fbpx
ReportajeAmar y vivir en español

Amar y vivir en español

Por: Iván Beltrán Castillo
Fotos: Lisa Palomino

 

Alguno repite extasiado la palabra “crepúsculo”. Otro prefiere la palabra “rumor” y cuando la pronuncia parece un iluminado entonando un poderoso mantra. No falta el que susurra, con los ojos entornados, la palabra “arboleda”, ni el que se eterniza diciéndose la palabra “verano”, ni tampoco la muchacha de ojos inquisitivos cuya sensibilidad pondera la palabra “neblina”. Otros veneran palabras como “efluvio”, “inmemorial”, “resplandor”, “noche”, “prodigio”, “aguacero”, “eternidad”, “aparición”, “embrujo”, “romance”, “ausencia” o “ternura”. Son los enamorados orientales del idioma de Castilla, en el que ahora pretenden que discurra parte de su ruta existencial. Quieren amar y vivir en español.

Merced a los libros de grandes artífices de la literatura ‚ÄïGarcía Márquez, Octavio Paz, Antonio Machado, Juan Rulfo, Juan Ramón Jiménez o Vicente Huidobro al rostro y los ademanes de algunas bellas divas de la canción, el cinematógrafo y el teatro latinos; a las fiestas paganas y deleitosas con las que América del Sur suaviza la dura batalla cotidiana o sencillamente escudriñando las calles de Buenos Aires, Ciudad de México, Bogotá, Lima, Asunción o Santiago de Chile en celebratorios viajes relámpago, estos devotos de nuestra identidad lingüística japoneses, indios, chinos, vietnamitas, coreanos y de muchas otras naciones del Oriente‚Äï se hicieron miembros de número de la populosa sociedad de amantes del español y se prepararon para la que quizá sea una definitiva aventura vital.

Un día, hace pocos meses, después de que el flirteo inicial con esta lengua antiquísima empezó a transformárseles en autentico erotismo verbal, fijaron en el mapa los lejanos países y ciudades que les hablan y donde es posible aplicar su curva melódica, su ingravidez libertaria y su amorosa inventiva, como si se tratase de herramientas privilegiadas para encontrar el sendero de la plenitud.

Mientras discurría su rutina en Bombay, Pekín, Osaka o Tokio, se enteraron de que Colombia, uno de los mundos soñados donde se habla un magnífico español, acababa de lanzar un vasto y ambicioso proyecto llamado “Spanish In Colombia”, precisamente para posibilitar que los prendados de esta dulce lengua pudieran habitar, subvencionados, una temporada en la mismísima fuente de sus soñadas palabras. La mayoría de estos forasteros entrañables hace una distinción entre el español hablado en la Península Ibérica y el más indócil e inquietante que surgió luego de la gesta conquistadora en las antiguas colonias. Este idioma traspasado de memoria, aventura, sensualidad, alusiones y guiños fue el que les eclipsó por completo.

Algunos acostumbran afirmar que el español hablado en Colombia es el más efectivo, correcto, fantasioso y creador de todos los que se trafican en la América Hispana. Esta afirmación, aunque un tanto hiperbólica, ha llevado a muchos investigadores y estudiantes a realizar una inmersión en la voz cotidiana de la nación andina, encontrándole matices de una belleza y novedad increíbles. Por ejemplo, la investigadora Ana Beatriz Chiquito, quien consagra sus mejores años al español ‚Äïsus raíces, hablantes, curva melódica, anecdotario‚Äï, realizó en dos años la más acuciosa encuesta sobre giros, modismos, retruécanos, coloraturas y matices encontrados a lo largo y lo ancho de la geografía colombiana. Los resultados son un mar de ingenio, un apasionado viaje por el singular modo de ser y de existir del país, con historias galantes, picarescas y humorísticas sobre el castellano hablado en la costa Caribe, el altiplano cundiboyacense, los llanos o la región amazónica.

Con una planificación y un método que, no obstante su rigor, no desmedra ni un poco el latido vital de la cruzada en pos de una nueva lengua, “Spanish In Colombia” era la oportunidad que estaban aguardando los enamorados distantes del idioma español. Entonces dejaron los trigales de arroz de Vietnam, los santuarios y las pagodas budistas, las populosas avenidas de la China continental, donde los hombres parecen altivas y orgullosas hormigas coloradas; los talleres de ebanistería de Laos, las fábricas de madera de Yemen, las balsas de pescadería de Camboya y los pasillos de las rígidas escuelas de Taiwán y los cambiaron por la accidentada rutina de una distante nación.

