Botero fue la portada de un libro en la biblioteca de la casa que me vio crecer. Una imagen que todavía guardo en mis recuerdos: un busto de bronce, de medidas impresionantes y una pequeña cabeza humana asomándose arriba. Busto, nombre original de la pieza, fue, de cierta manera, parte de mi infancia.
Fernando era tan solo un adolescente cuando realizaba su primera exposición como artista. La primera obra con la que empezaría a trazar un camino interminable fue inspirada en una mandolina, la cual le permitió conocer y enamorarse de los volúmenes, que hoy en día les dan las dimensiones a sus obras mundialmente conocidas.
Como un giro inesperado del destino, un día caminando por Buenos Aires me enfrenté a ese busto de la biblioteca de mi casa: esta vez fue en vivo y en directo. Más grande de lo que imaginé e incluso más memorable que la tapa del libro en el que solía verlo. Esta sería solo la primera de las muchas esculturas del artista que me cruzaría en el camino.
Luego de recorrer el mundo y lograr una fama sin fronteras, Fernando Botero, instalado entre Europa y Norteamérica, decidió contribuir al afán por invertir en cultura y educación de su ciudad natal: Medellín.
El Museo de Antioquia, inaugurado en 1882, sufrió una serie de reformas y reubicaciones a lo largo de los años, siempre en la búsqueda de mantener la cultura, la historia y la educación de los citadinos como bandera. En la década de los 70, en uno de los intentos de agrandar la colección del museo, inició una relación con el artista mediante la donación del cuadro El exvoto y la promesa de próximas ayudas. En 1984 el artista donó 18 esculturas más y a mediados de los años 90 se alió con la dirección del museo y la Fundación Ferrocarril de Antioquia para restaurar salas internas y la fachada del Palacio Municipal. En 1999 viajó a Medellín para supervisar las adecuaciones de la nueva sede mientras sus obras aterrizaban en suelo paisa.
Estas últimas reformas incluyeron el megaproyecto de la Plaza Botero, 7.000 m² al aire libre con una muestra permanente y gratuita de 23 esculturas. Y ahora, entre estas 23 figuras enormes, me vuelvo a encontrar con él y con mi infancia. Soy una hormiga que camina entre bronce con caras, cuerpos y curvas que me hacen creer que las historias de los libros son realidades para quienes se atreven a soñar en dimensiones abstractas.
El recorrido que me llevó desde la biblioteca de mis padres hasta este momento no fue ni fácil ni corto, pero el camino que se abre entre las figuras que tengo frente a mí no tiene comparación. Para realizar este proyecto fue necesario comprar y derrumbar varias casas que estaban frente al museo, para luego diseñar y construir la plaza, cuyo atractivo principal, claramente, son las obras expuestas del escultor y pintor más reconocido del país. Caminar por la plaza es fundirse entre una mezcla de acentos, idiomas y cámaras que disfrutan de la majestuosidad de las esculturas, las cuales parecen reposar bajo el sol antioqueño. Es irreal ver, en primera fila, estas figuras míticas que han visitado el mundo, invadiéndolo de un nuevo sistema de belleza, inmensas en altura y, por supuesto, en grosor.
Fernando Botero ha creado un estilo tan marcado y único que tiene nombre propio. El boterismo es la técnica utilizada para engordar cada elemento representado en el cuadro, sea una figura humana, un objeto o hasta un pequeño detalle en el fondo. Las distintas colecciones reflejan las pasiones del artista, la cultura antioqueña y la memoria. Memoria y reflexión sobre el conflicto armado colombiano, la narcocultura y hasta una demanda por el incumplimiento de los derechos humanos alrededor del mundo.
La plaza, visitada también por vendedores ambulantes con souvenirs no oficiales de todo tipo, es el recibimiento perfecto frente a la entrada del museo. Es además un campo abierto en medio de edificios que permite admirar la arquitectura circundante y el pasar de la vida en el medio de la ciudad.
