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Irene va a Alejandría

La civilización cabe en las palabras irreverentes, poéticas o cáusticas de Irene Vallejo en su libro “El Infinito en un junco”, que renuncian a la camisa de fuerza de la academia y a la banalidad de la literatura de consumo. Su obra es un best seller que ha vendido 150.000 ejemplares en el mundo y ha sido traducida a treinta idiomas.

Por: Sol Astrid Giraldo E. 

Fotos: James Rajotte

En medio del ruido contemporáneo, Irene Vallejo pronuncia con voz serena: “Érase una vez”. Y la magia sucede. A la pared gris del pasado se le abre un agujero, en el que ella sumerge la cabeza y, luego, todo su cuerpo. Camina tan segura por los bosques intrincados de la tradición literaria que nos convence de seguirla. Lleva una luz: la de su palabra joven, osada y precisa. Con ella se enfrenta a la muralla de otras palabras: las grandes, graves y clásicas de la humanidad. Una apasionante expedición ha comenzado.

Tiene un nombre: El infinito en un junco. Un proyecto editorial tan ambicioso como su título. Y, hasta se diría, fuera de lugar, en una época enferma de inmediatez y levedad. Sin embargo, la apasionada profesora de Zaragoza, fuera de las grandes capitales y de la industria editorial, se atreve a tomar otra dirección. Se dirige entonces a la raíz lenta de nuestro mundo —allí donde todo surgió, incluso el caótico presente— para circunnavegar las palabras. Hace así un registro de sus obstinados esfuerzos para posarse sobre la piedra, el papiro, la seda, las telas, el papel y hasta la luz (como sucede en el universo digital) en ese dispositivo de memoria que es un libro.

Tras las puertas que abre, de pronto todo está vivo, es germen y aventura. Escuchamos entonces los primeros cantos de la humanidad antes de congelarse en letras, vemos las primeras letras antes de posarse en el papiro crujiente, palpamos los rollos en los que apenas se escribirán los libros. Nos sumergimos en las playas de Homero cuando estaban húmedas, en los trabajos de Hesíodo cuando sudaban, en las tragedias de Eurípides cuando horrorizaban, en las historias de Heródoto cuando estaban calientes.

Irene, ciudadana de su tiempo; sin embargo, no deja de recordarnos que la globalización empezó en Alejandría, que un epigrama de Marcial tiene las dimensiones de un tuit, que Platón es tan tirano como Stalin, que la tragedia fue el experimento audiovisual que precedió al cine. Y que la serpiente de la historia se muerde la cola y se parece más a un río que a una flecha. Si la Biblioteca de Babel desbordada por su exceso de información improcesable es la metáfora de internet, a la que ella se acoge es a la de Alejandría: incluyente, serena, interconectada, traducible. Puente de culturas, épocas y mundos, como lo es su propio libro.

El infinito cabe en un junco, y la civilización ciertamente en las palabras irreverentes, poéticas o cáusticas de Irene. Han renunciado a la camisa de fuerza de la academia, pero también a la banalidad de la literatura de consumo. Y, para sorpresa de todos —autora, editorial, mercado—, su obra se ha convertido en un best seller que ha vendido 150.000 ejemplares en el mundo y ha sido traducida a treinta idiomas desde su lanzamiento, a finales de 2019.

Irene Vallejo | Panorama de las Americas

Este libro, que nos devuelve las palpitaciones de los clásicos, es hoy él mismo un clásico contemporáneo, donde Irene da una puntada más en el tejido deshilvanado de las letras que nos han conformado. Allí, hombro a hombro de los milenarios guardianes de libros que registra (emperadores, copistas, bibliotecarios, monjes, estudiantes y editores), se nos revela como su guardiana mayor en esta época desenamorada de la memoria.  

La autora habló así en exclusiva para Panorama de las Américas.

Irene Vallejo | Panorama de las Americas

¿Qué implica para un escritor y su obra pasar a protagonizar de repente un fenómeno editorial de estas dimensiones?

 En lo personal, vivo el cariño generoso de los lectores como un inmenso privilegio. Su asombrosa hospitalidad me ha regalado el sueño de mi niñez: dedicarme a escribir con absoluta libertad creativa. Estoy desbordada de trabajo y me faltan las horas, pero es un regalo poder elegir mis proyectos. A su vez, esto conlleva el peso y la responsabilidad de estar a la altura. Quisiera aportar mi granito de arena para traer a la conversación colectiva temas como los cuidados y la fragilidad, la aportación intelectual de las mujeres a lo largo de la historia, el valor de las humanidades y la educación en el mundo del futuro. 

 ¿Qué biblioteca preferiría habitar: la de Babel o la de Alejandría? 

