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Curaçao: entre el dolor y la esperanza
Por: Juan Abelardo Carles R.
Fotos: Carlos Eduardo Gómez Velásquez
Uno de los particulares encantos de Willemstad, capital de Curaçao, es que creció desde las márgenes del canal que da entrada a la bahía de Santa Ana. Las coloridas edificaciones coloniales holandesas parecen hacerles calle de honor a los cruceros que atracan en el puerto. En el lado occidental del canal, en la zona conocida como Otrabanda, hay una especie de barrio llamado Kura Hulanda (corazón de Holanda), conjunto arquitectónico de varias edificaciones de valor histórico y cultural, adquiridas por el filántropo curasoleño de ancestros holandeses Jacob Gelt Dekker. Bajo su dirección, la zona se fue armonizando para ser estéticamente agradable y urbanísticamente funcional, agrupando hoteles, restaurantes, spas e incluso residencias.
El pasear por sus callejuelas y contemplar sus casas de tonos pasteles sería una agradable atracción turística para cualquier visitante en Curaçao, pero para mí, en realidad, son como un marco, la antesala, antes de abordar lo que opino es uno de los museos más interesantes de toda la cuenca del Caribe y, por qué no decirlo, de Latinoamérica. ¿Cómo me atrevo a aseverar lo anterior, cuando en grandes metrópolis suramericanas encuentras recintos y colecciones inmensas? Pues sí: me atrevo. Y lo hago porque no puedo (y aún me cuesta) creer que, apenas atravieso las puertas del Museo Kura Hulanda, me encuentre con tablillas cuneiformes sumerias, vasijas votivas cananitas —anteriores a la ocupación de aquella región por los antepasados de los israelitas—, inscripciones egipcias y vasos de cristal romanos, entre centenares de piezas que Dekker ha reunido a lo largo de sus viajes por el mundo.
Podría decir que la cedulación de las piezas (es decir, cómo se identifican y se contextualizan históricamente) no es muy precisa, y que su exposición es un poco naive, con muchos artículos en aparadores de cristal y madera, como en los museos de finales del siglo XIX o principios del XX, pero estas objeciones se desvanecen ante la cantidad de piezas y la certeza (por lo menos para mí, que me encanta la historia universal desde niño) de que aquella tablilla sumeria tras el vidrio, a solo treinta centímetros, fue estampada hace 4.000 o 5.000 años, y que Abraham, el padre de las naciones hebrea y árabe, quizá la haya tocado, simplemente me eriza.
De hecho, esta parte de las colecciones del museo reúne objetos de valor cultural para pueblos que, históricamente, tuvieron algo que ver con la evolución de lo que hoy es la nación judía, y fue hecha como homenaje a este antiquísimo pueblo, que hoy es parte esencial del crisol de razas que conforma la identidad del curasoleño. No es la única, sin embargo, y luego de dejar atrás, emocionado, la pequeña pero impresionante colección de objetos mediterráneos, me enfrento a la también imponente muestra sobre los reinos del África occidental. Hace años que deseché la noción sobre la supuesta inferioridad cultural de los pueblos americanos frente a los europeos que les conquistaron, por lo que esta exhibición me proporciona una saludable confirmación de que lo mismo sucedía frente a los pueblos africanos.
La colección sobre África occidental muestra, entre otras culturas y civilizaciones, objetos del imperio de Ghana (que no necesariamente debe asociarse con la nación africana homónima de la actualidad), cómo floreció entre 750 y 1076 de nuestra era, ganándose la fama de ser el Estado más rico del mundo, y cómo, a partir de ese año, sucesivas invasiones musulmanas golpearon al país hasta absorberlo definitivamente, en 1250. Los reinos musulmanes que reemplazaron a imperios como el de Ghana dieron los primeros pasos en el nefasto tráfico de esclavos, introduciendo los primeros de ellos a Europa, por Venecia y el Califato de Córdoba. Luego los europeos, liderados por Portugal, establecieron sus propios puertos para el acopio de cautivos, penetrando en el continente hasta que, finalmente, lo tomaron casi todo.
Holanda acabó siendo una de las potencias más activas en el lucrativo tráfico de esclavos, y Curaçao fue uno de los centros más dinámicos de este comercio en las Américas. Las siguientes salas repasan todos los aspectos de tan horrenda industria en la isla. Entre los más perturbadores están la reproducción de una de las cubiertas donde se agolpaba a los hombres y mujeres en un viaje de meses, que muchos no culminaban, y una silla-jaula de hierro, en la que se sentaban a pleno sol a los esclavos más irreductibles y díscolos y de la que, casi indudablemente, no salían vivos. Acostarme en las tarimas en las que los esclavos permanecían encadenados y sentarme en la silla-jaula, tratando de pensar cómo haría una persona para soportar el calor solar y encima el calentamiento de los hierros, personaliza la dimensión de la tragedia de tal manera, que no puedo demorar ni diez segundos inmovilizado.
