Barranquilla en dos días
”En Barranquilla me quedo”, dice el estribillo de la canción más sonada del Caribe colombiano. Y, sin duda, dan ganas de quedarse. Barranquilla es la sonrisa más amable, la melodía más pegadiza. Esta ciudad entre el río y el mar es partidaria de la alegría: si no están en carnaval, están en precarnaval.
Por Juanjo Hernández
Fotos: Carlos Parra Díaz
Primer día
07:00 a.m. – Respirar aire fresco cerca de la ciudad
La Ciénaga de Mallorquín tiene 650 hectáreas de aguas poco profundas, un metro en promedio. En este ecosistema costero, donde se mezcla el agua dulce del río Magdalena y el agua salada del mar Caribe, entre infinidad de manglares, se acaba de construir un ecoparque. Se pueden hacer rutas a pie, en bicicleta, deportes acuáticos o recorridos para avistamiento de aves. El ecoparque ha ganado varios premios por su arquitectura medioambiental y es uno de los nuevos orgullos de los barranquilleros.
08:30 a.m. – Narcobollo, un desayuno 100% costeño
El local funciona con autoservicio y tiene los mejores fritos de la ciudad. La fila que llega hasta la calle lo atestigua. No dejen de probar el chicharrón con yuca, la arepa de huevo y el cayeye. Tampoco olviden los helados de sabores de la costa: encocado de curuba, zapote o yuca. El nombre tiene enjundia: hace muchos años, la policía hizo una redada en la panadería de la abuela de Carolina, la dueña del actual Narcobollo. Allanaron su pequeña panadería con francotiradores, antimotines y todo un operativo policial. Solo encontraron bollos. Fueron tantos los chistes que se hicieron en el vecindario que al negocio de la abuela lo empezaron a llamar el narcobollo.
11:00 a.m. – Museo del Carnaval, la memoria del baile
El río más grande de Colombia, el Magdalena, desemboca en Barranquilla; el carnaval más grande y caudaloso, también. Barranquilla es la reina del carnaval, no cabe duda. Este museo es un espacio dedicado a su memoria:
se pueden ver 42 vestidos de varias reinas (de 1918 al 2022) e infinidad de datos sobre los orígenes y el funcionamiento de la fiesta más famosa del Caribe colombiano.
02:00 p.m. – Manuel, el mejor bocado de Barranquilla
Viajar y comer son nuestros placeres, nada culposos. Y en Manuel, puesto número 77 de los mejores restaurantes de América Latina, la glotonería más fina y elaborada encuentra cauce. El menú degustación merece largas disertaciones, pero solo diré que el atún aleta amarilla rebozado en miga de pan y acompañado de puré de yuca, queso paipa y caldo de huesos de atún es un refugio del buen vivir y el mejor sabor del mar Caribe. Además, me dicen mientras me lo sirven, “es bueno para el mal de amores”. Buenos vinos, buen viche artesanal y buenísimos postres: un sorbete de guayaba agria y chocolate blanco que hay que probar.
08:00 p.m. – La Troja, la esquina más rumbera de Barranquilla
En la esquina de la carrera 44 con calle 74 la salsa, la pura salsa, tiene su panteón. La Troja es el bailadero más famoso de la ciudad. Una pared llena de vinilos hace las veces de altar. Las mesas acumulan cervezas, el aguardiente calienta los motores y los primeros bailes empiezan a encontrar cauce. Hasta las cuatro de la mañana se baila, con el volumen hasta el final del tímpano y los pies vertiginosos. La Troja es Patrimonio Cultural y Musical de Barranquilla y pisar este suelo es un mandato para los que quieran abrazar y entender la cultura Caribe.
08:00 p.m. – Deliasia, fusión del Caribe y Filipinas
Después de los bailes en La Troja, el estómago reclama atención: “Regla número uno: no me vayan a pedir cubiertos”, dice el chef de Deliasia, un local de fusión de cocina costeña y filipina. “Con la mano ágil vamos a comer, con la otra vamos a agarrar la comida y ubicarla en nuestra zona de la hoja de plátano. Comemos con la mano, pero ordenados y limpios”. Frente a nosotros cinco hojas de plátano cubren la mesa, sobre ellas arroz blanco, pasta de soya (salty and sweet), berenjena rebozada en huevo, chicharrón, samosas, cerdo adobado, codillo de cerdo y jaiba. El festín colma las expectativas y comer con las manos, como si fuéramos niños de nuevo, es sumamente gratificante. De remate: helado frito empanizado.
