La Feria de Mataderos: Homenaje a las tradiciones
Por: Julia Henríquez
Fotos: Demian Colman
Todavía recuerdo la primera vez que fui a Mataderos. Ya había recorrido otras ferias de Buenos Aires, todas con su encanto, y cada una se había hecho cargo de fascinarme con la calidad de las artesanías, el colorido y la creatividad. Sin embargo, con tan solo acercarme a la Feria de Mataderos pude prever que la experiencia sería diferente. Faltaban aún metros para la entrada, y la música ya invadía el ambiente mientras los olores a chorizo y asado abrían el camino. El ambiente era de fiesta y, sin duda, de fiesta rural, campesina, gaucha.
Y sí. Una vez traspasas el cartel que anuncia la Feria, la ciudad queda a años luz y el campo va entrando de a poco a lo más profundo de tu fin de semana. Las artesanías, dispuestas a lado y lado de la calle, hacen un camino casi ceremonial, que conduce al corazón de las tradiciones argentinas. Maderas talladas, cuchillos, dibujos labrados en cuero, ponchos y platería. La mayoría, con temáticas referentes al campo y la vida del gaucho. Es imposible no perderse entre los stands, pero más difícil aun es no dejar todo el dinero allí mismo. Hasta el más recatado se volverá, de repente, comprador compulsivo. Lo he visto.
La Feria fue creada en 1986 con el fin de generar un lugar permanente para la producción y muestra de las actividades vinculadas con las raíces culturales del país. Nació en medio del barrio Mataderos, precisamente el lugar donde, desde 1900, residían los mataderos de ganado en la ciudad. De esta parte de la historia hoy solo se ven carnicerías y negocios de venta de productos de granja; pero la tradición de la pampa sigue calada en el alma del barrio más gaucho de la capital del país.
Los senderos abiertos por los artesanos conducen al parque central, presidido por una enorme estatua de un gaucho en su caballo. Es El resero, una obra de arte elaborada como homenaje al campesino por Emilio Sarguinet, en 1932. A un lado está la Recova, que fue el Mercado Nacional de Hacienda y hoy es Monumento Histórico Nacional. Y, arriba, el escenario. El presentador, vestido, por supuesto, con la ropa tradicional del campo argentino, boina y pañuelo incluidos, habla al público como si lo conociera de siempre y con orgullo llama a los invitados del momento. En la tarima de la Feria se han presentado todo tipo de artistas, tanto en formación como de gran renombre —Víctor Heredia, por ejemplo—, por lo que vale la pena revisar la programación de antemano.
La muestra musical no tiene descanso: inicia a las once de la mañana, y no para hasta el anochecer. Es el alma y la esencia de la feria. Y así como en otros continentes todos los caminos llevan a Roma, todos mis caminos conducen al baile. Este es el lugar para disfrutar de una chacarera o una zamba argentina en acción. La música suena y, en medio de la calle, las manos se elevan y se agitan pañuelos. Los hombres forman una fila y las mujeres, en frente, otra. Sonríen, aplauden, zapatean y dan vueltas. No puedo evitar tratar de intentarlo. Me encuentro con sombreros, botas, boinas y faldas largas. Todos siguiendo el ritmo con las palmas y los zapateos.
Pasado el mediodía, el hambre ataca y el olor a leña invita. La gastronomía típica es otra fase de esta Feria que busca en cada esquina resaltar la argentinidad, esa que toma mate y come carne. Pero la carne es solo uno de los platos a ofrecer. Empanadas, humita —un plato a base de maíz—, pastelitos, torta frita y el súper tradicional locro son algunas de las opciones que ofrece el sabor del campo.
La comida regional también es parte de la muestra artesanal. Mientras por un lado verás adornos y ropa hecha a mano, en otros verás chorizos colgando de las paredes, mesas de quesos, encurtidos y embutidos. Para los más golosos no falta el helado artesanal, el dulce de leche o las mermeladas caseras. Y por supuesto el vino, sin falta, se hace notar.
Cada pedazo de Feria resalta alguna provincia o municipio, cada stand fomenta, a su modo, la producción y el desarrollo de la cultura. Alguna vez un artesano me dijo que era embajador de su país, algo que aquí es más que evidente, donde miles de pedacitos de alma argentina son exhibidos para turistas en todo tipo de planos.
Para los visitantes más recurrentes, o los que no se cansan de aprender cosas curiosas, en las primeras horas de la Feria se ofrecen talleres de todo tipo: tejido, baile, pintura… los talleres van variando y son anunciados cada semana en las redes o en la mítica tarima, entre canción y canción. También hay exhibición de destrezas gauchescas, alrededor de las cuales hay charlas, exposiciones, talleres y proyección de videos.
La Feria, que corre de abril a diciembre, solo se ausenta por cuestiones climáticas extremas. Y las fechas especiales como la celebración del Día de la Pachamama, el Día Internacional del Folklore, la Independencia del Brasil y las fiestas patrias (25 de mayo y 9 de julio), entre otras, tienen un tinte especial, por lo que habrá más público de lo habitual, pero las actividades serán más intensas y llamativas.
Cuando los días empiezan a calentar y el sol, de enero a marzo, se vuelve agotador, la Feria se retira para dar espacio a la Kermesse de los Sábados: los juegos típicos de feria vuelven a la vida, se baila y se canta, hay talleres con artistas plásticos, animadores y directores de teatro que proponen juegos novedosos y dramatizaciones para toda la familia.
Los fines de semana alrededor de la plaza de Mataderos son una experiencia tan singular que la Feria y su programación artística han sido declaradas Patrimonio Cultural de la Ciudad, así como de interés nacional por la Subsecretaría de Cultura de la Nación, y de interés municipal e interés turístico nacional por distintas entidades regionales y nacionales.
Venir a Mataderos es penetrar el alma de la pampa argentina, enamorarse de este país sureño y su gente en medio de una zamba mientras los pañuelos flotan en el aire, y es tener también la posibilidad de renovar el alma al descubrir la felicidad que produce un momento de desparpajo. Y todo esto en medio de la urbe, a 17 kilómetros del corazón de la llamada “ciudad de la furia”.