De diez a quince millones de africanos fueron traídos a las Américas entre los siglos XVI y XIX. Aunque los holandeses exportarían grandes cantidades de esclavos desde Curaçao a todo el Nuevo Mundo, se reservaron un notable número para las landhuizen (“haciendas”, en holandés) establecidas en la isla. Los afro-descendientes esclavizados fueron desarrollando una rica cultura, fruto del mestizaje entre el patrimonio que trajeron consigo y el que fueron desarrollando en sus circunstancias de cautiverio y de contacto con los europeos, los nativos americanos y otros grupos humanos. Una espléndida muestra de lo que fue esta cultura (y de lo que, por consiguiente, es) puede verse en el Museo Tula, localizada en las dependencias de la antigua landhuis de Knip (Kenepa, en papiamento). Las edificaciones amarillas de Kenepa surgen entre la flora achaparrada típica de Curaçao, cerca del imponente macizo de Christoffel, al noroeste de la isla. Puede llegarse desde Willemstad por la carretera hacia Westpunt (Weg Naar Westpunt), en el Norte, o bien por la carretera Santa Cruz, al Sur.
La primera sala de exhibiciones bautizada “Nacer, morir y renacer”, en mi interpretación libre del original en papiamento, destaca elementos importantes en el proceso de evolución de la cultura curasoleña. El mal de ojo, la importancia de la partera en las comunidades afro-curasoleñas, las tradiciones orales de la isla, las tonadas que inventaban las mujeres para desafiar o molestar a sus compañeras mientras hacían labores domésticas, como lavar la ropa o atender los huertos familiares y los artefactos inventados por los afro-curasoleños para la cocina criolla, entre otras cosas.
Michelán, nuestra guía, sazona sus explicaciones cantando para nosotros antiguas canciones de cuna, salomas para acometer los trabajos en la plantación, o pasos de las mazurcas y otros bailes tradicionales de los afro-descendientes. También nos lleva por las otras exhibiciones: “Mi casa, mi palacio”, que ejemplifica la creatividad de los afro-descendientes al utilizar los escasos materiales locales para construir sus viviendas; y “Del cultivo a la danza de la cosecha”, que enumera los distintos alimentos introducidos en la isla, su almacenamiento y, en conclusión, de su importancia en el desarrollo de la tradición culinaria de la isla.
Luego del espeluznante vistazo a los horrores del comercio esclavista en Kura Hulanda, las bucólicas evocaciones del Museo Tula en Kenepa podrían suponer una especie de “final feliz”, para la diáspora africana, al menos en este pequeño rincón del Caribe, pero nada más alejado de la realidad. La sumisa resignación de los esclavos africanos duró poco, si es que alguna existió, mientras que en Europa, los pensadores de la Ilustración comenzaban a cambiar la actitud tolerante de la sociedad hacia la esclavitud. El espejismo de “civilización” que los señores holandeses creían tener en Curaçao comenzó a disolverse.
Y todo comenzó aquí, en Kenepa, el 17 de agosto de 1795. Fuera de las dependencias hay un pilar coronado por un puño que aferra una cadena rota. Se cree tradicionalmente que en ese preciso lugar cerca de medio centenar de esclavos se rebeló contra el dueño del landhuis. Los insurrectos, liderados por un esclavo llamado Tula, se dirigieron entonces a la plantación de Saint Kruis, donde liberaron más esclavos y se les unió otro esclavo líder, Bastián Karpata. Simultáneamente, Louis Mercier, un liberto procedente de Haití, encabezó otro grupo que luego se unió a Tula y Karpata. Yendo de plantación en plantación, los insurrectos liberaron más esclavos, fortaleciendo su movimiento.
Ir por la carretera de Saint Kruis de vuelta hacia Willemstad nos permite pasar por los sitios donde se escenificaron los capítulos decisivos de esta primera insurrección de esclavos. Está la landhuis de Saint Kruis, donde Tula y Karpata unieron fuerzas; también se puede visitar la bahía de Portmarie, donde los insurrectos derrotaron por primera vez a las fuerzas holandesas. Los siguientes meses se desarrolló una desgastante guerra de guerrillas hasta que, con traiciones y emboscadas, los líderes fueron capturados. El 3 de octubre de 1795, tras casi siete semanas, Tula, Mercier, Karpata y otro líder llamado Wakao, junto con algunos de sus fieles, fueron torturados, ejecutados y sus restos, descuartizados, fueron arrojados al mar. Las autoridades de la isla pretendieron enseñar una lección a sus esclavos con semejante barbaridad, pero solo lograron fortalecer su determinación de ser libres.
Luego de sofocar el alzamiento, los holandeses suavizaron las leyes de trato a esclavos, hasta que prohibieron el comercio de esclavos en 1814. Aún así, mantendrían mano de obra esclava en sus colonias hasta que, presionados por el Imperio británico, abolieron la esclavitud en 1863. Los líderes rebeldes no murieron en vano y el sitio donde fueron arrojados sus restos, al final del Boulevard John F. Kennedy, cerca del Hotel Holiday Beach, está marcado por dos monumentos: un puño similar al que hay en Kenepa y un conjunto escultórico de esclavos que se liberan de sus cadenas. Aquí termina nuestro recorrido por dos museos y la campiña curasoleña; hemos viajado en el tiempo hacia un pasado de sufrimiento y tortura, pero también de valentía y esperanza.
Para más información ingresar a:
www.museotula.com
www.kurahulanda.com