Las aguas antiguas de Guyana
Por Juan Abelardo Carles
Fotos: Carlos E. Gómez
El Macizo Guayanés es una tierra misteriosa y antigua: cuando los Andes imponentes apenas comenzaban a mostrar sus crestas sobre el mar, los peñones de aquel ya se levantaban, orgullosos y desafiantes hacia el cielo. Ni siquiera ochocientos millones de años de erosión han logrado destruir del todo sus duras formaciones rocosas de arenisca y cuarcita, que hoy han pasado a ser abruptas mesetas, conocidas como tepuys. Entre estas fortalezas inexpugnables, coronadas por vegetación de páramo en sus almenas, y el Océano Atlántico se extiende el territorio de la República Cooperativa de Guyana.
Georgetown, capital del país, se despliega sobre una llanura costera, en la orilla oriental de la boca del río Demerara. La ciudad es cruzada de forma cuadricular por canales en cuya desembocadura hay unos curiosos portones, que se activan por contrapesos y son llamados cockers. En época de inundaciones, los contrapesos se liberan y los pesados portones se abren, dejando que las aguas drenen con más rapidez hacia el mar. Las inundaciones, aunque poco frecuentes, tampoco son raras, más aún cuando la zona costera del país está a poco más de un metro bajo el nivel del mar.
Los cockers evidencian la cambiante historia de Guyana, pues fueron introducidos por los holandeses. Ubicada en una región en la que los límites de los imperios coloniales portugués y español se difuminaban, Guyana fue disputada por Inglaterra, Francia y Holanda, invitadas tardías al reparto territorial del subcontinente. Este país resulta ser tan misterioso para Latinoamérica como los micro-bosques mágicos de sus tepuys. Afortunadamente, a partir del próximo mes, Copa Airlines inaugurará su servicio entre Georgetown y el resto del continente, a través de su Hub de las Américas en Panamá.
En esta ocasión, Panorama de las Américas le ofrece un recorrido a vuelo de pájaro por un destino que tiene mucho para ofrecer y descubrir, un sitio para el aventurero de corazón. La capital, como ya dijimos, se asienta sobre llanuras aluviales, y su arquitectura tradicional no lo oculta. Muchas de las casas supervivientes del periodo colonial inglés están levantadas sobre palafitos, a las que se llega subiendo por elegantes escalinatas. Las ventanas de las residencias más pudientes tienen un curioso alféizar salido y rodeado de celosías, en el que reposaban bloques de hielo que, supuestamente, refrescaban el aire que entraba a la casa.
Un tour por Georgetown debe incluir, entre otras paradas, el quiosco (bandstand) de Seawall, levantado en 1903, en honor de la, en ese entonces, recién fallecida reina Victoria. Cerca de allí se ve un curioso y enorme bohío cubierto de pencas de palma: se trata del Umana Yana (sitio de reunión del pueblo en un lenguaje aborigen local), que fue levantado para alojar en 1972 a la cumbre de los Países no Alineados. En el Museo Walter Roth se puede disfrutar de la colección más importante de piezas de los pueblos originarios. La Catedral de San Jorge, con sus poco más de 43 metros de altura, es uno de los edificios más altos hechos casi absolutamente de madera.
Como San Jorge, varios templos cristianos de distinta denominación surgen frente a plazas, esquinas y calles de la ciudad y el país, pero contrario a lo que ocurre en naciones vecinas, aquí existen numerosas mezquitas e incluso más templos hindúes. Guyana comparte con Trinidad y Tobago la peculiaridad de tener una inmensa población hinduista, en una América donde el cristianismo luce engañosamente mayoritario.
Dicha particularidad se le manifestará en los nombres de quienes conozca; en sus pieles aceitunadas y sus ojos, cejas y cabellos profundamente negros; en los festones que, en los patios de tantas casas, anuncian ofrendas y devociones particulares a Ganesh, Shiva o Lakshmi; en los festivales como Holi, que da la bienvenida a la primavera y empuja a los guyaneses a un frenesí de bendiciones mutuas en la forma de perfumes y polvos de colores; la comida que se ofrece en restaurantes, hoteles y hasta sencillas fondas de la ciudad, aromatizada y tan intensa en sabor, y quizás en el espíritu inclusivo, tolerante y abierto de la sociedad guyanesa.
Pero no se quede en la ciudad: allende las planicies costeras, Guyana se cubre de una rica y exótica selva tropical, habitada desde hace milenios por pueblos indígenas. A solo 45 minutos de la ciudad, remontando el río Demerara y luego el Kamuni, uno de sus tributarios, se puede llegar al Resort de Arrowpoint, que se halla dentro de la reserva indígena de Santa, ocupada en su mayoría por gente de las etnias caribe y arawak. Está tan cerca de Georgetown, que se pueden disfrutar pasadías que incluyen caminatas por senderos interpretativos, canotaje, ciclismo a selva traviesa y las comidas. Si puede, pernocte allí, para que haga recorridos nocturnos en una selva intensamente viva, que le asaltará con los sonidos más extraños, mientras ojos brillantes de distinto color y tamaño lo miran desde todos lados. De regreso a la capital, pase por la Misión de Santa, en la que podrá admirar y comprar artesanías indígenas.
