Manos prodigiosas
Por Ana Teresa Benjamín
Fotos: Carlos E. Gómez
Antes de ser alfarero, Germán Ruiz probó como cantinero, músico y mosaiquero. Muy joven tuvo la idea de ganarse el pan con el machete, pero pronto cayó en cuenta de que ganaba más tocando guitarra que limpiando potrero, aunque al final terminó haciendo potes, ya llegado a la treintena. “Este trabajo es como la costura: si no te gusta no lo haces”, dice Ruiz, sentado sobre un torno antiguo en medio de una habitación oscura de una casa de la “calle de los alfareros”, en La Arena, de Chitré.
La Arena es una comunidad de la provincia de Herrera reconocida por sus artesanías de barro, sus panecitos y dulces. En la avenida central abundan los puestos de venta de los adornos acabados, pero es atrás de esos locales sin neón donde se esculpen o tornean los potes, las campanas multicolores, los sapos, los campesinos borrachos o los hongos para el jardín.
Todo el barro que usa Ruiz proviene del área de Santa María, otro poblado herrerano. Es el mismo que usan Antonio y Venancio Calderón, miembros de una familia de siete hermanos que han crecido alrededor del torno y que, aún hoy, consiguen “buena salida” para sus productos, tal como dice Denis Esther Batista mientras va dándole forma a una de sus casitas.
Pero, ¿por qué el barro de Santa María? Como buenos artesanos, en La Arena saben bien que la materia prima lo es todo. Para los alfareros de Herrera, el barro de Santa María es el único que resiste los calores más altos, al punto que es posible “vidriar” el barro sin mayores consecuencias.
Y así como en La Arena están los alfareros de tradición añeja, en otras partes de la provincia hay costureras y trabajadores del cuero; mientras que en otras zonas del país existen talladores, tejedores, orfebres y entusiastas del trabajo manual, que mantienen tradiciones y también innovan con la riqueza del conocimiento.
Del barro al textil
Un poco más allá del cruce de Divisa ‚Äïpunto geográfico que divide los caminos hacia la Península de Azuero y las provincias de Veraguas y Chiriquí, las más occidentales de Panamá‚Äï está el pueblo de Ocú, también de la provincia de Herrera.
Hace ya unos quince años, un grupo de mujeres del área formó la asociación Artesanías Ocueñas, con el afán de proyectar el tejido ocueño y aumentar las ventas. “Somos mujeres de Rincón Santo, San José y Los Llanos”, cuenta Catalina Serrano, miembro del gremio. “En estos años hemos capacitado a cinco o seis grupos, y algunas mujeres jóvenes se han quedado”, agrega, orgullosa, porque la idea no es solamente que la artesanía se proyecte y se venda hoy, sino que queden generaciones nuevas capaces de resguardar la tradición.
Ocú tiene una pollera de lujo y de diario regional (generalmente, ribeteada) y un traje masculino muy distintivo: el montuno ocueño, con pantalón chingo, liso o con diseños bordados, elaborado con tela “mantasucia”. Al principio, estas eran las prendas que se confeccionaban para la venta, pero existía la dificultad de que, una vez vendido un traje montuno, podían pasar años antes de que se necesitara otro. En el caso de las polleras, lo usual era que se compraba una para alguna fiesta regional o porque se pertenecía a un grupo folclórico, pero más allá de esto, la artesanía ocueña no lograba proyección.
Con el propósito de encontrarle más salida a sus labores, las mujeres de Artesanías Ocueñas decidieron diversificar la oferta y empezar a elaborar blusas, trajes y suéteres con bordados ocueños. El plan era confeccionar prendas de uso diario con las puntadas ocueñas que tanto se aprecian, tales como el camino, amor oculto, espigueta y espigueta dormida. “Lo que más se vende son las camisillas de hombre, los juegos de falda y los trajes, especialmente para los días patrios”, explica Serrano.
Algo similar ocurrió con las mujeres de Cerro Sombrero, de la comarca indígena Ngäbe Buglé. Hace seis años decidieron reunirse para dar a conocer más sus trabajos, gracias a los consejos de Pro Artesanas, una organización sin fines de lucro. “Antes cada quien vendía por su cuenta. Ahora, como asociación, se nos hace más fácil”, explica Rosa Saldaña, coordinadora de la Asociación de Mujeres Luchando por el Progreso (ASMUL).
