Expedición transcontinental: Cambiando vidas
Texto y fotos: Javier A. Pinzón
Esta historia comienza en el Pacífico, un océano cargado de nutrientes y de una increíble diversidad, que ocupa la tercera parte de la superficie terrestre y tiene una de las mayores reservas pesqueras del mundo. Somos un grupo de diez jóvenes interesados en descubrir en cuatrodías los contrastes, la diversidad y las culturas que habitan los 84kilómetros que separan estas costas de las del mar Caribe. Para lograr este cometido, cruzaremos el continente por la franja más estrecha y también más joven, aquella que al emerger del océano, hace millones de años, unió la tierra y separó los océanos ocasionando tantos cambios climáticos a escala global que incluso, según se atreven a especular los científicos, habría permitido la evolución del homínido hasta el aspecto que tenemos hoy.
Para la travesía utilizaremos varios medios de transporte: bote al inicio por el Pacífico, cayuco en algunos tramos de manglar, bicicleta en las partes colonizadas, tracción humana (la nuestra) pura y dura en las cuestas más difíciles y kayak en descenso por los ríos. El recorrido inicia por la salida del Canal de Panamá en un bote de casi siete metros que nos llevará a un pequeño poblado al este de la ciudad. El sol apenas se asoma y el grupo permanece en silencio. Hay exaltación, ansiedad, pero también actitud de contemplación. Para algunos de mis compañeros ésta será la primera travesía de largo aliento frente a la naturaleza inhóspita.
Llega la hora del cayuco, que nos espera en una ensenada. Son apenas quinientos metros a través de los manglares de la Bahía de Panamá. Declarados Sitio Ramsar, reúnen uno de los más valiosos ecosistemas del planeta, donde tienen oportunidad de crecer una gran parte de las especies marinas. Por eso los llaman la guardería de peces. A manera de ceremonia, recogemos un poco de agua del Pacífico para, al final del recorrido, unirla de nuevo con la del mar Caribe, tal como estuvieron hace millones de años. Recorremos el laberinto de raíces hasta llegar a la comunidad pesquera.Allí nos subiremos por primera vez a las bicicletas. Los pobladores nos despiden con música mientras iniciamos el recorrido por la carretera.
Al comienzo de nuestro viaje el paisaje es árido: estamos en época de sequía y este es un bosque seco; pero no solo es eso, la sequía se debe principalmente al desarrollo de una ganadería sin conciencia ambiental. Hay muy pocos árboles y el calor es intenso. Al mediodía tenemos un merecido descanso y disfrutamos de un almuerzo envuelto en hojas de bijao,con la tranquilidad de que no vamos adejar materiales no biodegradables en el lugar. En la tarde atravesamos algunos refrescantes riachuelos y casi para terminar encontramos el gran río Bayano, que pasamos en bote. Líder Sucre, directivo en asuntos de conservación de Fundación Geoversity, graduado en negocios en Harvard y, a la vez, el mejor guía naturalista con el que haya tenido la oportunidad de compartir, nos muestra la prueba fehaciente de que Panamá es un puente biológico entre dos continentes: la presencia de una garza cocoi —típica desde Panamá hasta Tierra del Fuego—, que bebe tranquila de las aguas del Bayano, muy cerca de una garza blue heron —muy parecida, pero sin el copete negro—, que habita desde Panamá hasta Canadá.
Al pasar el río llegamos a Chepo, un poblado de 46.000 habitantes, y la tranquilidad de la carretera se convierte en ruido de autos y música a todo volumen. Aquí será nuestra primera parada en el hostal Yayita Riverside Lodge. Luego de una merecida ducha, una excelente comida y una necesaria revisión por parte de nuestra paramédica Claribel Vanessa Samudio, nos vamos a dormir.
Al día siguiente, Nathan Grey, director ejecutivo de Fundación Geoversity y cofundador de Mamoni Valley Preserve (MVP), nos recuerda que esto no solo es una aventura, es un viaje para sentir y conocer lo que está pasando con nuestra naturaleza. Nathan es un curtido líder social que desde hace más de cuarenta años trabaja con liderazgo juvenil.
Es uno de los fundadores de Geoversity, un ecosistema de líderes y organizaciones que colaboran en la búsqueda de avances en el diseño humano, la empresa y la expresión creativa, inspirados en la naturaleza. Retomamos nuestros caballos de acero e iniciamos el recorrido por la carretera. Nada menos que la Panamericana, la vía que va de punta a punta del continente con casi 48.000 kilómetros, cuya única interrupción, de unos 130 kilómetros, está muy cerca de aquí, en la selva del Darién. El camino pavimentado nos lleva suavemente hacia nuestro siguiente destino: unas verdes montañas que conforman el telón de fondo.
Y hasta allá llegamos. Hay colinas duras de subir. Vienen bien las palabras de Claus Kjaerby, director de operaciones de Fundación Geoversity, nuestro capitán y guía: “Seguir. Siempre debemos seguir. Darlo todo hasta completar nuestro objetivo”. Entre colina y colina hay bajadas; y la bajada siempre es fácil. Divertida incluso. Sin embargo, una nueva subida no demora en aparecer para recordarnos que no todo aquí es un paseo.
