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SuraméricaArgentinaCachi y el Valle Calchaquí Entre el cielo y el alma

Cachi y el Valle Calchaquí Entre el cielo y el alma

Texto y fotos: Sebastián Córdoba

 

El Norte argentino tiene una gema turística que poco a poco se va puliendo, tanto en infraestructura como en su oferta de servicios, y así ha ido adquiriendo fama regional e internacional. No, no estamos hablando de la Quebrada de Humahuaca, ya instalada en el circuito argentino premium, sino de su pariente cercana tanto cultural como turísticamente: el Valle Calchaquí Norte y su estrella, la blanquísima Cachi.

Hacia allí partimos, con la idea de informar sobre sus tradicionales y renovadas bellezas. No imaginábamos encontrar un lugar que, con sus encantos y su silencio, es capaz de conmover el temple de los más experimentados viajeros.

Para los que quieran planificar los paseos de la manera más independiente posible, lo ideal es alquilar un auto, incluso en el aeropuerto de Salta. En mi desconocimiento automotor, quien les escribe optó por un pequeño y económico VW Gol de dos puertas. Si bien el espacio interno es pequeño y el confort espartano, dichos faltantes fueron compensados ampliamente por la sensación de estar muy cerca del suelo (especialmente cuando se está tan cerca del cielo trasponiendo cerradísimas curvas).

El inicio de la travesía se hace a lo grande. O más bien a lo alto, ya que para llegar de la forma más directa a Cachi se debe ascender por la Cuesta del Obispo, un trayecto de veinte kilómetros que va desde los 1.270 msnm hasta los 3.348. Al pie de la cuesta, que no tiene asfalto, y con mi pequeño auto, la gesta parecía inalcanzable. Así fue, que lentamente primero y con más confianza después comenzamos a surcar las incontables curvas que tiene el trazado, atravesadas en muchos casos por arroyuelos.

Lo ideal es tomarse un par de horas para recorrer la cuesta. Detrás de cada curva se esconden escarpados paisajes, y es bueno tener todo el tiempo del mundo para disfrutarlos. No es raro encontrar turistas europeos, estadounidenses, argentinos, latinoamericanos, tan deslumbrados por el paisaje como uno. Allí, en medio de la paz y de la amplitud de las vistas, las nacionalidades parecen desaparecer, en medio de los comentarios en diversos idiomas. Lo que nunca falta son simpáticas escenas gestuales donde interlocutores de distintos lenguajes acuerdan turnarse para obtener fotos del codiciado paisaje.Una vez en la cima de la cuesta, en la famosa Piedra del Molino, comienza el descenso hacia Cachi, por la famosa recta de Tin Tin, de larguísimos 19 kilómetros. Las montañas a partir de allí se vuelven más redondeadas y la vegetación más rala, aunque el conjunto presenta una inusitada belleza. Personalmente, la alta irradiación y luminosidad me hacían sentir como si estuviera en un estado de ensoñación, sensación que se acentuó cuando aparecieron los primeros cardones, que luego serían cientos, incluso miles, en el Parque Nacional a la vera del camino. Es que dicha planta, por su forma erguida, extraña y despojada, parece sacada de un paisaje marciano.

La llegada a Cachi tiene un valor turístico adicional, ya que se encuentra sobre la mítica Ruta Nacional 40, que recorre de sur a norte, a manera de espinazo, la totalidad de la Argentina. Hacia el norte, dicha ruta asciende hasta casi tocar el cielo, a 5.000 msnm, a través del paso del Abra del Acay, el más alto del mundo, una excursión recientemente incorporada que solo se puede hacer en vehículo todo terreno y organizada por los hoteles de la zona.La Sal de la MontañaSegún las distintas acepciones, Cachi quiere decir “pueblo de sal” o “pueblo blanco”, pues los antiguos habitantes calchaquíes creían ver en la cumbre nívea del guardián pétreo de la villa, el Nevado de Cachi, un manto de sal. Con sus 6.380 metros de altura, dicha montaña, que se erige omnipresente y soberbia, fue escalada por primera vez en 1950.Para los viajeros de hoy las buenas nuevas son dos: por un lado, a diferencia de la visita hecha por Panorama en 2003, hoy los servicios y las posibilidades hoteleras en la villa se han multiplicado. Son varias las ofertas de tipo boutique que integran el pasado indígena y colonial en la decoración de las habitaciones y los salones. Para quien les escribe, dicha transformación es más que bienvenida. Atrás, en el tiempo, parecen haber quedado (al menos en Cachi), las camas incómodas, los espartanos desayunos de pan y café y las rutas sin carteles indicadores de mis viajes de niño por el Norte argentino.