Siento una fascinación irresistible por las legendarias bibliotecas destruidas: Nínive, Alejandría, Pérgamo, Roma, Constantinopla, Bagdad, Córdoba, las bibliotecas de códices aztecas y mayas o de quipus incas… Pero en la vida real, mi hogar son las bibliotecas rurales, de los barrios y de las comunidades, allí donde los libros mitigan las desigualdades y siembran esperanza. Hoy, como siempre, lugares de acogida y resistencia.

¿Usted se ha convertido en uno de los personajes que han librado la batalla por el libro como los que nos recuerda precisamente en su obra?

Durante más de una década, recorrí caminos y carreteras recónditas para llevar mis libros a pequeños grupos de lectura, centros educativos y minúsculas ferias literarias. Siempre he admirado la labor silenciosa de tantas personas que se comprometen en esta tarea. Recientemente, pude conversar en Colombia y México con bibliotecarios y promotores de lectura, y me fascinó su compromiso apasionado y su deslumbrante imaginación para llevar los libros a los rincones más inauditos. Por su entrega y por la dimensión social de su labor, me parecen los genuinos protagonistas del relato épico de estos cofres de palabras. 

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¿Incidió en la recepción de su libro el marco de la cuarentena y la pandemia global?

Nunca soñé, ni en mis fantasías más desenfrenadas, que este ensayo llegaría a tener una acogida así. De hecho, lo escribí como un viaje muy personal, en un momento vital difícil, pensando que sería mi proyecto más extravagante y con menores posibilidades de encontrar un público amplio. Un ensayo de aventuras, libre, humorístico a veces, apasionado siempre, y sin ataduras académicas. Con todo, lo que más me ha sorprendido y conmovido es que tantos lectores encuentren entre sus páginas refugio frente al desasosiego de la pandemia. Quién iba a imaginar que un canto a los libros y a las palabras podría ser un pequeño alivio en esta situación tan grave.

¿Cómo ha hilado la huella de las mujeres en la historia del libro?

Durante la mayor parte de la historia, las mujeres llegaron al canon hechas añicos. Me he dedicado a una labor casi detectivesca para encontrar su rastro y restituir sus nombres. Ha sido una enorme sorpresa descubrir que el primer texto no anónimo de la literatura universal lo firmó una mujer: la sacerdotisa acadia Enheduanna. He encontrado en el camino otros hechos silenciados y he intentado revisar con una mirada más actual el perfil de mujeres como Cleopatra o Aspasia. 

¿Con quién se identifica: con Aracne o con Penélope?

A Penélope no se le hace justicia. Más allá de esperar el regreso de Odiseo y mantener viva la esperanza, reinó durante veinte años en Ítaca con astucia y sin derramamientos de sangre. Fue una mujer poderosa, no pasiva. Con todo, me identifico con la tejedora Aracne, también con tantas generaciones de mujeres americanas que, desde tradiciones antiguas, escriben a través de sus telares de cintura. Mis libros son tapices de palabras en los que intento bordar mis relatos.

¿Es El infinito en un junco una obra sobre los libros clásicos que, a su vez, se ha vuelto un clásico?

Los auténticos clásicos sobre los libros ya los escribieron Borges, Eco, Alberto Manguel, Alfonso Reyes… Mi obra es solo un homenaje, una invitación a leer y conocer nuestra apasionante historia como lectores. Me siento todavía una aprendiz, una recién llegada a esta maravillosa aventura de la escritura. La calurosa acogida que los lectores han brindado a El infinito en un junco me invita a pensar que esta extraña familia que formamos quienes amamos los libros, la cultura y las humanidades somos más de lo que creemos. Existe un público —minoritario y silencioso, pero vibrante—, que defiende con entusiasmo la antigua convicción en el valor de las palabras y la lectura. Tal vez, después de décadas de orillar y devaluar las humanidades, ha llegado el momento de reivindicar su lugar en nuestro presente convulso. El mundo necesita más que nunca filosofía, creatividad, reflexión ética y sosiego. 

La escritora Irene Vallejo Moreu nació en Zaragoza en 1979. Doctora en Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia. Colabora con los periódicos Heraldo de Aragón y El País, donde mezcla temas de actualidad con enseñanzas del mundo antiguo. Desde 2011 publica novelas (La luz sepultada y El silbido del arquero) y ha incursionado en la literatura infantil y juvenil (El inventor de viajes y La leyenda de las mareas mansas). Su reciente libro El infinito en un junco (2019) se ha convertido en un fenómeno editorial, con 150.000 ejemplares vendidos en todo el mundo, 26 ediciones y traducciones a treinta idiomas. Por esta publicación también obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Ensayo 2020 en España.

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