En el camino hallamos a Iniquiliqui, líder del congreso juvenil guna, y Anna Gili, directora de Experience Mamoní, Esta última opera en medio de las 4.500 hectáreas de la reserva privada Valle del Mamoní de Fundación Geoversity, cuya visión es convertir este lugar en un remanso pacífico del planeta donde plantas, personas y animales de todo el valle superior del Mamoní coexistan armoniosamente en un próspero entorno de selva tropical. Al final nos espera el río Mamoní, con todo su esplendor, sus aguas cristalinas y sus enormes rocas de colores y formas fascinantes.
Nos faltan dos horas más en bicicleta y llegamos a Mamoní Experiencia, una aventura de ecoaprendizaje en lo profundo de la selva tropical, creada para proveer una experiencia diferente. Sus instalaciones son acordes con su entorno: de madera y bambú, se confunden con el bosque que las rodea e invitan a la relajación.
Tercer día. Está nublado, siento expectativa entre mis compañeros. Nos espera una caminata de diez kilómetros. Los primeros son una larga y tortuosa subida. El bosque lluvioso nos abraza y nos deleita con sus miles de sonidos.
El grupo guarda silencio. Y es que se requiere concentración y esfuerzo para llegar a la cima. Finalmente llegamos a la división continental: el lugar donde los ríos eligen su curso, el camino del Pacífico o el del Caribe. Pero esto no es solo una división de aguas, es también la separación de dos mundos: estamos dejando atrás el estilo occidental y encontramos al otro lado un pueblo indígena: la nación guna, con su propia cosmovisión. Y un mundo está destruyendo la forma de vida del otro. El de atrás causó el calentamiento global, y los gunas, que viven desde hace centurias en pequeñas islas, deben ahora pensar en trasladarse a tierra firme, pues su espectacular archipiélago está desapareciendo a causa del incremento del nivel del mar.
Hasta aquí nos acompaña Nathan. Su despedida es lapidaria: “No esperen a que los adultos limpien el desastre; los jóvenes deben tomar acción ahora mismo y ellos seguirán su ejemplo. No acepten pasivamente el futuro que les dejaron, tomen acción para tener el futuro que desean”.
El próximo punto es el río Cangandi, donde nuestros amigos de Experience Mamoní tienen listos los kayaks, nuestro próximo medio de transporte. Recibimos una breve explicación de cómo manejarlo, qué señales seguir, y comenzamos. El río nos lleva raudos, en medio de un bosque primario. El agua no está muy profunda debido al fenómeno de El Niño. En algunas ocasiones debemos bajar y ayudar al kayak. Cuando el río se pone calmo hay espacios para la contemplación: podemos disfrutar del entorno, escuchar los monos aulladores y ver las garzas pasar; pero, muy pronto aparece un rápido, es necesario bajar del kayak, luego remar, remar, y en algún momento de regreso otra vez la calma.
Al atardecer, llegamos al campamento proporcionado por nuestros amigos gunas: hamacas dentro del bosque. La Luna está en cuarto menguante. Mientras Claus cocina en fogón de leña, yo me dedico a buscar a Orión entre las constelaciones. Ranas y cigarras inician un concierto que durará toda la noche. Cuando más me siento alejado de la civilización, el ruido de un avión me recuerda que quedan muy pocos lugares prístinos en el planeta.
Cuarto día. La selva despierta, los pájaros cantan aquí y allá; el río nos espera. Viene una larga travesía en bote, que nos llevará a la comunidad de Gan Igar, una de las pocas comunidades gunas en tierra firme. El río hoy es más amable con el grupo, son pocas las veces que debemos bajarnos de los kayaks. Viene luego una hermosa cascada de tres metros de altura; hacemos una fila y pasamos los kayaks, mano a mano, hasta el otro lado. Nos damos un chapuzón y continuamos. Después de dos horas, llegamos a Gan Igar.
El líder saila Manidinkipe Walton nos da la bienvenida y nos explica un poco de su cultura. Compro un vestido de mola para mi pequeña Isabella. Las molas son textiles cosidos en paneles con diseños complejos y múltiples capas, con la técnica de aplique inverso. No podemos quedarnos por mucho tiempo, pues aún queda camino por recorrer.
Así que, mochilas al hombro, emprendemos una caminata de una hora hasta llegar a los manglares. Allí nos esperan unas balsas típicas de la cultura guna; hay tres grandes y una pequeña y delgada. Por osado, elijo la pequeña y pronto me doy cuenta de lo difícil que es. También noto la maestría de mi compañero guna al mando. Trato de ayudar, pero, con solo moverme, el agua entra y entonces mi compañero debe sacarla, haciendo más lento nuestro viaje.
Cuando ya no podía sentir las piernas, divisé al fin la salida al mar… “unas cuantas remadas más y llegaremos al mar Caribe, nuestro pedacito de Atlántico”, me animo.
Finalmente, nuestra meta está cumplida, llegamos al mar Caribe en la comarca Guna Yala. Solo queda darse un chapuzón y emprender el viaje a nuestra última parada: la isla de Guanidup y sus blancas y suaves playas.