La otra buena noticia es que, a diferencia de otras poblaciones del la zona, las autoridades y las fuerzas vivas de la villa han tenido el buen tino de contener cualquier tipo de desborde visual en el diseño de los carteles. Por ende, las bellísimas y rectas líneas del pueblo se mantienen inalteradas, y uno siente como si estuviera en un set de filmación de Hollywood listo para la orden de “acción”, enclavado en medio del valle.La tranquila belleza del pueblo de Cachi sigue siendo el principal imán para los visitantes. Tanto su iglesia como su plaza arbolada son requisitos ineludibles de la fisonomía de los pueblos del Norte argentino; la primera de ellas con un interior del siglo XVI hecho en la porosa madera del cardón. Al entrar, su penumbra (bienvenida, después de varios días de intenso sol, sin nubes a la vista) nos envolvió y nos ayudó a elevar los pensamientos y a conectarnos con el pasado colonial que atesoran sus vigas, figuras y altares. Para quien quiera interiorizarse aún más, el Museo Arqueológico de Cachi, que forma un interesante grupo arquitectónico con la iglesia, tiene más de 5.000 piezas y abarca un período de 10.000 años. En la plaza también se han instalado artesanos que ofrecen sus creaciones de plata, tejidos y madera de cardón. Allí, en un pequeño stand, me permití sucumbir a la increíble suavidad de los tejidos y, feliz, me llevé dos chaquetas de lana de alpaca a muy buen precio.Las excursionesSalir a pasear por los alrededores de Cachi es encontrarse un fabuloso abanico de bellezas. Desde las pequeñas hasta las más majestuosas. A cuadras de la plaza principal, el río Calchaquí nos invitó a detenernos, no solo para tomar fotos, sino para escuchar su canto entre el silencio de las montañas. Un poco más lejos, a 29 kilómetros, en Seclantás nos sorprendimos con los tejidos de sus artesanos, que hilan finísimos ponchos, y su antigua iglesia dedicada a la Virgen del Carmen. Transitando la Ruta 40 entre los pueblos pudimos apreciar en toda su magnificencia la anchura del valle Calchaquí, siempre vigilado por el nevado que se ve desde muchos kilómetros. Y es en esos momentos contemplativos, detenidos a la vera de una ruta donde solamente impera una tranquilidad sin tiempo, que uno siente agrandarse el alma.

En el sentido opuesto sobre dicha ruta está La Poma, un villorrio aún más pequeño que Cachi, a 3.015 msnm, que bien vale los 61 kilómetros que se deben recorrer por caminos bastante maltrechos. Lo interesante de la villa de La Poma es que fue destruida por un terremoto en 1930. La reconstrucción se hizo en parte en el pueblo viejo y parte en un nuevo lugar. Hoy se pueden visitar ambos.

Pero las bellezas en Cachi son también etílicas. Y en busca de ellas llegamos a la bodega Colomé, la más antigua de la Argentina, fundada en 1831. En un magnífico entorno edilicio se pueden degustar sus vinos, entre los que se encuentra la estrella de los blancos argentinos: el afamado Torrontés, el cual encuentra en los 2.200 metros de altura del valle Calchaquí un terroir estupendo. Allí, la parcialidad que este redactor tenía hacia el Chardonnay voló por la ventana al probar este vino intenso, con la medida justa de azúcar, que refresca el paladar incluso durante asados con carnes rojas.

En el circuito de Cachi Adentro se pueden apreciar pequeñas cascadas, fincas, sitios arqueológicos y sorprendentes paisajes de las montañas que rodean al Nevado de Cachi. Aunque hay muchos caminos de ripio en estas excursiones, nuestro sencillo vehículo parecía estar a sus anchas en cualquier superficie, animándonos a seguir adelante en muchos trayectos.Comer y dormirLa gran dama entre los hoteles es La Merced del Alto, en las afueras de Cachi. Allí, en una estructura moderna erigida semejando un convento de los tiempos coloniales, quien quiera vivir un ritmo distinto puede hacerlo a cuerpo de rey.

 

Con un perfil menos suntuoso pero muy simpático, El Cortijo es otro de los nuevos hoteles construidos recientemente y que incorpora una paleta de colores típica de la zona en la decoración.

La gran estrella de la gastronomía de la zona de Cachi es el nuevo restaurant Viracocha, especializado en cocina andina y vegetariana. Una opción más “agreste” por su simplicidad (pero no por lo delicioso de sus platos) es el tradicional restaurant El Zapallo, donde se echan expertamente a la parrilla chivitos y demás cuadrúpedos.

Dicen unos cuantos de los que han viajado mucho que Cachi es “el lugar” en el mundo. Ese sitio donde uno se siente como en casa pero a la vez en exaltada armonía con el universo. Para este cronista, el flechazo con este adorable pueblito fue instantáneo: por su gente, su silencio, sus paisajes de ensueño, su blancura, sus sabores y perfumes. Hasta mi entrañable transporte de cuatro ruedas pareció emitir un nostálgico quejido al arrancar su motor, cuando ya volvíamos, camino al descenso por la Cuesta del Obispo.

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