Cape Ann: propuesta turística para un fin de semana invernal
Por: Juan Abelardo Carles
Fotos: Carlos E. Gómez
Quien mira un mapa de Massachusetts puede imaginar que su enorme bahía no es más que el espacio encerrado por la tenaza de un cangrejo, de esos especímenes carnosos que deambulan en el lecho de sus aguas frías y ricas en alimento. La zona metropolitana de Boston se ubica justo en el pivote de la pinza, mientras Cape Ann marca la punta norte.
Las circunstancias del oficio nos llevaron a Carlos, mi colega fotógrafo, y a mí, a estar en Boston tras una ventisca memorable. Siendo ambos de latitudes tropicales, lo que para los locales podría ser un engorroso pero habitual contratiempo invernal, a nosotros nos pareció una novedosa aventura. Y cuando agotamos las opciones que la sofisticada Boston nos podía ofrecer, en medio de sus nevadas circunstancias, partimos hacia Cape Ann, al norte del estado, en busca de paisajes más bucólicos.
Y no nos equivocamos: tras avanzar por la mítica Autopista 1, que recorre la costa este del país casi de frontera a frontera, que nos sacó de la zona metropolitana de Boston, tornamos hacia el noreste, por la ruta 128, que poco a poco se fue internando entre bellos parajes de árboles desfoliados y suaves colinas blancas. La zona aparentaba menos presencia humana, pero no fue así, pues esta ruta termina en el antiguo pueblo de Gloucester, uno de los primeros sitios de colonización de Nueva Inglaterra.
En 1498, tras la fiebre exploradora desatada por Cristóbal Colón, que lanzó un enjambre de expediciones desde Europa hacia Poniente, John Cabot repasó estas costas rocosas, reclamándolas para la Corona británica. La riqueza de la comarca no residía en sus tierras pedregones de granito comprimido que soportaron durante milenios el peso de glaciares‚ sino que se hallaba bajo sus aguas. Por décadas no hubo asentamiento permanente y las flotas pesqueras fondeaban para explotar los espesos cardúmenes. En 1623 el rey James de Inglaterra autorizó los primeros asentamientos permanentes, uno de los cuales fue Gloucester, aunque tenía otro nombre, impronunciable.
Hoy el poblado ofrece un agradable conjunto, formado por casonas y campanarios de vivos colores. Lo bordeamos y entramos a la calle comercial para dirigirnos hacia el puerto, donde nos espera Peter Webber, de la Cámara de Comercio de Cape Ann. “Algunas de las casas más antiguas son de 1700 y aún siguen en pie”, nos revela, mientras caminamos en medio del frío aunque ya soleado clima. La temperatura ha subido un poco, y aunque todavía la nieve se comprime sobre techos, aceras y recovecos, un leve vaho fresco se levanta a unas pulgadas del piso.
También se ve un humillo sobre el mar que lame el malecón del Boulevard Stacy, a orillas del puerto de Gloucester. Webber nos lleva hasta el Monumento a los Pescadores, levantado en 1923, que reproduce la efigie de un capitán apoyado sobre el timón, oteando el horizonte y encarando la incertidumbre de las azarosas aguas. En el pedestal se lee la dedicatoria: “A aquellos que bajaron al mar en naves” (They that go down to the sea in ships), tomada del salmo bíblico 107:23-31. La efigie está rodeada por varios mojones sobre los cuales se enumera el nombre de quienes fueron reclamados por el mar a lo largo de doscientos años, en intercambio por los tesoros que cedía para prosperidad de Gloucester y los demás pueblos de Cape Ann.
En efecto, la pesca fue la industria principal del pueblo y de la región durante varios siglos y aunque ahora otras industrias la hayan reemplazado (el turismo, entre otras), aún las nuevas empresas dependen del aura romántica con la que la industria pesquera impregnó al pueblo. Por ejemplo, la película La tormenta perfecta (2000) fue filmada aquí y en los alrededores, para aprovechar su ambiente bucólico. Y no es que el director del filme haya “descubierto” los bellos parajes de Cape Ann; de hecho, la región concentra algunas de las poblaciones con más artistas que pueden encontrarse en Nueva Inglaterra. En Rocky Neck, cruzando la ensenada de Gloucester, hay más de cuarenta establecimientos dedicados o relacionados con las artes, incluyendo galerías, tiendas, talleres y demás lugares relacionados.
Luego de recrear nuestra vista con un paisaje invernal espectacular, el frío y el ejercicio nos abren el apetito. Nos devolvemos con Peter a los muelles cercanos a su oficina y, atravesando veredas entre apilamientos de trampas para cangrejos, langostas y otros crustáceos, nos topamos con un claro en el que destaca la edificación de madera del restaurante Gloucester House. La tradición gastronómica de Gloucester es proverbial en todo Massachusetts, y supongo que hay muchos otros restaurantes en la ciudad, pero ninguno me ofrece el atractivo de sentarme a cenar con su dueño quien, además, es aficionado a la historia de la comarca.
