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Vistas de PanamaEn las montañas de Jurutungo

En las montañas de Jurutungo

Por: Ana Teresa Benjamín
Fotos: Carlos E. Gómez

 

Osvaldo Ayala es un cantante de música típica panameña que, durante sus más de cuarenta años de carrera artística, ha interpretado algunos de los más sentidos clásicos del pindín istmeño (ritmo autóctono de Panamá), esos que nos ponen a bailar en un solo mosaico, hebilla con hebilla…

Uno de los temas ejecutados por el “Escorpión de Paritilla” en alusión a su pueblo natal es “Playa, brisa y mar” (del famoso compositor colombiano Rafael Campo Miranda), cuyo coro más o menos dice: “Playa, brisa y mar es lo más lindo de la tierra míaaa; tierra tropical, es un ambiente lleno de alegríaaa”.

Es verdad. Panamá es un país ubicado en la zona tropical del planeta, que puede presumir de playas paradisíacas, ricas brisas cargadas de sal, el mar Caribe al norte y el océano Pacífico al sur, pero he aquí que debo levantar bandera y decir que, pese al sabroso tema musical, Panamá es mucho más que eso.

Cuatrocientos kilómetros al occidente de Ciudad de Panamá se encuentra Chiriquí, una de las diez provincias del país y una de las dos que limita con Costa Rica. Para llegar se atraviesa más de la mitad del territorio panameño, en un viaje de ocho horas en autobús que recorre pueblitos, potreros, sabanas, montañas y hasta un parque eólico levantado al borde de la vía Interamericana. Esta es la opción larga, claro, porque a Chiriquí también se llega en avión, en un vuelo doméstico de escasos 45 minutos.

La historia cuenta que los habitantes originarios de estas tierras la llamaban “Chiriqui” o “Cherique” ‚Äïque significa Valle de la Luna y se sabe que buena parte de su territorio fue “república bananera” de la United Fruit Company. Chiriquí tiene costas y playas como casi todo el país pero una de las zonas más hermosas es la de sus montañas, de un verde profundo y sembradas de cuanta fruta, vegetal y tubérculo pueda usted imaginarse: naranjas, ciruelas, uchuvas, lechugas, remolachas, zanahorias, arbustillos de especias, papas, tomates, fresas…

Renacimiento es un distrito que forma parte de esta zona, y Río Sereno es el pueblo cabecera del distrito. En Río Sereno, por cierto, se encuentra un puesto fronterizo. En sus inmediaciones, a unos cuarenta minutos del centro, queda la comunidad de Jurutungo, un nombre de sonido extraño que en Puerto Rico no es nombre sino un adjetivo sinónimo de lejano. De hecho, la Real Academia Española de la Lengua recoge el término boricua y lo define como “lugar lejano o difícil de acceder”. Y a Jurutungo, ciertamente, no se llega en un bostezo.

Si llegar a Chiriquí por carretera toma ocho horas desde Ciudad de Panamá, para alcanzar las montañas de Jurutungo hay que viajar otras cuatro horas por caminos serpenteantes, aunque el esplendor del paisaje aliviana el trajín. Cuando el automóvil se detiene frente a la Cabaña Ecológica La Amistad, se puede afirmar con bastante seguridad que el nombre guarda alguna relación con el uso que se le da en Puerto Rico, porque Jurutungo, señores, ¡queda donde el diablo tiró las chancletas!

Una tarde de “reconocimiento”

La Cabaña Ecológica La Amistad es un proyecto de turismo consciente organizado por un grupo de pobladores del área preocupados por la conservación del Parque Internacional La Amistad (PILA), una zona de más de 200.000 kilómetros de superficie, catalogada como Reserva de la Biósfera Binacional (ocupa territorios de Panamá y Costa Rica) y declarada Patrimonio de la Humanidad.

La cabaña queda al pie de una carretera de grava y está construida casi toda de madera. El detalle es importante no solo porque el material le da calidez al lugar, sino porque toda la obra salió de las manos de Félix Pittí: albañil, ebanista, guía turístico y agricultor. “Hago de todo un poquito. De hambre, no me muero”, cuenta sonriendo.

Pittí es un hombre de rostro amable a quien le gustan la chanza, los sonidos del bosque y las comidas que prepara su compañera de vida. Acostumbrado como está a estas tierras altas tropicales, no le afectan los 15 grados centígrados ‚Äïen Ciudad de Panamá son 31‚Äï, ni los senderos de 90 grados de inclinación, que sube o baja entre lodazales antológicos como quien pasea por una vereda de barrio.

El día de la llegada empezó con un paseo corto por los alrededores, siguiendo el camino de la carretera que corre paralela al río. Cenizos, mamecillos y cipreses de montaña juntan sus ramas hasta formar una maraña verde y marrón, sobre cuyos troncos y raíces crecen musgos, líquenes y helechos de tamaños y formas caprichosas. De pronto, en alguna rama caída aparece un conjunto de hongos esponjosos, de color naranja; en otra, más hongos pero esta vez de un verde pálido, con forma de florecillas. Unos pasos más adelante, sobre un claro, otro espectáculo: un remolino de mariposas vuela a ritmos distintos pausadas unas, desesperadas otras en un vaivén sin sentido aparente que, sin embargo, resulta un deleite visual por la cantidad de colores.

