
Parque Nacional Brasilia: rompecabezas del Cerrado tropical
Texto y Fotos: Javier Pinzón
Mi amigo y anfitrión, Geraldo Ferraz, lleva varios días hablándome del enorme pulmón que da oxígeno a Brasilia, su ciudad. Con una increíble extensión de 40.000 hectáreas, dice, el Parque Nacional Brasilia salvaguarda desde 1961 el bosque Cerrado, un ecosistema propio de esta área, de gran importancia ecológica y belleza escénica. Finalmente asignamos un día para la aventura y nos enrumbamos ataviados de expedicionarios muy temprano en la mañana. Y aunque partimos de pleno centro de la ciudad, llegamos en muy pocos minutos, pues el parque está dentro del área urbana de Brasilia. Ya en el parque, rodeado de enormes árboles y bajo el embrujo del canto de cientos de aves, no logro entender cómo puede convivir tal cantidad de ecosistemas tan cerca de la “civilización”. Poco a poco voy componiendo las piezas de este gran rompecabezas, para hacerme una idea de cómo sobrevive la biodiversidad en esta inmensa pero a la vez mínima porción del planeta.
Nuestro recorrido comienza por el Sendero del Capibara, de 1,3 kilómetros de longitud, por el cual nos adentramos en una de las variaciones del Cerrado, amplia ecorregión de sabana tropical en Brasil. Es mi primera pieza del rompecabezas: se trata de un majestuoso bosque compuesto por árboles altísimos, tan cerca el uno del otro, que cierran el panorama para crear allí adentro otro planeta donde habitan más de 1.500 especies de animales y, de paso, nos proporcionan la sombra que hace más fresca la caminata. Los expedicionarios vamos en silencio intentando encontrar algún animalito, pero en principio lo único que puedo ver es una araña que sale de su refugio en el suelo. Los avisos nos indican que solo queda el 20% del bosque Cerradooriginal, debido al avance de la agricultura, la ganadería y la explotación de la vegetación para hacer carbón natural.
Muy pronto aparece la segunda pieza del rompecabezas: el bosque de galería, un ambiente muy distinto no solo por el río que lo atraviesa, el cual en su apresurado paso rompe el silencio, sino por la bóveda que forman los árboles sobre el río. La temperatura aquí es diferente, porque la frondosa capa de los gigantes árboles impide que penetre el sol. Entre la inmensa variedad, distingo el copaiba, que puede llegar a medir 35 metros y cuyos frutos son apetecidos por pequeños animales silvestres.
La fauna, abundante y diversa, está compuesta por especies raras o en peligro de extinción como el lobo de crin, el armadillo gigante, el ocelote y el oso hormiguero gigante, además de especies endémicas como el loro gallego y más de 159especies de aves. Justamente, un grupo de ellas comienza repentinamente todo un alboroto en lo más alto del dosel. Se escuchan pero están tan alto que es imposible alcanzarlas con la cámara. Cuando uno está aquí adentro escuchando cómo se interconectan las especies de plantas y animales y cómo dependen las unas de las otras entiende el peligro de los claros abiertos por intervención humana ya que constituyen una barrera para la adecuada distribución de toda la vida animal propia del área.
En la caminata también aprendemos que el bosque de galería es considerado un filtro de agua, porque evita la erosión durante la época lluviosa; por eso en algunas partes del planeta esta vegetación es sabiamente llamada “foresta sagrada”. Además, este bosque aporta el agua que forma el dique de Santa María, el cual suministra el 25% del agua potable para Brasilia, la capital federal.
Terminamos el primer sendero para seguir nuestro recorrido por un camino empedrado que nos lleva al sendero Isla de la Meditación.Mis compañeros de viaje, un poco cansados, deciden quedarse en una de las piscinas de agua mineral que hay en el parque, pero yo sigo con mi guía brasileño. En este sendero escasean los árboles y nos rodean grandes pastizales llenos de flores: otra ficha del rompecabezas virtual que armo poco a poco para comprender el gran tesoro que estoy visitando. Este tipo de terreno es llamado “campo limpio”. Tras 25 minutos de caminata, encontramos un lago de color azul turquesa, donde nos sentamos a descansar y pronto descubro que es el lugar ideal para meditar mientras se escucha solo el sonido del entorno. Así que me siento, cierro los ojos y me dispongo a escuchar la naturaleza. Poco a poco mi cuerpo se relaja mientras el canto de las aves penetra en mí y el viento sopla suavemente en mi rostro hasta que la voz de mi guía anuncia que es hora de continuar.
Al salir nos encontramos con nuestros compañeros y comenzamos a caminar por nuestro tercer sendero: Cristal Agua. Aquí predomina la vegetación baja y se conoce como “campo sucio”. La senda es de cinco kilómetros y se recorre toda bajo el inclemente sol. Podemos observar gran cantidad de flora, más que todo gramíneas de los géneros Andropogon, Aristida, Axonopus, Paspalum y otras, con árboles y arbustos de pequeño porte. A la mitad de nuestro recorrido el clima se hace más amigable, debido a que estamos en un área de transición entre el campo sucio y el bosque de galería y comienzan a aparecer nuestros amigos: los árboles que nos proporcionan sombra. Encontramos además un pequeño riachuelo donde nos refrescamos el rostro con aguas cristalinas. Son tan claras que muchas de las personas que hacen deporte en el parque beben directamente del pozo. Más adelante hay varios charcos donde aves de diferentes especies disfrutan de un baño mientras hacen gran alboroto y no se inmutan ante nuestra presencia.
Hemos terminado nuestro recorrido, estamos un poco cansados y con deseos de meternos en las piscinas de agua mineral: una de las mayores atracciones del parque. Hay dos grandes piscinas formadas a partir de los pozos que surgieron en las orillas del Camp Creek, donde se realizó extracción de arena antes de la creación de Brasilia. Son nuestra última ficha del rompecabezas.
Al llegar a las piscinas nos encontramos con una manada de monos. El guía nos cuenta que siempre están por los alrededores y que es necesario tener cuidado con las pertenencias, en especial si tenemos comida, ya que son unos expertos saqueadores. No termina de decir estas palabras, cuando uno de estos traviesos se acerca sigilosamente al bolso de una turista y se lleva sus galletas. Algo gracioso, pero que podría llegar a ser un problema pues los monos pueden malacostumbrarse.
Por fin, tras un largo y caluroso recorrido, nos disponemos a disfrutar de estas aguas cristalinas: un merecido descanso en el paraíso, no sin antes recomponer las piezas de este gran rompecabezas de la ecorregión del Cerrado, que tardó 35 millones de años en adaptarse para soportar las variaciones causadas por las estaciones secas y lluviosas. Su presencia en el planeta es anterior al ser humano, quien debe comprender cuanto antes la importancia de preservarlo.
Nuestro descanso es interrumpido por una alarma, indicando que el parque cerrará sus puertas. Para nosotros es una señal de que nuestra jornada termina, pero para otros es el aviso de que la comilona empieza: a la piscina van llegando diferentes tipos de aves, como si el timbre les indicara que ha llegado la hora de cenar. Es mi momento de tomar fotos antes de que suene el último timbre y deba dejar atrás este maravilloso lugar.