fbpx
SuraméricaArgentinaBuenos Aires verde

Buenos Aires verde

Testo y fotos por Mariana Lafont

 

“El hombre, sobre todo el que trabaja, necesita distracción y ¿acaso hay alguna cosa más sana, noble y verdadera, cuando se sabe apreciarla, que la contemplación de los árboles, de las hermosas flores, cuando son dispuestas con gusto?”. Así describía Jules Charles Thays el valor de los espacios verdes en una ciudad que le debe en gran parte su fisonomía actual. En efecto, setenta parques de Buenos Aires tienen su sello: el Parque Tres de Febrero, Lezama, Centenario, Plaza Francia, Plaza de Mayo y Barrancas de Belgrano, entre otros.

El arquitecto, naturalista, paisajista, urbanista, escritor y periodista parisino Thays (1849-1934) llegó al país en 1889. Había firmado contrato por un año para hacer un parque, pero se quedó y fue director de Parques y Paseos de Buenos Aires de 1891 a 1913. Además fue elegido por las élites argentinas para embellecer estancias y mansiones, y realizó excursiones científicas para conocer especies autóctonas argentinas.

El paisajista enfatizó en la importancia de los espacios verdes, pues sostenía que en ellos “el espíritu descansa, las penas se olvidan momentáneamente y el aspecto de lo bello, de lo puro, produce un efecto inmediato sobre el corazón”. Introdujo el estilo mixto de jardín, que combina la racionalidad geométrica francesa con el pintoresquismo inglés, acompañado por el uso del agua en esculturas, fuentes, estanques y lagos. Amante de la belleza y aprovechando la hermosa flora local, dio a Buenos Aires un arbolado urbano de 150.000 ejemplares que rotan su floración a lo largo del año con árboles como lapacho, ceibo, palo borracho, jacarandá y tipa. Y como consideraba que los parques no debían ser exclusivos de las clases altas, generó espacios públicos con áreas infantiles, deportivas y recreativas. Tal fue la transformación que hizo de la ciudad, que la popular revista argentina Caras y Caretas publicó en 1901 una caricatura suya llamándolo el “jardinero de la nación”.

Porteña de nacimiento, por fortuna me crié en una ciudad que tiene algo que todas las grandes urbes deberían tener: muchos espacios verdes, ya que las ciudades respiran por los pulmones que son sus parques. Siempre amé el verde por la calma que siento al ver ese color, el aire puro que respiro bajo las copas de los árboles y la alegría que me produce ver una flor. De niña siempre iba a la placita de la vuelta a jugar y mecerme en los columpios; la plaza no era grande ni demasiado arbolada, pero al menos era un espacio para ver a otros niños y salir del departamento. Si quería un poco más de verde debía caminar unas cuadras más y llegaba a Barrancas de Belgrano, y un poco más allá me topaba con el gran pulmón de Buenos Aires: el Parque Tres de Febrero, más conocido como “Bosques de Palermo”.

Otra de mis preferidas era la Plaza General San Martín, en el barrio Retiro, rodeada por la tradicional calle Florida. Sin duda es una de las más atractivas de la ciudad, gracias a su diseño paisajístico y a la arquitectura de su entorno. Recuerdo que me parecía exquisita y muy prolija y lo que me fascinaba era esa gran pendiente por la que me tiraba corriendo hasta llegar a Avenida del Libertador, donde hoy está el Monumento a los Caídos de Malvinas. A mí me encantaba porque además de ver apurados oficinistas corriendo de un lado a otro, “como premio” siempre tomábamos el té con un rico sándwich tostado y visitábamos la elegante tienda Harrods, uno de los pocos lugares que en aquel entonces tenía escalera mecánica. Pero volviendo a los parques, si tuviera que elegir diría que tres merecen una visita obligada: el Jardín Japonés, los Bosques de Palermo y el Jardín Botánico. 

Remanso oriental

Como siempre me atrajeron los diseños armónicos, solía ir al Jardín Japonés en los Bosques de Palermo. Me encantaba cruzar el empinadísimo puente curvo de color rojo y alimentar a las coloridas y enormes carpas que se agolpaban para devorar la comida que les arrojaba. Este idílico jardín fue construido por la Colectividad Japonesa en 1967, con motivo de la visita del entonces príncipe heredero Akihito y su esposa Michiko, actuales emperadores de Japón. Como en la mayoría de los jardines japoneses, todos los elementos están pensados en función de la armonía y el equilibrio. Sus puentes constituyen símbolos como el llamado Puente de Dios (el más curvo y de fuerte color rojo), que representa el camino al paraíso. También está el Puente Truncado, hecho de troncos, que conduce a la Isla de los Remedios Milagrosos.