10:00 p.m. – Una copa y descanso en Marriott Barranquilla
Volver al hotel es uno de los mejores momentos del día. Todo lo visto, todo lo vivido se destila en el descanso de una habitación con amplios ventanales y sábanas finas. Los que no hayan tenido suficiente movimiento, todavía pueden tomar un trago en el bar del hotel. Los más madrugadores, en cambio, podrán disfrutar de la piscina y el gimnasio antes de lanzarse de nuevo a la ciudad. El desayuno tipo bufé que se sirve en Marriott es colosal y delicado, sumamente sabroso. Y el brunch que se sirve los domingos se ha convertido en ineludible en Barranquilla.
Segundo día
09:00 a.m – Fiordi, desayuno local e internacional
En Fiordi puede comer el desayuno costeño: fritos, fritos, fritos. No hay, a mi parecer, desayuno mejor. Pero, además del desayuno clásico de estas latitudes, también tienen otras opciones: huevos
al gusto, tostadas, panqueques, bowls de frutas, yogur, semillas y gran variedad de jugos y cafés. Si el grupo es heterogéneo y tenemos gustos variados, Fiordi es el lugar. Por cierto, aquí también se puede venir a almorzar y cenar, para los que se queden con ganas de más.
10:00 a.m – Descubrir la ciudad: recorridos culturales con City Lovers
Las personas apasionadas encuentran pasiones, contagian pasiones y animan al resto. El guía y emprendedor Johnny Insignares es una de ellas. Su idea es recuperar la ciudad para los barranquilleros, que valoren su patrimonio, y así poder atraer después a los turistas. Barranquilla fue una ciudad muy próspera a principios y mediados del siglo XX. “Había teatros en cada barrio y mucha vida cultural”, dice Insignares, “hoy caminar por el centro de Barranquilla es caminar la nostalgia”. City Lovers también ofrece tours en el barrio El Prado, uno de los desarrollos urbanísticos más importantes de Barranquilla, y recorridos paranormales al caer el sol. ¡Atrévanse!
02:00 p.m – Devoto, culto a la cocina
Uno viaja y quiere probar comida local; sin embargo, algunas excepciones bien merecen un desvío. En Devoto, un restaurante italoamericano, me he comido la mejor pizza de mis últimos años: burrata fresca de stracciatella, mozzarella de búfala, aceite de trufa y albahaca. Imposible no comerse hasta el último borde. Además, carnes cocinadas a fuego lento que se pueden partir con cuchara, risottos tres veces melosos y carpachos de lomo con vinagreta de toronjo, salsa gorgonzola y chips de papa criolla. En Devoto sales convencido al estilo C. Tangana: “Yo era ateo, pero ahora creo”.
05:00 p.m. – Atardecer en barco por el río Magdalena
La ciudad se ve diferente desde las aguas del río Magdalena, el río más largo de Colombia. A lomos de una de las embarcaciones de La Mita, la compañía que ofrece estos recorridos, puedes ver los rascacielos de Barranquilla, el famoso malecón del río, las aves que anidan en las orillas y un atardecer naranja, naranja y desconcertante. Tan desconcertante como aquello de Paul Éluard: “La tierra es azul como una naranja”. El ruido de la ciudad se aleja, queda el río, queda la calma.
08:00 p.m. – La Cueva: donde comió, bebió y pensó Gabo
La Cueva es hoy restaurante, bar y fundación. Un oasis cultural donde se presentan libros, se escucha música y se paladean tragos. En el pasado, fue sitio de reunión del Grupo de Barranquilla: Gabriel García Márquez, Ramón Vinyes (el sabio catalán), Álvaro Cepeda Samudio y otro puñado de intelectuales. Muchas noches de abundante comida y trago, muchas noches de discusiones políticas, de filosofía y arte. Cuando García Márquez recibió el Nobel les dijo a sus amigos: “Yo siempre tuve la certeza de que iba a ser escritor, pero sin ustedes y sin Barranquilla no habría sido Premio Nobel”.
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