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Vistas de PanamaBoca Chica: sobre paraísos naturales ocultos y reivindicados

Boca Chica: sobre paraísos naturales ocultos y reivindicados

Por: Juan Abelardo Carles
Fotos: Carlos Gómez

 

Cierta regla no escrita del oficio nos previene de iniciar cualquier reportaje con una oración negativa; sin embargo, debo decir que las referencias que tenía de Boca Chica no eran buenas. Hacía más de ocho años, otra colega periodista había recorrido las islas Paridas, a las que se puede llegar desde aquí. Su experiencia de acampada en Isla Bolaños comenzó con una tormenta monumental; preámbulo al ataque de una legión de insaciables mosquitos, que la obligaron a ella y a su grupo, en plena madrugada, a meterse hasta la nariz bajo las olas, para evitar el urticante destino de convertirse en platillos de un buffet vivo para los insectos. No obstante, para ella, mujer osada y práctica, estas aventuras no pasaron de percances menores propios de una viajera pionera. Su ordalía terminó al amanecer, cuando unos pescadores que regresaban de su faena los rescataron y llevaron a la costa.

Mi experiencia también sería inaugurada por una copiosa tormenta tropical, pero, al contrario de mi colega, yo no la soportaba bajo la precariedad de una tienda de campaña, sino cómodamente sentado en la terraza comedor del Seagullcove Lodge. Habíamos llegado al lugar poco después del mediodía, cuando los cúmulos aún crecían sobre el horizonte e inmediatamente habíamos entrado en un lapsus de relajamiento provocado por el tranquilo ambiente y sereno paisaje del Océano Pacífico y el resto de las islas Paridas distinguibles desde aquí. Debo admitir que, a diferencia de quien me recomendó este lugar, no soy mochilero ni me gustan las acampadas.

Seagullcove Lodge es un lugar íntimo, que solo admite trece huéspedes en cinco habitaciones que van desgajándose por la ladera, desde la casa lobby hasta una pequeña playa de pedruscos pardos de la que parte un muelle que lleva a un tiki-bar estilo hawaiano. Melissa, la administradora, nos recibe y atiende en chancletas playeras; así de informal es el ambiente. “Este hotel empezó a funcionar en 2007, hará ya casi siete años”, nos explica. “Antes de eso solo había un hotel en Boca Brava”. Sé de qué hotel habla, pues la vapuleada expedición de mi amiga había encontrado allí el único sitio dónde comer de los alrededores.

Ahora hay más oferta, empezando por el restaurante del Seagullcove, abierto al público, cuyo menú se inspira en la cocina italiana, debido a su primer y antiguo dueño. Ante la posibilidad de un temporal, posponemos la salida en bote que teníamos programada como primer punto de nuestra visita, optando en cambio por recorrer otros hotelitos de la zona. Junto al nuestro está el Hotel Bocas del Mar, un poco más grande y de estilo contemporáneo, pues todo es blanco, con acentos en madera y metal, y en la zona de la piscina suena discretamente algo de música lounge. Tiene 16 habitaciones que pueden acomodar bien a cuarenta huéspedes.

María Luisa y Olaf lo administran desde hace poco. “Las personas que vienen a nuestro hotel en particular, y a Boca Chica en general, buscan un turismo más tranquilo. Aquí nos concentramos en un servicio más personal, relajado y con mucha atención al detalle”, comenta María Luisa. Al parecer, esta es la tónica de los hoteles y acomodamientos en Boca Chica y alrededores, pues cuando se levanta la vista todo es verdor y mar, pero nadie se imagina que en la zona hay unos diez alojamientos turísticos, semejantes al Hotel Boca del Mar y el Seagullcove Lodge, de diversos estilos y presupuestos.

Lo que sí comparten todos es la regla de ofrecer servicios turísticos de bajo impacto medioambiental y pequeña escala. Aquí no encontrará un monstruo de trescientas habitaciones, cinco piscinas, campo de golf y todas esas hierbas aromáticas que ofrecen los destinos de costa tradicionales. Apenas tenemos tiempo de regresar a Seagullcove Lodge antes de que las nubes, cada vez más arremolinadas en el cielo, descargaran un temporal que veló absolutamente las islas del paisaje y luego se alargó en una garúa interminable. Sin mayor posibilidad de continuar explorando, nos retiramos a la cabaña, donde la noche se anuncia con la fragancia de un enorme jazminero avivada por la fresca temperatura y la letanía de las cigarras.

Todo es parte de una fórmula ganadora entre el sector privado y el público. Boca Chica es, por así decirlo, la puerta de entrada al Parque Nacional Marino Golfo de Chiriquí, un espacio de 14.740 hectáreas que incluye islas y aguas marinas en el Pacífico occidental panameño. Lejos de considerar la protección del área un obstáculo, las comunidades cercanas la han incorporado a sus planes de desarrollo, pues así como hay hoteles también hay lancheros, restaurantes y pequeños comercios para atender a los turistas que vienen a disfrutar de este refugio natural.

Panamá decidió proteger la riqueza biológica de este sitio debido a varios factores geográficos y naturales que caracterizan este lugar. Los picachos de la cordillera del Tabasará, que se levanta en esta provincia y continúa hacia el Oeste, en Costa Rica, pueden verse muy lejos, pero geológicamente están casi encima de la costa. Aquí los ríos, más que fluir, se precipitan hacia el mar en corrientes intrépidas, sin claros, dando muy poco tiempo a que los nutrientes arrastrados desde las antiguas laderas volcánicas se asienten.

