Buenos Aires: La voz de las paredes
Por Myriam Selhi-Ousset
Fotos: Noelia Vittori
Subversión y diversión: Federico Minuchin alias Run Don’t Walk, estencilista
El street art tiene una faceta de protesta, pero al mismo tiempo anhela embellecer las ciudades y acercar el arte a la gente con una pizca de sorpresa o quizá de provocación.
“Esto es político. En vez de estar en tu casa mirando tele, estás en la calle haciendo algo creativo que te pone en relación con el espacio público. De alguna manera, te lo estás apropiando”, explica Fede Minuchin, alias Run Don’t Walk, entre dos trazos de aerosol. En una esquina de Palermo Soho, Minuchin está pintando un esténcil de tres por cuatro metros. Alguien se acerca y le pregunta una dirección. Otro vecino se arrima: “¡Estás mejorando la cuadra!”. No parece haber mucha objeción al trabajo del artista.
Es que Buenos Aires tiene una concepción distinta de la esfera pública: quizá más en manos de la gente que en las del gobierno. En verano, no es raro ver chicas en diminutos bikinis en plena ciudad, bronceándose en el parque donde todo centímetro de pasto libre se convierte en cancha de fútbol. También es habitual el brasero de obreros que festejan la llegada del viernes con un asado improvisado en la vereda. Es así, la calle es pública y el público somos todos, ergo la calle es de todos. Y así como hay cierre de calles, también hay protesta social en Buenos Aires.
La gente común manifiesta, grafitea, mediante palabras escritas sobre edificios canaliza la rabia que les cierra la garganta. Uno por uno, los barrios de Monserrat, San Nicolás y Congreso empiezan a amanecer cada día con más imágenes en sus paredes. El esténcil argentino se arraiga en este contexto.
“La idea de estar en la calle hoy e intervenirla es un legado de la época post-crisis 2001-2002. En aquella época, muchos artistas se conocieron por sus paredes antes que en persona y luego terminaron colaborando”.
El esténcil valora la colaboración, al igual que la cultura punk, con la cual comparte una faceta estética. Minuchin llegó a la pintura callejera hace unos diez años, procedente de la escena musical punk y hard core. “Ya venía haciendo pósteres, tocando en una banda, haciendo tapas de discos y serigrafías hasta que me di cuenta de que no necesitaba un motivo para hacer todo este trabajo. El esténcil es como un primo más bruto de la serigrafía. Podía salir a la calle a hacerlo”. Y lo hizo: en la actualidad se pueden apreciar sus trabajos en los barrios de Congreso, Palermo y Almagro, además de Hollywood in Cambodia, galería de street art y cooperativa de artistas urbanos.
La crisis fue fértil para el esténcil en Buenos Aires. Muchos artistas argentinos regresaron trayendo nuevas experiencias y amistades. Estencilistas, grafiteros y muralistas, argentinos y extranjeros, conformaron grupos de diversas influencias.
Bullicioso y efímero: Nicolás Romero, alias Ever, muralista
Empezó a grafitear las calles del barrio porteño Congreso a los 17 años, pero ahora pinta murales en la calle. Más específicamente, suele retratar a Mao Tse Tung y otros personajes de la iconografía china sin ojos, aunque no exclusivamente. Por ejemplo acaba de volver de Bélgica, donde pintó un mural de cuatro pisos del rostro de un adolescente negro en la entrada de Ostende. Este personaje, un habitante de la ciudad balnearia, no fue una elección fortuita.
“Antes, quería afirmar cosas, ahora quiero generar preguntas”, analiza el artista sobre su mural en la ciudad de vacaciones del rey Leopoldo II, a quien se le atribuye la muerte de seis a diez millones de congoleses. “¿Qué pensaría el rey si viera que entrando a su pueblo de verano está una persona africana para darle la bienvenida? No estoy dando venganza, este chico que retraté existe, nació en Bélgica y habla flamenco. Sólo pienso que es bueno recordar cómo pasaron las cosas”.
Romero pasa unas semanas por Buenos Aires, su ciudad natal, que describe como “el único lugar donde me río sin reservas”. De ahí se va a pintar a Córdoba antes de lanzarse de nuevo a Ucrania para un festival de street art. Ever está en movimiento perpetuo, como la ciudad que lo vio crecer. Para él, pintar en Buenos Aires enseña que nada es normal o igual de un día al otro. “La calle es imprevisible, lo que pasa ahí está fuera de mi control y cuando pinto un mural me tengo que entregar a lo efímero. Esta ciudad se improvisa en el día”.
Parado en frente del primer mural de Mao que pintó, explica que le encanta que los porteños se apropien de sus obras. “Una vez que están terminadas ya no son mías. A la dueña de este muro le ofrecí renovar su fachada. Se negó, a ella le gusta que la gente la conozca como ‘La Señora del Mao’. Las personas buscan formar parte de esto. Es lo que me gusta de Buenos Aires”.
Romero empezó con el grafiti hace trece años y la llegada del esténcil lo llevó al muralismo. “Me fascinó el poder del mensaje que los estencilistas lograban concentrar en una imagen tan chica; la concisión que tenían artistas como BsAsStncl o Run Don’t Walk para transmitir mensajes tan fuertes. Ahora la escena está muy rica, muy diversificada, hay más artistas. Cuando pones colores en la calle y cambiás el espacio cotidiano de la gente, generás libertad.”
