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Recordando a Pedro Prestán

Por Ana Teresa Benjamín
Fotos: Carlos Gómez, cortesía Sonia Ehlers

Algunos cuentan que todo empezó con unos papeles viejos. Es el último día de marzo y sobre Colón corren los vientos alisios. Desde el 17 la ciudad está en guerra. Un grupo de revolucionarios liberales pelea contra las fuerzas conservadoras. Es 1885. Un funcionario de la Compañía del Ferrocarril quiere deshacerse de los papeles viejos, sale al patio y enciende una hoguera. Las llamas cobran fuerza. El viento levanta los papeles que, entre pirueta y pirueta, van deshaciéndose y cayendo sobre las casas de madera. Colón empieza a arder. El fuego salta por entre callejones y manzanas, mientras la gente huye despavorida. De la ciudad sólo quedan escombros y apenas siete casas en pie. Todos culpan a Pedro Prestán.

“Estará usted impuesto de los sucesos de Colón que los enemigos habrán explicado y comentado a su manera”, le escribe Prestán al general Rafael Aizpuru Aizpuru el 8 de abril de 1885. “Por el parte oficial que le he remitido se impondrá usted de la verdad desnuda y apreciará debidamente la bajeza de la infamia de que hemos sido víctimas…”, agrega. Pero la suerte de Prestán está echada. Como dice el historiador álvaro Menéndez Franco, “Prestán fue víctima desde el principio”.

Panamá en el siglo XIX

Panamá fue colonia española hasta 1821 y, lograda la independencia, se unió a una Gran Colombia que se desangraba por los conflictos entre liberales y conservadores. Las luchas por el poder tenían su trasfondo: mientras los conservadores querían mantener viejas herencias coloniales, los liberales buscaban mayores libertades individuales, la separación de la Iglesia del Estado, la abolición de la pena de muerte, mayor autonomía para los territorios y menos recursos dedicados a los ejércitos, entre otros temas.

En Panamá, pronto se produjeron intentos separatistas en 1830 y 1840. En 1846, el gobierno de Colombia firmó el Tratado Mallarino-Bidlack con Estados Unidos, mediante el cual la soberanía del istmo quedó bajo la protección del país norteño. Colombia buscaba así protegerse de las potencias europeas, pero para los liberales radicales constituía una entrega de parte del territorio. En 1850 comenzó en Panamá la construcción del ferrocarril transístmico ‚Äïcon capital estadounidense‚Äï, y el istmo se convirtió en un hervidero de gentes que venían a trabajar en la obra. Más tarde, el número de extranjeros aumentó porque miles buscaban la ruta más corta para alcanzar el oeste de Estados Unidos, afiebrado por el oro de California.

Las ansias de mayor autonomía de los istmeños fueron aplacadas en 1855, cuando se creó el Estado Federal de Panamá. La figura le daba cierta independencia administrativa al territorio y esto complacía a los liberales, pero los conservadores consideraron que esto hacía ingobernable la situación para Colombia. Con la Constitución de Rionegro, de 1863, los liberales lograron sus ambiciones. Fue la época en que el ala radical del liberalismo consiguió mayor fuerza, y el país empezó a llamarse Estados Unidos de Colombia.

Es en este escenario donde surge la figura de Pedro Prestán, un cartagenero nacido en 1852 de padre marino y madre planchadora, que hacia 1870 se trasladó a Colón para empezar allí su vida como carretillero.

La ciudad de Prestán

Cuando Prestán llegó a Colón, la ciudad no tenía ni veinte años de existencia. Sus calles eran grandes charcas en donde crecían sapos y mosquitos, y su población, casi toda itinerante, cruzaba de una acera a otra pisando las tablas dispuestas sobre esas aguas anegadas.

Colón había empezado a existir en 1850, cuando se dio la primera palada para la construcción del ferrocarril, pero la fecha oficial de su fundación es el 27 de febrero de 1852. Era una típica ciudad portuaria, medio caótica, húmeda y bulliciosa, que durante muchos años los estadounidenses insistieron en llamar Aspinwall, mientras el gobierno colombiano y los istmeños utilizaban el nombre que hasta hoy perdura.

Pedro Prestán llegó adolescente, en compañía de su madre y hermanos, pues el padre había muerto en alta mar. En su Cartagena natal realizó los estudios primarios, pero al llegar a Colón la primera opción que encontró fue hacerse carretillero. Más tarde empezó a trabajar como maestro en una escuela de Santa Isabel, unos años después se hizo escribiente en un bufete de abogados y, con el tiempo, abrió su oficina en la ciudad.