La estampida solo disminuye en la gran Bahía de Muertos, a la que van a dar ríos cortos pero caudalosos como Fonseca, San Juan, Chiriquí y Chico. La isla de Boca Brava, frente a Boca Chica ‚Äïque hace parte de la zona de amortiguamiento del parque‚Äï, así como las islas Parida, Paridita, Santa Catalina, Pulgoso, Gámez, Tintorera, Obispo, Obispone, Los Pargos, Ahogado, Icacos, Corral de Piedra y Bolaños, entre otras salientes pedregosas que sí están dentro de la zona protegida, cumplen la función de taponar la salida de la bahía, reteniendo los ricos nutrientes provenientes de la cordillera.

Una despensa inmensa de vida que atestiguamos a la mañana siguiente, cuando aprovechamos un lapso soleado en medio de la regularidad lluviosa de la zona para recorrer algunas de las islas del archipiélago. Las playas insulares son lugar de anidación usual para especies amenazadas de tortuga, como la baula (Dermochelys coriacea) y la carey (Eretmochelys imbricata). Además, las aguas someras encerradas entre el archipiélago y tierra firme sirven a las ballenas jorobadas para alimentar y enseñar a nadar a sus ballenatos. Nuestro grupo se acercó a una pareja de madre e hijo que corcoveaban sobre las olas, resoplaban y se volvían a hundir, mientras la madre intentaba aupar al crío para que mantuviera brevemente el lomo sobre la superficie. También tuvimos oportunidad de zigzaguear junto a un grupo de delfines.

Hacia el sur, las islas exteriores del parque están rodeadas por un rico semicírculo de coral intercalado con praderas marinas, donde pueden encontrarse formaciones de porites lobata y del hidrozoo coral de fuego (Millepora intricata), cuyos vericuetos y caprichosas formas ofrecen hogar a peces espectaculares, como ángel rey (Holocanthus passer), loro bicolor (Scarus subroviolaceus) y tiburón punta blanca (Trienodon obesus).

Por esta abundancia de peces, los primeros turistas que vinieron eran principalmente pescadores y buceadores, actividad en la que se especializa el Hotel Boca Brava. Este alojamiento, abierto por un alemán hace casi nueve años, tiene un aspecto más caótico, y no lo digo por desprolijo, sino porque se fue construyendo por etapas, agregando un cuarto aquí y otro cuarto allá. El lugar es algo laberíntico, como un refugio de piratas, lo cual genera un ambiente de camaradería del que disfrutan mucho sus asiduos. Julio, el administrador, nos cuenta que en diciembre reciben visitantes de Norteamérica, mientras que de febrero a julio el grueso de sus huéspedes son europeos. “Casi siempre se trata de un público más crecido que disfruta la naturaleza y la tranquilidad”. Entre hamacas, camarotes compartidos y habitaciones individuales, este hotel puede acomodar hasta 68 personas.

Según la tradición, durante la época de los barcos a vela, las naves recalaban en las islas, principalmente en Parida, a recoger manzanillo de playa (Hippomane mancinella), que utilizaban para controlar las plagas de ratas a bordo de sus barcos. Desde el punto de vista geológico, las costas del Golfo de Chiriquí, Boca Chica incluido, eran parte de la única franja costera del continente a la que habían llegado los cocoteros (Cocos nucifera) impulsados desde Polinesia por la poderosísima corriente del Pacífico. Junto a los cocos, los bosques costeros e isleños se complementan con ejemplares de maría (Calophyllum longifolium), roble (Tabebuia rosea), cedro espino (Bombacopsis quinatum), cedro amargo (Cedrela odorata), espavé (Anarcadium excelsum) y corotú (Enterolobium cyclocarpum), hogares para colonias de monos aulladores (Alouatta palliata), mapaches (Procyon lotor) y conejos pintados (Agouti paca).

También hay alojamientos módicos en el pueblo de Boca Chica que es, esencialmente, un bajadero para barcos pesqueros y algunos yates pequeños. Se trata de nuestra última parada antes de regresar a Seagullcove. Narcotizados por la brisa marina y el olor de flores misteriosas que se abren en la profundidad de los esteros, añoramos el momento de sentarnos en el lobby del hotel para volver a perdernos en la vista de las islas y el sol poniente, y conversar con los demás huéspedes sobre la ballena y su cría, los delfines juguetones, la colonia de ibis y garzas blancas en el Mogote de los Pájaros o las garzas tigre que vimos volando hacia los manglares más tierra adentro. Solo me queda una noche en Boca Chica antes de regresar a Panamá; pero volveré, ahora que este refugio ofrece facilidades para buen vivientes más prevenidos como yo y no solo para periodistas procelosos como mi amiga. Porque si me atreví a iniciar este reportaje con un comentario negativo fue para darme el gusto de notificarle a ella y a usted, estimado lector, cuánto han cambiado las cosas de ocho años para acá y cuán fácil es disfrutar de un paraíso único, recluido y tranquilo.

Tome nota
A Boca Chica se puede llegar por avión, aterrizando en David, capital de la provincia de Chiriquí, tomando la carretera Panamericana hacia el este durante unos cuarenta minutos y luego la carretera hacia Horconcitos, al sur. O bien puede tomar la misma carretera desde Panamá y conducir cerca de 480 kilómetros hacia el oeste, alcanzando la misma intersección de Horconcitos.
Hay varios hoteles pequeños y discretos en la zona de amortiguamiento del parque nacional, pero recomendamos ampliamente, porque atestiguamos la calidad de su servicio, al Seagullcove Lodge (www.seagullcovelodge.com, tel. 507 851 0036). También visitamos el Hotel Bocas del Mar (www.bocasdelmar.com) y el Hotel Boca Brava (www.hotelbocabrava.com).
Para más información sobre el Parque Marino Golfo de Chiriquí llame a la sede regional de la ANAM en Chiriquí: tel. (507) 774 6671, fax: (507) 775 3163, o a las oficinas del parque: tel. (507) 774 6671.
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