Luis Tosar: En Colombia la vida es exageradamente real
Por Iván Beltrán Castillo
Fotos: Lisa Palomino
Pese a que estaba acostumbrado a visitar realidades oscuras, universos densos, mundillos trágicos y atmósferas intolerables, Luis Tosar, uno de los intérpretes más famosos de la península ibérica, tuvo que echar mano de sus más afinados recursos para entender y reflejar al personaje que interpretó en la cinta Operación E, recreación de un reciente episodio histórico, pugnaz y trágicamente verídico. Se trataba, dice, de recrear los días excepcionales, el paisaje alternativamente hostil, el cruel anecdotario y los pormenores increíbles de la guerra infinita que padece Colombia.
Tosar nunca había estado tan cerca de un personaje como en esta ocasión. Fue mágico; una aparición, en el sentido exacto de la palabra. Siempre los guiones le dibujaron seres neblinosos, habitados por una intensa savia ficcional, pertenecientes al mundo de las fábulas; nunca, un hombre tan inmerso en la pequeñez, la contradicción y la desesperanza de la realidad, ni que se encontrara reo de una turbulencia incesante, como si formara parte de una película desprovista de final.
José Crisanto Gómez ilustra puntualmente a los sectores más golpeados de la realidad colombiana. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la guerrilla más antigua de América Latina, le obligaron a cuidar a Emmanuel, el hijo de la ex secuestrada Clara Rojas. El niño llegó a su hogar con pocos meses de vida y en un deplorable estado de salud. Crisanto no tuvo otra salida que aceptar ‘la encomienda’ de las Farc, pero sus buenos servicios terminaron enredándolo en un atajo de líos. Fue acusado de secuestro, pagó cuatro años de cárcel, su papel en la historia fue puesto en duda por la dirigente Clara Rojas y lo único que pudo hacer para defenderse fue escribir un libro contando su verdad, el cual tituló El hijo de la selva. “¿Qué necesidad tenía yo de secuestrar a un niño, teniendo siete conmigo?”, dice hoy asombrado. Su historia es de película, sin duda, y lo que vivió le cambió la vida para siempre.
Sus trabajos fueron muchos (recolector, comerciante ocasional, minorista, cuidandero) y, cuando la crisis llegó a su colofón, otro de los cientos de desplazados que infestan las ciudades. Siempre magramente remunerado, incluso, debió fungir como ‘raspachín’; es decir uno de esos jornaleros que recolectan y venden la hoja de la coca o la raspan para producir pasta, convirtiéndose, más por hambruna que por ambición, en los proletarios y alfiles del narcotráfico internacional.
Por eso Luis Tosar sintió una extraña sensación al enterarse, poco tiempo después de que leyera el libro cinematográfico escrito por Antonio Onetti, de que se encontraría cara a cara con su personaje. Estuvo inquieto muchos días, como si a un escritor le dijeran que está invitado a una velada para intimar con uno de sus más queridos personajes. Antes, estudió milimétricamente la psique, el léxico, los modismos, barbarismo, groserías y gráficas expresiones de los hombres campesinos de Colombia. Para ello contó con la asesoría de un médico colombiano, quien le dio lecciones intensivas durante más de tres meses, y se hundió en el estudio de las coordenadas de la geografía agreste de la jungla.
Y entonces lo vio después de haberlo presentido. Estaba frente a él. Era José Crisanto, la víctima y el chivo expiatorio de un conflicto insensato: de la guerrilla, del gobierno, de los medios de comunicación, de los burócratas y hasta de los leguleyos que pasan sus días en pos de enredos jurídicos que puedan enriquecerlos. Es el héroe de Operación E, cinta dirigida por el cineasta español Miguel Courtois.
Nadie, a primera vista hubiese encontrado parecido posible entre los dos hombres unidos por la casualidad fulgurante. Crisanto es macilento, cobrizo, de baja estatura y un imaginativo podría compararlo con la estatuilla de una pequeña deidad pagana. Tosar, en cambio, es un gallego característico en cuyo rostro la belleza bordea con lo indescifrable, lo recóndito, lo temperamental.
Se hicieron amigos prontamente. Caminaron juntos por las calles de Cartagena, Madrid y Bogotá, y ahora cada uno siente al otro como su doble entrañable. Tosar piensa que esta es una de las mejores cosas que le heredó su arte: un cara a cara entre la prosaica vida común y la excepcional existencia.