Lenny Linquata pertenece a la tercera generación de la familia que se ocupa del Gloucester House (fundado en 1958 por su abuelo). Como todo el mundo lo conoce, saluda en algunas mesas y luego se sienta con nosotros. Tres platos de espesa clam chowder humean frente a nosotros. “Cada región de Nueva Inglaterra tiene su forma especial de prepararla, aunque todos tienen más o menos el mismo aspecto, a excepción de la de Rhode Island, donde es roja porque le agregan tomate”. Así pues, entre cucharada y cucharada, nos cuenta la historia de su pueblo natal.
“Esta es una región especial. Las aguas frías hacen que los animales marinos desarrollen más grasa y tamaño, y por eso su carne tiene más sabor”, prosigue Linquata mientras atacamos sendos platos de mejillones. “Las colonias que rodeaban la bahía de Massachusetts tenían mucho pescado muy cerca, y cuando comenzaron a salarlo pudieron exportarlo o intercambiarlo por textiles de Europa y ron del Caribe, por ejemplo. Las colonias se volvieron autosuficientes y prósperas, y cuando la Corona británica comenzó a imponer cada vez más impuestos sobre ellos, la autosuficiencia derivó en deseos de independencia”. De hecho, fuera de este puerto se escenificó la Batalla de Gloucester, en agosto de 1775, uno de los pocos lances que los patriotas ganaron al principio de la guerra de la revolución.
Con los siglos, los habitantes de la zona fueron desarrollando una idiosincrasia que valoraba mucho la autosuficiencia, la inteligencia y el pensamiento creativo. Hay muchos ejemplos: aparte de la pescadería salada, Cape Ann también se volvió gran exportadora de hielo, en épocas en que el producto era considerado suntuario, gracias a los estanques que el terreno rocoso y accidentado ha creado. Muchas personas utilizaban un método artesanal para preservar los alimentos congelándolos a gran profundidad en el hielo. Clarence Birdseye estudió el proceso, lo que le sirvió, en parte, para desarrollar su método de preservación de comidas que, prácticamente, inauguraría la industria frigorífica. Por estos lares también vivió John Hays Hammond, inventor del radio control, quien con su dispositivo pudo manejar un bote no tripulado entre Gloucester y Boston de ida y vuelta en 1910.
Pero no solo el ingenio científico es avivado en medio de este bello, aunque a veces difícil, paisaje. Pintores como Fitz Henry Lane, John Singer Sargent y Edward Hopper, punteros en el desarrollo de la plástica en Estados Unidos, remontaron a lomos de la inspiración surgida por las aguas iridiscentes, los bosques de áspera belleza y los coloridos caseríos de Cape Ann. Las musas también fueron propicias para los literatos de la talla de Henry Wadsworth Longfellow, T. S. Eliot, Joseph Rudyard Kipling y Ralph Waldo Emerson, entre otros, quienes escribieron aquí algunas de sus obras.
Como dato curioso, pernoctaremos en el mismo hotel en el que Emerson pasó varios veranos junto a su familia. El establecimiento ha tenido varios nombres y administraciones. El nombre actual, Emerson By The Sea hace honor al literato decimonónico. El hotel se encuentra en el poblado de Rockport, vecino a Gloucester, que recibe el aliento del mar con más intensidad por estar en el sector noreste de Cape Ann. La costa de Rockport, como su nombre lo indica, exhibe pedregones de granito, arrancados a los morros y peñones por el viento y las olas.
La acogedora recepción del hotel aún conserva ecos del cálido ambiente victoriano del que Emerson y otros huéspedes disfrutaron, y al caminar por el pasillo creía escuchar el eco de aquellos dados lanzados por el insigne escritor mientras buscaba la paz apropiada para liberar su narrativa. Siendo periodista, siento afinidad con un sitio donde escribió uno de los grandes de las letras norteamericanas, y lo recorro buscando los objetos y las vistas que hubiesen despertado el ingenio del vate. Lo encuentro al fin en la terraza que da al mar, justo cuando el crepúsculo extiende su manto de paz, frío y lila sobre el Atlántico norte. Mi espíritu al fin se sosiega y escucha la magia del invierno boreal, que parece ser más poderosa aquí, alrededor de los bosques y colinas de Cape Ann.
Nota: este reportaje fue posible gracias a la ayuda de la Cámara de Comercio de Cape Ann www.capeannchamber.com y la Secretaría de Turismo de Massachusetts www.massvacation.com
¿Cómo llegar?
Desde Norte, Centro, Suramérica y el Caribe, Copa Airlines le ofrece un vuelo diario a Boston, Massachusetts, desde su Hub de las Américas en Ciudad de Panamá. El vuelo sale de Panamá a las 11:46 a.m. y llega a Boston a las 6:16 p.m. El vuelo desde Boston parte a las 9:54 a.m. y arriba a Panamá a las 2:28 p.m. Para mayor información, ingrese a www.copaair.com