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Flamencos en Yucatán

El flamenco americano, caribeño, rosado o rosa, llamado meco en lengua maya, habita en las aguas serenas y bajas de los humedales costeros en un entorno de ciénagas, manglares, lagunas costeras y salinas.

Por Emma Romeu

Fotos: Alex Dzib

El sol llena de matices la costa norte del estado de Yucatán, en México, pero tiene aquí un gran competidor. Se trata del flamenco del Caribe (Phoenicopterus ruber), una de las aves vivientes más antiguas que existen, capaz de volver rosado el cielo y hacerlo a uno creer que está en un mundo de ficción prehistórica.

También conocido como flamenco americano, caribeño, rosado o rosa, y llamado meco en lengua maya, habita en las aguas serenas y bajas de los humedales costeros en un entorno de ciénagas, manglares, lagunas costeras y salinas. Aquí anida, descansa, se alimenta o se adueña del cielo tomando impulso con el andar apurado de sus larguísimas patas. Los jaguares, cocodrilos, serpientes, tortugas, pelícanos blancos, garzas de dedos dorados, ibis, patos y otras aves son sus vecinos.

Para recorrer estos sitios tengo la suerte de viajar con Rodrigo Migoya, director de la organización Niños y Crías, que ha estado involucrada en la conservación y educación ambiental sobre el flamenco desde hace décadas. Voy adueñándome de los secretos de los predios del flamenco con ayuda de quien los conoce bien. Compruebo que esta ave no tiene nada de anacoreta: anda por la laguna en grupos que salpican de rosado el color de la vegetación y el de las aguas; y aunque habita en los humedales a lo largo de la costa, solo anida en muy escogidos espacios. La Reserva de la Biosfera Ría Lagartos ha sido su lugar preferido para estos fines; sin embargo, otros lugares, como la Reserva Estatal Ciénagas y Manglares en San Crisanto, parecen ofrecerles recientemente lo que su exigente anidación demanda.

A lo lejos veo los nidos. Mi experto compañero coloca un telescopio entre los arbustos y me muestra los conos abandonados tras la eclosión de los huevos. Los nidos de los flamencos son verdaderas obras de albañilería y los hacen donde no los inunde el agua, ni las corrientes arrastren los huevos. Para su construcción juntan arena fangosa y conchas, e incluyen partes de crustáceos, caracoles y tal vez otros materiales. El cortejo de los flamencos empieza entre enero y febrero, y la anidación en abril. Ya mayo es momento de ver surgir las cabecitas blancas de los huevos.

El estilo de los flamencos para comer es bastante singular. Me admira verlos doblar el larguísimo cuello y meter la cabeza en el agua hasta el fondo, donde se apropian de una mezcla de sedimento y nutrientes que remueven con las patas; su pico y su larga lengua son expertos en el proceso de filtrar esa amalgama. Tienen en su dieta pequeños crustáceos, moluscos, algas, gusanos y otras especies, y parte de ese alimento contiene caroteno, responsable de su extraordinaria coloración.

A lo lejos los veo volar, van en bandadas con las patas y el cuello estirados. Otro grupo descansa o come en la laguna.
Y son muy escandalosos; aunque los observes desde lejos con binoculares, como yo, uno se entera de su chismorreo. Me parece distinguir que uno dice “coyoyo” y el otro contesta “mequeque”; y cuando toda la colonia dialoga, el coro de sus estridentes voces es realmente alborotador.

De estatura tampoco son discretos: un flamenco parado con el cuello estirado puede llegar a medir hasta un metro y medio (alrededor de cinco pies). Y acerca de su longevidad, se menciona en el libro The Greater Flamingo, de Alan Johnson y Frank Cézilly, que han logrado vivir más de sesenta años en cautiverio, aunque viven mucho menos en la vida silvestre. En Yucatán, según Jesús García Barrón (Chucho), quien por veinticinco años convivió con los flamencos en la Reserva de Ría Lagartos, de la que fue director por un tiempo, asegura que hace poco recibió, desde la zona de El Cuyo (ubicada en dicha reserva), la noticia del avistamiento de un anillo en la pata de un flamenco que fue puesto por su equipo para fines de investigación hace tres décadas.

Mientras hacíamos nuestro recorrido, Migoya me cuenta sobre el trabajo de la organización Niños y Crías, en colaboración con las áreas naturales protegidas, y de los programas de conservación y educación ambiental que realizaron durante años.

Durante el viaje conocí a apasionados guías de turismo y observadores de aves que hablan del impacto que tuvo en sus vidas la influencia de dichos proyectos cuando eran niños. Un ejemplo es el de la guía de turistas especializada en la actividad de interpretación ambiental Rocío García. “Si llegas a Las Coloradas y no recuerdas mi nombre, pregunta por la señora de las aves”, me indica con orgullo.

Entre los más reconocidos guías para observar aves y documentalistas del comportamiento de los flamencos se haya Alex Dzib. Hijo de pescadores de Celestún, conoce la vida del humedal y se familiarizó con su fauna desde niño. Hoy en día contribuye con su fotografía y documentación fílmica a documentales de PBS, Netflix y la BBC. Las fotografías que acompañan este reportaje son de su autoría.

Pero su colorido y belleza no protegen a esta especie de los riesgos. Por ser animales gregarios, lo que afecta a unos cuantos flamencos puede traducirse en el abandono de la colonia de anidación.

Xiomara Gálvez, reconocida promotora de la conservación de esta especie a escala internacional y directora de la Reserva Komchen de los Pájaros en Yucatán, nos habla de las amenazas. “El desarrollo turístico trae aparejado crecimiento no planificado en las comunidades costeras, aumentan las aguas residuales y los restos de comida que se tiran al humedal, y se acercan las poblaciones de cocodrilos, que al ser más abundantes se convierten en una amenaza. Otro peligro es la contaminación por metales pesados y la eutrofización de las aguas, donde el incremento de sustancias nutritivas en los humedales más bajos conlleva a un exceso de bacterias y enfermedades asociadas a las poblaciones humanas que viven casi pegadas al humedal”.

Los esfuerzos para la conservación de los flamencos en el mundo varían en cada país. En México el flamenco caribeño es considerado una especie amenazada en la Norma Oficial Mexicana NOM-059-SEMARNAT-2010. La mayoría de los entrevistados por mí coinciden en que, a pesar de los problemas que aún afectan a la población de los flamencos rosa en Yucatán, estos han tenido una recuperación numérica en los últimos años.

Con el amor que les profesa a los flamencos quien convivió con ellos durante lustros, Jesús García Barrón (Chucho), me confiesa: “Nada me alegra más que ver que los niños, en los que una vez sembramos el amor por los flamencos, están hoy entre sus mejores defensores”.

Y con nota tan esperanzadora dejemos continuar vuelo a esta ave, aliada del paisaje yucateco, capaz de dar a los viajeros la más rosada y espectacular bienvenida.

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