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SuraméricaBrasilIquitos, Leticia, Manaos y la séptima maravilla

Iquitos, Leticia, Manaos y la séptima maravilla

Texto y fotos: Carlos Eduardo Gómez

 

Tres países, tres ciudades, tres puertos, tres destinos de Copa Airlines y una sola maravilla natural del planeta: el río Amazonas, mar de agua dulce que no ha sido cruzado por ningún puente, el más biodiverso, el más largo, el más caudaloso, el de los mil encantos y leyendas. Protagoniza los festejos de estas tres ciudades al ser declarado una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo por la fundación suiza New Seven Wonders. Este galardón destaca la riqueza biológica, diversidad y belleza natural sin par del Amazonas.

Iquitos

Al hacer mi web check-in para visitar Iquitos (Perú) escogí ventana para observar el maravilloso paisaje de abajo, semejante a un enorme brócoli de mil tonalidades, surcado por pequeños y grandes ríos multicolores. La sexta ciudad del Perú, bañada en sus cuatro costados por los ríos Napo, Marañón Ucayali y Nanay, parece un pequeño punto blanco en medio del espesor de la selva húmeda tropical más extensa del mundo, que abarca más de siete millones de kilómetros cuadrados; área similar a la totalidad del continente europeo. De este pulmón del planeta procede casi la mitad del oxígeno que respiramos los siete mil millones de habitantes.

Hay festividades en Iquitos, pues el gobierno regional, pionero en promover el río en la competencia, realiza campañas y actos de concienciación sobre la importancia de este valioso recurso mundial. De hecho, gracias a una expedición multinacional realizada en 1996, encabezada por el explorador polaco Jacek Palkiewicz y avalada por la Sociedad Geográfica de Lima, se descubrió por fin el origen del río Amazonas: nace en los Andes del sur del Perú, en la quebrada Apacheta, en las faldas del nevado Quehuisha en el departamento de Arequipa, a 5.150 metros de altura. De manera que, con una extensión total de 7.062 kilómetros, desbancó al Nilo del primer puesto entre los ríos más largos del mundo.

Tras observar la placa de bronce que reconoce oficialmente al río Amazonas como una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo, emprendo una travesía al sitio donde el río recibe su nombre. Abordo una camioneta colectiva que en 75 minutos me lleva a Nauta, pueblito típico de selva. Le pago 21 dólares a Robinson, peruano tranquilo como el caimán, para que me lleve en lancha al Mirador Turístico, donde los ríos Ucayali y Marañón unen sus aguas y el río toma el nombre de Amazonas.

Navegamos Marañón aguas abajo hacia el reino de lo imperturbable; el viaje es lento, la brisa es fresca. El lanchero nos saca del letargo al avisar que estamos llegando a la comunidad indígena Miguel Grau, donde desembarcamos para subir al mirador, una torre de 35 metros distribuidos en diez pisos, para apreciar desde lo más alto este portento de la naturaleza, con casi 1.500 tributarios, 25 de los cuales superan los mil kilómetros de extensión. Estamos frente al río que aporta la quinta parte de toda el agua dulce escorrentía (agua de lluvia que discurre por un terreno) y arroja 230 millones de litros por segundo al Océano Atlántico. De regreso Lourdes, limeña elegante de extraña belleza, no para de hablar de su amor por el Amazonas.

Leticia

El siguiente destino es una ciudad colombiana, puerto sobre el Amazonas. Al descender del avión me encuentro con el humanista Manuel Rigoberto Leal, notario de la ciudad y amigo con quien compartí la docencia universitaria. Me recomienda que después de ir a la Isla de los Micos (Colombia) y pasar una tarde en el malecón de Tabatinga (Brasil), visite la Reserva Natural Marasha (Perú). “Es que aquí se encuentran tres países. No hay fronteras; el río y la selva nos unen a todos”, dice Manuel.

Mientras llueve, seis turistas y yo nos dirigimos a Marasha en lancha y luego nos internamos en la selva en una caminata de 3,5 kilómetros por trocha, para llegar al alojamiento. El camino es tan penoso que me hace pensar en la expedición que emprendió Gonzalo Pizarro en 1541, cuando salió desde Quito con 220 españoles, 4.000 indios, 4.000 llamas, 2.000 cerdos, 2.000 perros de caza y cien caballos, cumpliendo órdenes de su hermano Francisco, quien estaba obsesionado por encontrar el País de la Canela. Tras innumerables penurias se les unió Francisco de Orellana y tardaron más de un año y medio en recorrerlo hasta su desembocadura en el Atlántico.