Clásicos reinventados: Daniel Stroomer, alias Nase Pop, grafitero
En Buenos Aires el arte urbano evoluciona de forma constante y conviven muchos géneros. El grafiti, que fue la primera manifestación del street art en su acepción contemporánea, abrió el camino a las otras ramas de las cuales se fue retroalimentando. Nase Pop es una figura del nuevo grafiti en Buenos Aires.
El primer encuentro de Stroomer con el grafiti fue tan conflictivo como naif. A los quince años, en su ciudad natal, Almere Haven (Holanda), tagueó su nombre en cada piso del complejo habitacional donde vivía. La primera queja por el “Daniel” escrito torpemente tardó en llegar veinte minutos, pues había un solo Daniel en todo el complejo.
“Mi madre primero me retó y luego sacó unos libros de grafiti. Me explicó qué era el street art y que lo que había hecho era ilegal, y por eso los grafiteros usan pseudónimo. Me mandó a arreglar cada tag que había hecho y me prohibió pintar en la calle”. Pero la semilla ya estaba sembrada. Obviamente, desobedeció a su madre y siguió pintando a escondidas su suburbio natal y luego los trenes de la cercana estación de Almere Stad, después ámsterdam, Barcelona y Buenos Aires.
“Cuando llegué, la escena grafitera estaba en auge, muchos artistas volvían del exterior y había aerosoles de primera calidad para trabajar. Esto, combinado con que en Buenos Aires se puede pintar en la calle sin permiso municipal, abría posibilidades creativas increíbles”. Así florecieron los primeros grafitis de Nase Pop en Palermo.
Stroomer es un diseñador gráfico con un afecto particular por la tipografía. “La escritura de grafiti es un ejercicio de tipografía desde que nació y se dirige cada vez más deliberadamente hacia eso”, estima. En los últimos años, se está marcando una tendencia global del grafiti escrito hacia la prolijidad. En el marco del festival tipográfico 36 Days of Type, una invitación digital a artistas de todo el mundo para producir una letra por día y luego los diez números, Nase Pop pintó varias letras por la ciudad. Ciudad caótica y rebelde que él vuelve a elegir “por su locura y su libertad” cada vez que se aleja de ella.
Gregarios y estetas modernos: Al Ver Verás
Hay pocas historias más porteñas que la de los integrantes de Al Ver Verás. El colectivo de artistas pone en escena los fines de semana “música para ver” y propone un espectáculo de concepto itinerante único. Desde una terraza, el colectivo interviene las medianeras de los edificios del barrio con proyecciones musicalizadas de su creación.
Los miembros fundadores Daniel Selén, compositor visual y espacial, y Diego Gentile, compositor musical y lírico, son amigos de infancia del barrio La Boca. La artista plástica Martina Fraguela interviene en vivo con un retroproyector de luz y óptica con varios medios artesanales. Selén y Fraguela se conocieron en una milonga de La Boca bailando tango hace seis años. “Ella se transformó en un tipo de musa inspiradora, hasta que se sumó definitivamente al proyecto”, recuerda Selén. El equipo se completa con los amigos y músicos Maximiliano Di Monte en percusión y Alejandro Chomicz en el saxofón, además de la bailarina Leticia Fraguela, hermana de Martina.
“La idea es que los protagonistas de este espectáculo sean el espectáculo mismo y la ciudad. No queremos que la señora del edificio apague la luz o que la calle esté a oscuras”, señalan los fundadores. Este proyecto existe desde 2002 pero realmente pudo concretarse en 2007. Desde aquel momento empezó a mutar hasta convertirse en un espectáculo audiovisual de cincuenta minutos con siete proyectores, tres músicos y videos que se proyectan sobre la ciudad.
La propuesta evoluciona. Percibo, el show que va en su tercera temporada, está muy vinculado con el momento: “Las paredes de la ciudad son como palimpsestos, concepto griego de escribir sobre algo que ya tiene huellas de inscripciones anteriores. Es lo que hace el grafiti y es lo que hacemos nosotros también, a diferencia es que escribimos con luz”. El proyecto de Al Ver Verás es un puente entre lo pictórico, la música y el movimiento.
El concepto de Al Ver Verás es único. Se asemeja al video mapping, aunque éste construye una ilusión óptica gracias a la morfología del edificio protagonista. Al Ver Verás usa varios edificios como telón y Buenos Aires contribuye bastante. “Las medianeras, tan típicas del horizonte porteño, son una superficie perfecta para nosotros, pero si no hay, usamos otra cosa”. En invierno, la modalidad se vuelve intramuros y el colectivo propone un espectáculo “Cielo adentro” que cambia de función en función. A los espectáculos interiores se suma la corporalidad de la bailarina Leticia Fraga.
Subversiva, divertida, bulliciosa, efímera, clásica, moderna, gregaria y hedonista, esta ciudad comparte muchas características con el street art que la habita y la anima, comprobando que si bien el arte urbano no es un fenómeno porteño, el street art porteño, inteligente y público, es todo un fenómeno.