Tan bello es este jardín que siempre fue elegido por recién casados o quinceañeras para hacer fotos artísticas. La vegetación está representada por añosos árboles autóctonos como la tipa y el palo borracho, además de gran variedad de plantas japonesas como el sakura, el acer palmatun y las azaleas, que son un festival de color en primavera. Durante el otoño, vale la pena sentarse en el bar que se halla bajo la copa dorada del ginkgo biloba. Además del jardín, en el predio hay un centro para actividades culturales y talleres, biblioteca abierta al público, un excelente restaurante, casa de té y un hermoso vivero. Hay que pagar la entrada y todo lo recaudado se destina al mantenimiento del jardín, administrado por la Fundación Cultural Argentino Japonesa. Por ello, aquí se celebran todas las fiestas tradicionales de ese país.

Bosques de Palermo y Rosedal

El tradicional Parque Tres de Febrero ‚Äïconjunto de parques, lagos y rosedal que ocupa unas cuatrocientas hectáreas del barrio Palermo fue diseñado por el incansable Thays. Cada fin de semana es visitado por muchas personas que van a caminar, correr, patinar, montar en bicicleta o pasear en bote en alguno de los tres lagos artificiales. Los amantes de las aves pueden observar gran variedad de rapaces, garzas, loros y carpinteros, entre otras. Este parque es el destino clásico elegido por los estudiantes para hacer picnics y celebrar su día, que coincide con el inicio de la primavera, el 21 de septiembre. Allí se halla el Planetario Galileo Galilei, que además de las proyecciones sobre estrellas, planetas y galaxias ofrece espectáculos y talleres de astronomía.

Este fue inaugurado con bombos y platillos en 1875 y en los años siguientes Thays trabajó en las sucesivas modificaciones, con el sueño de convertirlo en el Bois de Boulogne porteño. Allí se encuentra El Rosedal, exquisito e idílico jardín que abarca unas tres hectáreas y media, cobija unos 18.000 rosales, bustos de poetas y escritores, un puente helénico y un patio andaluz. Una de las entradas da al romántico puente blanco y basta cruzarlo para admirar miles de rosas en todo su esplendor. Benito Carrasco, discípulo de Thays, completó la obra en 1914. Seis años después se le anexó un jardín de estilo andaluz y en 1929 el Ayuntamiento de Sevilla obsequió una pérgola, una glorieta y una fuente de mayólicas para embellecerlo aún más. 

Verde laboratorio

El Jardín Botánico de Buenos Aires era más conocido como “El Jardín de los Gatos”, pues allí solían abandonar a los gatitos sin suerte. Hace varios años sacaron a los felinos, aunque aún merodean algunos por sus serenos y sombríos senderos. Este oasis citadino se encuentra entre dos grandes avenidas: Las Heras y Santa Fe, frente a la concurrida Plaza Italia, el centro de exposiciones La Rural y el Jardín Zoológico. Allí va la gente para leer, charlar, tocar la guitarra o admirar este maravilloso lugar.

Desde 1937 este vergel se llama Charles Thays, en honor al gran paisajista que lo concibió. Sus casi 70.000 metros cuadrados están tapizados por una alfombra verde de más de 5.000 especies, que solo es interrumpida por delicadas fuentes y esculturas. En el centro hay un llamativo edificio de estilo inglés con ladrillos rojizos, donde funcionan la administración, la biblioteca y el museo donde vivió mientras fue director de Parques y Paseos. Muy cerca de allí hay un invernadero estilo Art Nouveau de hierro y vidrio. Es el mayor de los cinco que hay en el jardín y fue premiado en la Exposición de París de 1900. Adentro se atesoran cientos de helechos, orquídeas y palmeras; por lo cual resulta un placer ir en invierno para resguardarse del frío.

El jardín abrió en 1898 con seis sectores fitogeográficos: cinco albergan especies de cada continente y en el otro hay especies autóctonas argentinas. Así se pueden ver ginkgo bilobas y bellas japónicas de Asia; acacias, eucaliptus y casuarinas de Oceanía; robles, avellanos y olmos europeos, así como helechos, palmeras y gomeros de áfrica. También hay un sector dedicado a la yerba mate, cuyo proceso de germinación logró revelar, facilitando así su explotación, que se había perdido tras la expulsión de los jesuitas a fines del siglo XVIII. Como siempre, un infatigable visionario.

Reservas ecológicas

Además de los tradicionales parques, Buenos Aires alberga otro tipo de espacios verdes cuyo objetivo principal es preservar la flora típica de la ribera platense que se fue perdiendo, a medida que la urbe crecía. En estos espacios se hacen visitas guiadas, charlas y cursos sobre educación ambiental e interpretación de la naturaleza. Desde la década de 1980 se fue formando un corredor de biodiversidad a lo largo del Río de la Plata, que va desde Punta Lara, en Ensenada, hasta el delta del Paraná, pasando por las reservas de Ribera Norte (en San Isidro), la de Vicente López (en el partido homónimo) y las de Ciudad Universitaria y Costanera Sur (en Buenos Aires); esta última se halla detrás de Puerto Madero y es el vergel más cercano al microcentro porteño.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

aa