Sobre las costas de Guyana desembocan tantos ríos, turbios por la riqueza en nutrientes y sedimentos, que no es posible encontrar la típica playa costera caribeña de aguas azules, pero eso no quiere decir que el país no las tenga. Fuera de Arrowpoint, un camino de arena blanca y finísima bordeaba la corriente de aguas rojizas. En el Resort de isla Baganara sucede lo mismo, levantado alrededor de la antigua residencia de veraneo de una acaudalada familia guyanesa. La isla Baganara es una de las casi 365 que la sedimentación ha creado a lo largo del río Essequibo, el más grande del país. Curioso es que estas playas tengan mareas alta y baja con diferencias de alrededor de un metro: esto sucede por estar las llanuras del norte de Guyana bajo el nivel del mar.
El río Essequibo, el más grande de las Guyanas, anciano y apacible, sigue su camino al mar sin tributar al Orinoco ni al Amazonas, sus imperiosos e inmensos vecinos. En la mayor isla de su delta, llamada por ello Isla Fort, perduran los restos del Fuerte Zelandia, desde el que los holandeses intentaron inútilmente retener Guyana frente a los ingleses, así como la Corte de Políticas, un edificio público, recientemente restaurado, que les servía para diversas actividades públicas. La fatalidad y la tradición mitológica dictan que ninguna mujer núbil debe permanecer en la isla sin contraer matrimonio, pues las almas en pena de los holandeses que intentaron colonizar la región la acosarán y reclamarán para cumplir su sueño de hacer familia y prosperar.
Las opciones de turismo en Guyana son múltiples, pero casi todas tienen algo en común: son de bajo impacto ecológico y casi siempre involucran un esfuerzo conjunto entre comunidades locales, empresarios, instituciones académicas y de investigación y el gobierno. Arrowpoint y Baganara son ejemplos de ello. El Centro para la Conservación de la Selva y el Desarrollo en Iwokrama también lo es. Para llegar a Iwokrama es más cómodo tomar un avión hasta Annai, y de ahí viajar por la carretera central por cerca de cuatro horas. El complejo turístico-científico se localiza en la enorme reserva natural del mismo nombre (casi 405.000 hectáreas).
La reserva de Iwokrama fue donada en 1989 por Guyana a la comunidad internacional, como prueba de su compromiso con la investigación y preservación del medio ambiente y para demostrar que una selva tropical puede ser rentable sin ser destruida. El Centro de Investigación funciona desde 1996, ejecutando diversos proyectos científicos en conjunto con universidades y otros centros de investigación del mundo. La oferta turística, ideada para ayudar a costear las investigaciones, incluye, aparte del alojamiento, avistamiento de fauna, canotaje en el río Essequibo y un sendero suspendido en el dosel de la selva, que para el equipo de Panorama de las Américas, fue una de las mayores atracciones.
Al contrario de otros tures de dosel (canopy), en éste no hay que dejarse ir entre las paradas suspendido de poleas, sino que se puede caminar. Esta atracción es manejada en conjunto por empresarios privados, el Centro de Iwokrama y miembros de la etnia makushi, que ofrecen también una maravillosa experiencia de alojamiento en Atta Rainforest Lodge. Luego de un día intenso de actividades, resulta maravilloso ducharse bajo las estrellas, compartir la cena y las experiencias del día con los demás huéspedes y luego retirarse al descanso arrullado con el canto lejano de los monos aulladores y miríadas de insectos.
Iwokrama está ubicada en el Rupununi, una de las provincias más extensas, ricas, diversas y agrestes de Guyana. Además de las selvas tropicales, Rupununi también comprende una extensa sabana tropical, en la que se entremezclan los asentamientos makushi con estancias agrícolas. Algunas de ellas, como Rock View Lodge, ofrecen alojamiento y atracciones de agroturismo. Para un citadino resulta gratificante recorrer las piscifactorías, los gallineros y sobre todo las huertas orgánicas en las que, además de los vegetales y frutos conocidos, también se ven otros locales que luego se degustan en el mismo restaurante del Lodge. Desde aquí también se organizan cabalgatas por los llanos en las que es posible ver al tamandúa, extraño oso hormiguero de las sabanas, avistar avifauna y emprender giras a las selvas de Iwokrama o practicar montañismo en la cercana cordillera de Pakaraima.
En lenguas originarias, Guyana quiere decir “tierra de muchas aguas”, y aunque las pandas llanuras hacen pensar que los múltiples ríos del país siempre llevan sus corrientes con una lentitud parsimoniosa, allá donde nacen, sobre los manteles verdes de los misteriosos tepuys, la cosa es muy distinta. Y si no lo creen, basta visitar la sorprendente catarata de Kaieteur. El río Potaro lanza 45.000 galones de agua por segundo, desde una altura de 256 metros, en camino a fundirse con el Essequibo. En este sitio, la joya natural del país, concluye esta relación muy preliminar de Guyana, una tierra hasta cierto punto extraña, en la que se congregan las nostalgias y los misterios del pasado junto a las esperanzas del futuro.
Tome nota
A partir del 11 de julio de 2014, Copa Airlines ofrecerá dos vuelos semanales a Georgetown, capital y mayor ciudad de la República Cooperativa de Guyana. Las cadenas hoteleras del mundo apenas se abren paso en el país, pero hay hoteles de servicio muy completo, íntimo y familiar en la ciudad, habilitados en antiguas mansiones coloniales. El equipo de Panorama de las Américas se alojó en dos de ellos: el Roraima Duke Lodge y el Cara Lodge. El país es grande y poco poblado, y muchas de las atracciones naturales son de difícil acceso. Se sugiere el uso de un tour-operador profesional. Esta revista usó a Wilderness Explorers. La gira de Panorama de las Américas a Guyana fue posible también gracias a la coordinación y el apoyo de la Autoridad de Turismo de Guyana.