Cuando estuvo en Bogotá, la pareja se hizo notable porque no se despegaba. Todas las entrevistas, actos sociales y hasta todos los desayunos y almuerzos fueron compartidos. Según dice Tosar, entre él y ‘su fantasma’ se estableció un puente construido por el sentido del humor no exento de crueldad que ambos destilan suavemente.
“Andando por Bogotá con José Crisanto”, evoca Luis Tosar, “rememoré mis premios, mis distinciones, el brillo de la fama. Pero ninguna de esas cosas mundanas me conmovió ni pareció importante. Lo que justifica la actuación y nutre el arte es la conciencia sensible que éste ilumina y parece un fuego en medio del paraje más desapacible. Y claro, la posibilidad de sentarte un día a desayunar con tu fantasma predilecto, de asistir a la encarnación de un querido personaje”.
“Hay cosas de mi experiencia española, vivencias del pasado, que me permiten entender mejor que nadie las turbulentas historias acaecidas en esta parte del mundo. A esos recuerdos acudí para la construcción de este fascinante personaje. Guardo entre mis papeles y documentos mucha información sobre América Latina, especialmente sobre Colombia, entre otras cosas porque en la ficción fílmica ya había sido colombiano. Fue en Miami Vice, donde interpreté, como suelen hacerlo los actores con una frecuencia alarmante, a un narcotraficante colombiano”.
El tener un extenso prontuario cinematográfico y teatral, de haber fatigado en las tablas a Shakespeare, Bertolt Brecht y Tennessee Williams, de ser el protagonista de más de cincuenta piezas fílmicas, y también el no haber sido ni mucho menos indiferente a los problemas sociales, ideológicos y políticos de su tiempo, fueron ingredientes vitales y propulsores para sacar adelante este reto.
“Desde Europa, la realidad de Colombia se entiende de otra manera”, afirmó, recordando su participación en la recién estrenada cinta. “Es como un murmullo distante al que prestamos atención, pero cuyo mensaje precioso no entendemos bien porque se nos pierde, nos llega incompleto. Las azarosas jornadas que viven los hombres y mujeres en estos sitios difíciles son como fragmentos extraviados, perdidos en el espacio y el tiempo, lejanos del mundo providencial, desarrollado y altanero de las grandes ciudades. Aprendí que la vida es más ardua, más dura y cruelmente real en esta parte del mundo”.
“Filmamos en Puerto López y otras poblaciones del departamento del Meta tiranizadas por una ley del silencio que opera de manera natural. Y aunque existe allí un conflicto que expele gravedad, es casi imposible hablar con nadie de eso. Entonces debes rastrear la verdad en el aire, capturarla con tu capacidad de observación, intuirla en el latido sobrecogedor de la tierra, en las miradas recelosas, en la huellas del cielo, a veces pesado y como anunciando tempestades y a veces radiante, celeste, enceguecedor, casi parlante”.
Sensible, como Galicia
Luis Tosar viene de una España que no es la de los toros y el serpenteante flamenco, ni la de los poderosos industriales y banqueros, ni la de los obispos altivos e impostados como retratos renacentistas, ni menos aun la que enseñan coquetamente las tarjetas postales, sino de ‘la otra’, la que permanece innombrada, la que aún no se despega totalmente del pasado feudal y que en más de una ocasión se exaspera por su dependencia de Madrid. Una España, en suma, no menos excéntrica y aislada que Colombia o Bolivia, dos países muy caros al actor, la primera por Operación E, y la segunda porque allí tuvo su otra experiencia límite latinoamericana, cuando filmó También la lluvia, película que reseña líricamente el movimiento indígena que se enfrentó a una transnacional cuyo fin era privatizar el agua en Cochabamba.
“Soy gallego, y eso es más expresivo que decir soy español”, afirma. “Galicia es una región sensible, melancólica, inconforme, muchas veces olvidada. Una región lluviosa con grandes hatos de ganado y sembradíos enormes, donde los recolectores tienen semblantes meditabundos y acontecidos. En ella no han faltado los movimientos independistas, los grandes batalladores de la conservación de la lengua (nuestro amado gallego) ni los vanguardistas y los hacedores de arte que intentan desentrañar la identidad y el alma de la región y fundar nuevos caminos. Entonces, y aunque la realidad latinoamericana parece tan especial y tan inaccesible al espíritu racional de los habitantes del viejo continente, existe una cercanía secreta, un parentesco y una ligazón espiritual”.