Ya en la reserva, frente a un hermoso lago formado por recovecos del río, salimos de aventura a caminar por una amplia trocha. Entre mil sonidos y tonos de verde, la vida salta por doquier y uno se siente insignificante frente a esta explosión de vida. Aquí viven 2,5 millones de especies de insectos y unas 2.000 de aves y mamíferos; un kilómetro cuadrado puede hospedar hasta 75.000 tipos de árboles y unas 150.000 especies de plantas (unas 90.000 toneladas de biomasa vegetal). ¡Un verdadero milagro de la biodiversidad!

Contemplando las tranquilas aguas de la laguna, nuestro guía nativo nos habla sobre las reservas Yarí Tucano y Zacambú (Perú) y Palmarí y Heliconia (Brasil), todas con malocas, restaurante y pequeños lagos en donde los turistas pescan y ven a las pirañas desbaratar los anzuelos artesanales que les ponen desde las canoas. Termino este viaje sin fronteras para emprender uno nuevo.

Manaos

En Manaos (Madre de los Dioses, en lengua nativa), el puerto más grande sobre el Amazonas y capital del Estado de Amazonas (Brasil), se evoca aquella opulenta época de la fiebre del caucho. De 1890 a 1920, fue la ciudad brasileña más desarrollada y una de las más prósperas del mundo: era la única del país con luz eléctrica y sistema de agua potable y alcantarillado. Tenía tranvía eléctrico, avenidas construidas sobre pantanos y edificios imponentes y lujosos, como el Palacio de Gobierno, el Mercado Municipal, el Edificio de la Aduana y el majestuoso Teatro de la ópera; joya arquitectónica de estilo renacentista inaugurada en 1896. La guía enumera que todo fue importado de Europa: el mobiliario estilo Luis XV procede de París, el mármol de Italia, el acero de Inglaterra y las lámparas de Murano. De igual manera fueron construidas las casas de los barones del caucho, que hoy son museos. Por su lujo y derroche, Manaos fue conocida como el París de los trópicos, ahora patrimonio de Brasil.

Quien visite Manaos debe ir a conocer el encuentro de las aguas, mítico sitio donde el río Negro aporta sus aguas al Amazonas sin mezclarse con él, corriendo lentamente por varios kilómetros partido en dos colores: amarillo y negro, espectáculo natural único.

En Manaos la oferta de aventura y ecoturismo es numerosa y cuenta con los medios más sofisticados, para realizarlas. Cruceros que recorren el Amazonas, deportes náuticos, tures en helicóptero y avioneta sobre la selva. Me decido por el Ariaú Amazon Towers, en la confluencia del río Negro y el archipiélago de Anavilhanas, confortable y sorprendente complejo hotelero de ocho grandes plataformas construido sobre palafitos en plena jungla (esta técnica, utilizada por los nativos, es ejemplo de una arquitectura sui géneris amigable con el entorno).

Viajo en un yate 35 kilómetros por el río hasta el hotel, donde una bandada de loros libres me da la bienvenida con su algarabía. En la noche, cinco viajeros compartimos un tour en canoa al río para ver cocodrilos, Vinicio, joven guía, ilumina con una linterna el agua y escuchamos toda calase de sonidos: ranas, chicharras, lagartijas… de repente se ve brillar un par de pepitas: son los ojos de un pequeño caimán. Víctor se lanza al agua y sale en segundos con un caimán pequeño en las manos, mientras nos habla de la riqueza biológica del Amazonas y de su fragilidad. La excursión termina y nos reunimos en el bar para contar historias y planear el siguiente día.

La sinfonía matinal de la selva me despierta y desayuno al aire libre junto a un grupo de pericos verdes que se pelean los frutos de un árbol. La mañana es fresca y salgo a recorrer a paso de fotógrafo un sendero suspendido de seis kilómetros, hay algunos comederos donde puedo ver monos amigables y aves. En los árboles observo un perezoso, las guacamayas surcan el cielo y en el agua unas tortugas toman el sol sobre un tronco.

El día siguiente es para ver delfines rosados. Partimos con un grupo de agentes de viaje, remontamos el río Negro, llegamos a una pequeña plataforma donde nos espera un tímido nativo que lanza sardinas frescas al enorme río… después de unos minutos llegan los delfines. En silencio, cada uno sube a la plataforma para vivir esta emocionante experiencia, alzamos la mano, soltamos la sardina y un delfín salta para atraparla. Reímos emocionados y en silencio nos lanzamos al agua para nadar junto a estos míticos animales rosados.

Es tal la biodiversidad del Amazonas y sus afluentes, que cuando el famoso oceanógrafo Jacques Cousteau visitó la zona afirmó que hay más especies de peces en el Amazonas que en todo el Océano Atlántico. Así es la vida abundante y diversa de tres ciudades en tres países bañadas por las bendecidas aguas del río de los ríos.

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