En el reino de la marimba
Por Iván Beltrán Castillo
Fotos Lisa Palomino
Productora Sonia Lahoz
El origen
Lo habían conocido en sus calles, porque las recorría de arriba abajo con una canastilla de empanadas de cambray y panecillos dulces, que ofrecía con cantos y rimas, y, cuando se trataba de muchachas, con respetuosa galantería. Era uno de los hijos obedientes de Juana Francisca, autora chocoana de versos, y de Joaquín, uno de los quiméricos trabajadores del Ferrocarril del Pacífico.
Se llamaba Petronio Álvarez y era macizo y oscuro, con un rostro de líneas severas, que de algún modo recordaba el fiero semblante de las deidades africanas. Su carácter también parecía evocar la noche primitiva y salvaje del continente negro.
Había llegado al mundo allí, en Buenaventura, excéntrica población del Valle del Cauca, largamente ignorada por los más ortodoxos miembros de la comunidad blanca por no integrarse del todo a sus credos y costumbres. La sombra de lo pagano dividía a la población y se expresaba en exclusiones dramáticas. Él luchaba aquí, discurría allá, proponía más adelante, siempre con la sana intención de que ese lugar del Pacífico no llegara a verse atenazado, como sin embargo sucedió, por calamidades históricas, políticas y sociales. Era un hombre sensible que se enamoró una sola vez y para siempre de una muchacha de nombre romántico, Venerada, y que, pese a sus inclinaciones musicales, formó un hogar que le duró siempre.
Un día entró al puerto, como todos, con la ilusión de unirse a la troupe de sus trabajadores, masa informe que por décadas ha producido parte de las riquezas del erario nacional.
Los empleadores lo engancharon y, siguiendo una disciplina férrea, pasó de los trabajos más elementales a los que se reservan a los hombres probados y de confianza. Subió hasta hacerse conductor de un ferrocarril, que calentaba sus motores cada madrugada para echarse a andar trayendo y llevando materiales esenciales.
Y aquel maquinista cantaba, no importaba la hora ni las circunstancias. Lo hacía para alegrar los calendarios de sus compañeros y empleados, entretener los calores mortales del mediodía, hacer olvidar los malos salarios y los abusos de los patrones, pero sobre todo porque no podía evitarlo, pues padecía “fiebre lírica”, suerte de bella dictadura de la música y sus poderes en el alma de una persona. Así, compuso currulaos y bambucos, pasillos y candomblés, y, en el colmo de su vocación universal, tangos de arrabal como los que erigieran el mito de Gardel.
El Festival
El Petronio Álvarez empezó siendo una celebración casi secreta, un evento de corte underground en el que se reunían los amantes de la música del Pacífico, miembros de la comunidad afrodescendiente que habitaban los puertos y las poblaciones costeras de los departamentos del Valle del Cauca, el Chocó y Nariño.
Por décadas, habían visto cómo su identidad era minimizada, burlada y, en ocasiones, vulnerada. Pescadores, artesanos, pequeños comerciantes, recolectores, orfebres, carpinteros, líderes sociales, poetas y músicos debían vivir sus celebraciones y ritos a la sombra.Cuando entraban en el calor de la fiesta eran grandes bailadores, ingeniosos letristas, tomaban licores artesanales a los que se les confieren propiedades afrodisíacas, alababan su concepto del mundo, del amor, de la lealtad y la belleza del entorno y pocas veces sus encuentros desembocaban en gestos violentos o desesperados.
La marimba, ese instrumento de sonido hechizante, era su santo y seña y, con el correr del tiempo fue metiéndose en el corazón de gentes que no pertenecían a la comunidad afro. Las piezas de grandes cultores del jazz, el blues y la salsa contribuyeron a su expansión. Y un día, con increíble naturalidad, entró en sociedad y entonces todo el mundo comenzó a venerarla.
El 9 de agosto de 1996, en un pequeño espacio, casi doméstico, llegó a la vida el Festival Petronio Álvarez merced a los buenos servicios del sociólogo y estudioso de las tradiciones Germán Patiño Ossa. Se trató, en su génesis, solo de una competencia musical; pero la marejada humana que llegó detrás de la música hizo que se extendiera a otras expresiones: la gastronomía, la moda, los aditamentos, la poesía, los adornos, la artesanía, el arte pictórico y hasta las emanaciones religiosas afro tomaron su puesto en la gran fiesta del Pacífico.
Sumas y restas
“Nunca estuvimos tan cerca, tan hermanados y cómplices como ahora. Este vendaval de gente que usted está viendo, estos morenos que cargan sus instrumentos musicales para llevarlos de aquí hasta la soñada tarima, son la prueba de que algo ha sucedido entre nosotros, una comunión que el tiempo fue cristalizando, y que es el símbolo de la hermandad definitiva y feliz del Valle del Cauca”, afirmó Antonio, un sociólogo que recorría la feria con toda su familia, y que jura no haberse perdido ninguna de sus versiones. Antes iba solo, pero luego, gracias a su verbo implacable, fue convenciendo a los otros miembros de su familia, y también a sus amigos y compañeros de profesión, hasta que logró el milagro de verse acompañado por un pequeño y sonriente batallón.
La versión del 2019, que es la número 23 del Petronio Álvarez, dejó cifras récord que le disparan definitivamente al fulgor y lo convierten en el más concurrido y significativo de los festivales afrolatinoamericanos. La más contundente de dichas cifras es que se invirtieron 5.000 millones de pesos que se convirtieron, por arte de música, en 50.324 millones.
Los organizadores, encabezados por la ministra de Cultura del actual Gobierno, Carmen Vázquez, dicen que “hubo una extraordinaria dinamización de la economía, apoyo al emprendimiento cultural afro y una desbordada ocupación hotelera de la ciudad de Cali. Para la construcción de la Ciudadela Cultural Petronio Álvarez y el funcionamiento cabal del certamen se crearon 1.850 puestos de trabajo temporal, de acuerdo con los datos suministrados por los operadores. Y esto, sin contar con las ventas ambulantes de los alrededores”.
Y los organizadores continúan formulando las bondades del Petronio: “Cotelvalle reportó que la ocupación de los hoteles de la Sultana, entre el 14 y el 19 de agosto, fue del 80,24%, con tarifas promedio de 190.000 pesos, con un 78% de turistas nacionales y un 21,8% de origen extranjero.
Esto habla de que ya el Petronio produce un interés y un atractivo que en sus orígenes no tuvo. En 2019 hubo inscritos 158 grupos de más de cincuenta municipios del Pacífico colombiano y la capital, que tomaron parte en las zonales clasificatorias. Y allí estuvieron representadas de Bogotá, Istmina, Timbiquí, Valle Rica, Tumaco y Cali. Es decir que el espectro cultural del país que tiene que ver con la expresión afro y los sonidos del Pacífico estuvo casi completamente representado”.
El origen
Sí, aquel muchacho corpóreo e inquieto, que escribía letras poéticas en la noche, a la luz de una vela, tras su muerte, a los 52 años, fue transformándose en una leyenda… Y ahora es el nombre de toda la imaginación, rebeldía, poética y sensualidad de unos hombres y mujeres excelentes que, pese a ello, parecieron condenados a la trastienda opaca de la historia…
Este reportaje se realizó con el apoyo del Ministerio de Cultura de Colombia.