En la última semana de agosto pasado llegó a Bogotá la primera tropa, después de más de diez y ocho horas de vuelo. Quienes vieron desembarcar aquella procesión de orientales perplejos de amorosa y lenta mirada en el aeropuerto internacional El Dorado, de Bogotá, creyeron estar alucinando, ser parte de una ópera china o de una película de Akira Kurosawa. A cada paso, frente a cada vitrina, en los cafés, restaurantes, taxis, esquinas, supermercados, plazas y tiendas de curiosidades, gozaban escuchando a los meseros y dependientes soltar esas palabras amadas, esas expresiones nutricias y rotundas que les enamoraron del idioma castellano.

Entre estos ilustres visitantes hay científicos empapados de teorías e hipótesis, biólogos que desean internarse en nuestro dulce y laberíntico trópico, hoteleros y ecologistas, estudiantes de historia y literatura que admiran a algún sabio recóndito. Pero, según postulan los coordinadores del programa “Spanish In Colombia”, la experiencia del aprendizaje debe pasar por lo callejero, parroquial y cotidiano; afirman que solamente en proximidad con el latido de una ciudad, de unas gentes, de un día a día, de una culinaria, de unos hábitos y unas necesidades, el idioma empieza a penetrar en el aprendiz hasta hacerse parte de él, hasta correr en su interior como la sangre viaja por las venas.

El vendedor del idioma

Un hombre de aspecto contemplativo y ascético, que hace mucho sopesó la gracia y levedad sutil del español, es el encargado de promocionar la gran empresa de “Spanish In Colombia” por los cinco continentes. Su nombre es Carlos Jaramillo y semeja un personaje literario, algo así como el protagonista de una fábula ejemplar encargado de vender una lengua, un tesoro de palabras, frases, verbos y adjetivos, de imágenes cargadas de nostalgia y porvenir.

“Empecé a maletear como cualquier agente viajero”, –dice Carlos a tiempo que revisa papeles, mueve libros, va y viene por la casa colonial donde funciona el venerable y añejo Instituto Caro y Cuervo. “El gobierno nacional estaba empeñado en convertir la lengua en uno de sus fuertes y un motivo de orgullo nacional. Yo llevo un idioma repartido en los bolsillos de mi traje y mi maletín de ejecutivo”.

“Así, de la mano de la división de asuntos culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores, en noviembre de 2012 tuve una experiencia en Brasil. Fue en Curitiba, con la participación de diez y siete universidades de las principales ciudades, y con la presencia de entidades gubernamentales como ICETEX, Proexport, APC Colombia, la embajada en Brasilia y el Ministerio de Educación. Se trataba de una conjunción de fuerzas donde quedaba expresada toda nuestra gama de posibilidades comerciales, turísticas, sociológicas, antropológicas, culturales, lúdicas e históricas. Y allí, en medio de la hojarasca de esa espléndida ciudad, pudimos sentir cuán cerca se encuentran los brasileños del idioma español; cómo lo quieren, lo fomentan y entienden”.

Entonces, Carlos Jaramillo, coordinador general del programa Enseñanza para la Lengua Extranjera (ELE) se volvió una pieza fundamental en la gira internacional del idioma español. En coordinación con un grupo de profesionales del Ministerio y de los eruditos del Caro y Cuervo, ha proyectado la sombra tutelar del español en los cinco continentes, observando el rostro perplejo y soñador de los jóvenes del mundo cuando intiman con la lengua de Cervantes.

“Pronto estaré camino a Turquía, Jamaica, Brasil y la Costa Este de Estados Unidos. Vendo palabras y eso es maravilloso. Ellas son como pájaros: siempre a la espera de un toque o un llamado propicio para echarse a volar”.

 

El español, en síntesis

  • José Luis Acosta, director del Instituto Caro y Cuervo, Luis Armando Soto Boutin, director de asuntos culturales de la Cancillería, son los grandes cerebros y coordinadores del programa “Spanish In Colombia”. Gracias a su puntual gestión, la fama de nuestro idioma castellano ha llegado hasta el Lejano Oriente.
  • Las clases de español se dictan en el campus de cada universidad. La mayoría de ellas ha implementado centros de idiomas con toda la tecnología necesaria.
  • La enseñanza se complementa con actividades pedagógicas.
  • Las principales universidades de Bogotá, Barranquilla, Bucaramanga, Cartagena, Manizales y Medellín se han vinculado al programa en pro del español.
  • Los cursos promocionados duran desde dos semanas hasta seis meses.
  • Docentes especializados en el español como lengua extranjera imparten las clases.
  • El Instituto Caro y Cuervo y las universidades forman docentes con categoría de diplomados, especialización y maestría.
  • Las universidades certifican cada curso y nivel, preparando a los alumnos para el examen Diplomas de Español como Lengua Extranjera (DELE), certificado por el Instituto Cervantes, de España.
  • El valor de cada curso varía según la universidad y oscila entre 650.000 y un millón y medio de pesos.
  • Anualmente, unos 1.500 alumnos toman los cursos, cifra que se espera duplicar en los próximos meses.
aa