Luego del calentamiento comienza el ascenso a la Piedra Bruja, que no es otra cosa que una piedra montada sobre otra que, por su curiosa posición, parecieran guardar el equilibrio de forma peligrosa. Dice Pittí que, durante años, se ha intentado moverla con tracción humana y maquinarias, pero no ha habido forma de desplazarla ni un centímetro. Para llegar a la Piedra Bruja basta hora y media (ida y vuelta), aunque el camino es un poco inclinado. A su favor tiene que también es de grava, así que el ascenso se hace con relativa tranquilidad.

De vuelta a la cabaña hay fiesta para el paladar. Con tres palos y trocitos de madera se ha improvisado un fogón en la tierra, y sobre el fuego se asan costillitas de cerdo. La noche llega con el corazón contento, y se pone aún mejor cuando en el cielo se asoma el universo entero con su brillo espectral y sobrecogedor. Bajo las estrellas, allá muy lejos, titilan las ciudades humanas… Dice Pittí que el grupo más grande de luces es la ciudad de Coto Brus, en Costa Rica.

La idea era llegar al Monumento

El día amaneció con gritos de aulladores. Con el aire todavía cargado de neblina, los alaridos de los monos resonaron entre aquella espesura verde, mientras en las proximidades de la cabaña cantaban calandrias y ruiseñores.

El plan del día era subir a Cerro Pando para alcanzar el Monumento, hito fronterizo que separa a Panamá y a Costa Rica, por un lado, y a las provincias de Chiriquí y Bocas del Toro, por el otro.

Los chiricanos se ufanan, cada vez que pueden, de que ellos tienen el rascacielos más alto de todo el país, un comentario de sorna evidente frente a la creciente línea de rascacielos de Ciudad de Panamá. En efecto, en Chiriquí se encuentra el Volcán Barú, con sus 3.475 metros de altitud, pero los cerros más altos están en Bocas del Toro. El cerro Fábrega, por ejemplo, ocupa el primer lugar, con sus 3.375 metros de altura; y el Cerro Pando, el sitio donde está el Monumento, tiene la quinta posición, con 2.486 metros de altitud.

Según Pittí, la Cabaña Ecológica La Amistad se encuentra a unos 1.500 metros de altura, así que el ascenso a Pando significaba ascender, en un día, 986 metros. El camino empezó muy suave, a bordo de un pickup que nos llevó a unas tierras de cultivo en las que Pittí siembra fresas, tomates y pimentones, entre otros productos. La idea era conocer el lugar y darnos a probar de esas fresas tratadas con métodos ecológicos, pero también darle tiempo al tiempo: la mañana se había tornado gris y una lluvia del norte, inusual en agosto, caía sobre las montañas.

Calmado el bajareque, de vuelta al plan. El automóvil se estacionó a unos metros del límite del PILA y la caminata arrancó por un sendero ocre y esponjoso ‚Äïdebido a la cantidad de material orgánico del suelo‚Äï que pronto se tornó angosto y lleno de piedras. A medida que ascendíamos se hizo evidente que por allí no solo transitaban humanos: la tierra húmeda revela las huellas de cascos y Pittí lo confirmó: en el territorio del parque pastan animales; vacas, para ser más precisos. Su presencia no es solo una contradicción al espíritu de área protegida del lugar, sino que además daña los caminos ecoturísticos… El lodazal es de tal magnitud que se entierran parcialmente las botas, y la altura creciente dificulta aún más la situación. En un momento dado empezaron a escucharse unos gritos: alguien estaba arriando animales y tocó protegerse en la vera del camino.

Pero el ganado no es la única amenaza: el cultivo del café es de larga tradición en las tierras altas chiricanas y, de hecho, de allá procede uno de los cafés más cotizados de todo el mundo; pero la frontera agrícola por el área de Jurutungo se extiende cada vez más, derribando árboles y reduciendo la biodiversidad.

En todo caso, los problemas que enfrenta el PILA no le roban, todavía, ni un poquito de su belleza: de los árboles cuelgan lianas, y el paisaje de musgos, líquenes y hongos se repite en un sinfín de convivencias y colores. El bosque forma luces y sombras de cuento, y dibujados en los troncos surgen rostros humanos, de gnomos y animales. Pájaros de distintos tamaños y colores saltan y trinan aquí y allá, aunque el quetzal prefirió esconderse. Todo es hermoso, todo emociona… pero los 2.300 metros de altura pesaron para esta mujer costeña, a quien las piernas no le respondieron y se le reventaba la cabeza. “Todavía falta bastante, no le voy a mentir. Es allá donde usted ve viajando esa nube… Y el camino se pone peor allá arriba”, explicó Pittí, con su santa paciencia.

Entonces me di cuenta: no resistía llegar… Yo creo que el camino de vuelta, de otra hora y media, lo hice cargada por hadas y duendes…

 


Cómo llegar allá

Copa Airlines ofrece dos vuelos de cuarenta y cinco minutos por día a la ciudad de David en Chiriquí, al oeste de la ciudad de Panamá. En Chiriquí puede alquilar un automóvil o tomar un autobús (ruta Río Sereno) desde la Terminal de Transporte. Puedes conocer a Félix Pittí en el puesto Senafront (Control Fronterizo) en Santa Clara. Para más información, llame al 6518 6118 (Félix Pittí) o al 6541 3215 (Cledis Pittí).

Donde quedarse

El Eco-Lodge La Amistad alquila habitaciones individuales o de varias camas por doce dólares por persona. Hay una cocina y también se pueden pedir comidas.

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