Cerro Sombrero es una comunidad montañosa del área de Tolé, en la provincia de Chiriquí. La carretera para llegar hasta donde las mujeres tienen su local es de fácil acceso, pero más allá el camino se pone accidentado e imposible de alcanzar, a menos que se tenga un vehículo de doble tracción. En medio de las dificultades que implica ser indígena en Panamá y vivir en una comarca en la que se carece hasta de agua potable, las mujeres de ASMUL trabajan para aportar a la economía familiar, casi siempre basada en la agricultura de subsistencia.
Las mujeres ngäbes hacen sus propios vestidos llamados naguas y cosen diseños muy característicos: triángulos de diferentes colores sobre la tela. Desde siempre lo han hecho a mano pero, para mejorar los acabados y trabajar más rápido, ahora cosen con las máquinas donadas por Pro Artesanas. “Ellas nos dictaron un curso de costura para mejorar acabados y calcular costos”, cuenta Linca Elia Miranda, secretaria de ASMUL.
La asociación está compuesta por 34 mujeres, aunque no todas se dedican a la artesanía textil. Santa Jiménez, por ejemplo, confecciona chácaras bolsa tejida de fibra vegetal tradicionalmente de pita pero ahora también de hilo y lana, “porque quiero ver cómo me va”.
Una feria para mostrar
El lema de la presente Feria de Artesanías es “Innovamos para ti”. El objetivo en esta versión del evento, realizado anualmente por el Ministerio de Comercio e Industrias de Panamá (MICI), es promover la innovación entre los artesanos. “Las artesanías que se mostrarán este año son aplicadas para la vida; es decir que puedan ser utilizadas para la vida diaria”, explica Víctor Manuel Pinillo, director de la Feria de Artesanías.
Según los datos del MICI, en todo el país hay 8.640 personas que se dedican a la artesanía, desde los tejedores de sombreros de Coclé y Azuero hasta los talladores de madera y maestros de la tagua de las etnias emberá y wounaan. Si bien en la Feria habrá espacio para las artesanías tradicionales, que siempre tienen su público, el MICI busca motivar la innovación para encontrarle más mercado al producto nacional.
“La idea, por ejemplo, es ofrecer naguas ngäbes con mejores colores, o blusas y sandalias con aplicaciones ngäbes. También se están haciendo basquiñas estilizadas, vestidos de baño con aplicaciones ngäbes o gunas y cestas de colores innovadores”, detalla Pinillo.
Entonces la cita es desde el 31 de julio hasta el 3 de agosto de próximo para admirar y comprar los hermosos y diversos objetos que tiene para ofrecer el ingenio y la creatividad del artesano panameño.
Los secretos populares
En 2009 fue publicado el libro Plantas de uso folclórico y tradicional en Panamá, de las biólogas Carla Chízmar, Allys Lu y Mireya Correa, directora del Herbario de la Universidad de Panamá.
La publicación, que incluye 37 plantas o árboles, establece la familia, el nombre científico y el nombre común, describe la especie, su distribución, uso artesanal o tradicional y el nombre de las fuentes.
Al ojear sus páginas se encuentran fotografías de las bateas pintadas, muy populares en algunas provincias de Panamá, lo cual resulta muy interesante, pues se descubre que son hechas con madera de espavé o caracolí, la cual también sirve para hacer pilones, monturas y botes.
También hay fotografías de las cestas que se encuentran en varios mercados de Coclé, que son confeccionadas con bejuco real, que también se usa para armar motetes y jabas utilizados por los campesinos para colocar allí los productos que cosechan.
Por otra parte, las fibras de la palma conocida como chunga, chonta o coquillo son las que utilizan los indígenas emberás para tejer sus platos y máscaras; el fruto del árbol de calabazo se usa para hacer totumas, maracas y adornos; de la planta de pita se extraen las fibras con las que se obtiene el hilo para hacer el sombrero pinta’o , hamacas y las famosas chácaras de los indígenas ngäbes; y con la caña blanca o caña brava se hace jaulas, persianas y adornos, y los campesinos e indígenas gunas las utilizan para construir sus casas.