El museo cuenta con una colección completa de pinturas, borradores y esculturas en exhibición interna permanente, además de una sala interactiva dedicada a Pedrito Botero, hijo fallecido de Fernando, para que los más pequeños se acerquen a las creaciones y la historia del artista desde otra perspectiva.
Frente a las violentas imágenes que pretenden narrar el eterno conflicto colombiano, recuerdo la primera vez que vi sus pinturas. Me las mostró alguien que ya no está en este plano, cuya alma brillaba mientras me hablaba de arte. Muy pocos meses después se convirtió en parte de ellas de la peor manera, lo hicieron víctima de esa guerra fratricida. Fue por ello que veté al artista durante varios años. Hoy me enfrento de nuevo a los crudos relatos de Botero, veo sus trazos y entiendo que la memoria debe estar presente, que el artista no me castiga al mostrármela; me enseña una demanda, pues él no se olvida y nos pide no repetirla. Respiro y tomo las imágenes, la memoria. Continuo.
Pedro (1974). Fernando Botero. Óleo sobre tela (Oil on canvas). Colección Museo de Antioquia.
El museo no solo está dedicado al mayor exponente artístico de la ciudad, ya que la colección completa alberga más de 5.000 piezas, en las que se puede interpretar el surgimiento, recorrido y paso de la historia artística de Antioquia y Colombia en general.
Es una colección viva que se amplía día a día con muestras de piezas históricas y contemporáneas nacionales e internacionales, aparte de actividades culturales de todo tipo, envolviendo cada vez más a los ciudadanos e incitando a su participación en el mundo artístico desde cualquier ángulo posible.
Otra de las salas permanentes del museo está dedicada a Luis Caballero, artista bogotano que conquistó las galerías y muestras de arte a escala mundial después de su triunfo en la primera Bienal Coltejer, en 1968. Sus famosos cuerpos desnudos impactaron al mundo contando historias con trazos únicos.
Con apenas 25 años, Caballero empezó su carrera a la cima con la megaobra Políptico, de Coltejer, o Cámara del amor. De medidas insólitas, la obra obliga a ser degustada de una manera activa. Los paneles amarillo y azul deben ser recorridos para, poco a poco, desvelar las figuras que se asoman a lo largo y ancho.El cubo, en este caso expuesto desarmado, se pensó para atrapar al visitante; sin embargo, su forma actual no minimiza el impacto de pararse al frente y bajo la obra, recorrerla y dejarse absorber por las sombras y los colores que casi parecen moverse con uno. En ella, de nuevo soy una hormiga que recorre y reconoce el camino; aquí los cuerpos me rodean y me miran a lo lejos.
El museo cuenta también con la sala El Barro Tiene Voz, donde encontramos piezas de cerámica que cuentan la historia de los pueblos originarios colombianos.
Lo interesante de esta sala es que también construye una línea desde estos tiempos ancestrales hasta la actualidad, exhibiendo tanto tradiciones cerámicas populares como la obra de artistas contemporáneos que acuden al barro.
La sala Historias Para Repensar se enfoca en arte de finales del siglo XIX; un viaje por el tiempo de la tradición artística de la región, para comprender mejor la idiosincrasia de la ciudad y el departamento. Y en la sala Siglo XX-XXI, como su nombre lo indica, se exhiben obras de arte moderno y abstracto que combinan nuevas formas de expresión. Y finalmente está la sala Internacional, parte de la donación del maestro Botero, donde se encuentran piezas originales de artistas internacionales que marcan la historia del arte mundial. Está allí para el disfrute de todos.
Por ahora, este ha sido el último y más profundo acercamiento que he tenido con Fernando; sí, ahora lo llamo por su nombre. Del maestro me hice amiga a lo largo de mi vida y espero poder seguir teniendo estos encuentros tan íntimos. Él no sabrá personalmente de mí, pero estas reuniones seguirán alimentándome esa imagen del gigante del libro, que en verdad era un humano diminuto con sueños gordos, sueños que ahora me encuentro hechos realidad durante mi existencia.