En medio de todo, se casó con una mujer oriunda de Gorgona, una de las poblaciones que crecieron al pie de la línea del ferrocarril. ¿Su nombre? María Félix Ayarza. Con ella tuvo a su única hija: América. Prestán estaba ya involucrado en la política criolla y se había instalado en el lado de los liberales radicales. América no tenía aún tres años cuando quedó huérfana de padre.

La guerra de 1885

Panamá era en 1885 un territorio que sufría lo que el resto del territorio colombiano: los rencores y las maledicencias entre liberales y conservadores. Santander, Cundinamarca, Atlántico, Antioquia, Tolima y Cauca ardían con la revolución y, aunque el gobierno intentaba mantener la unión usando desde el ajedrez político hasta la violencia militar, los alzamientos proliferaban como mecha de pólvora.

En la madrugada del 16 de marzo de 1885, el general liberal Rafael Aizpuru Aizpuru se tomó el cuartel de policía, el cuartel de las monjas y varios edificios importantes del intramuros panameño (hoy Casco Viejo). “Encontraron los revolucionarios una resistencia que no esperaban en el cuartel militar”, cuenta Juan Bautista Sosa en Compendio de historia de Panamá, 1870-1920, y el general Carlos A. Gónima decidió viajar con sus tropas desde Colón para hacerle frente a la insurrección en Ciudad de Panamá.

Aizpuru Aizpuru era compañero de luchas de Pedro Prestán. Mientras las tropas de Gónima iban al encuentro de los hombres de Aizpuru Aizpuru, Prestán declaró la revolución en la ciudad de Colón, que ya para entonces tenía varios cientos de casas, un comercio próspero y un trazado urbano más ordenado. Las fuerzas de Prestán eran apenas ochenta hombres, que pronto aumentaron a 250, a 400…

Los reportes de los diarios informaban que los hombres de Prestán, mal armados, eran “en su mayoría extranjeros advenedizos y malhechores”.

“Una de las primeras providencias que tomó Prestán fue la de encargar un armamento a los Estados Unidos”, cuenta Sosa en su libro, “el cual llegó a aquel puerto el 30 de marzo y cuya entrega le negó el agente de la Compañía de vapores”, el capitán John M. Dow, cumpliendo órdenes del general Gónima. Y fue entonces cuando Prestán empezó a sellar su destino. Furioso porque no le entregaban las armas que tanto necesitaba, el líder liberal tomó preso al agente, a otro empleado de la empresa, a dos oficiales del buque de guerra estadounidense Galena y al mismísimo cónsul de Estados Unidos, Robert K. Wright.

Wright, presionado, le dio su palabra a Prestán de que se entregaría el armamento, pero una vez obtenida la libertad de todos los retenidos, la incumplió. Prestán volvió a tomar presos a varios personajes, pero ya las tropas de Gónima estaban en Monkey Hill, un sitio muy próximo a la ciudad atlántica.

La historia cuenta que el enfrentamiento duró unas pocas horas. Que en el fragor del combate, las tropas colombianas incendiaron las barricadas que habían colocado los hombres de Prestán para protegerse. Que los estadounidenses cañonearon Colón desde la bahía. Que los hombres de Prestán, atacados por dos frentes y sin armas, fueron cayendo y dispersándose.

A Prestán no le quedó otro camino que huir con un puñado de sus hombres, primero a Portobelo y luego a Cartagena. Allá se refugió con sus aliados, pero en medio de las presiones del gobierno colombiano y de los estadounidenses, abandonó la protección y cayó detenido, poco después, por una patrulla conservadora.

Pedro Prestán regresó a Colón con grilletes en las manos y los pies, pero de la ciudad que había dejado apenas quedaban sombras. En su ausencia, a varios de sus hombres los habían ahorcado o fusilado. Aizpuru Aizpuru cayó preso, pero luego firmó un convenio con el gobierno que le valió la libertad.

El fin de Prestán

El 15 de agosto de 1885, la Comandancia General de la Brigada de Panamá llamó a un Consejo de Guerra para el 17 del mismo mes. Cuatro testigos declararon en contra de Prestán, acusándolo de incendiar Colón: Giovanni Beltrame, comerciante italiano; Clemente Dupuy, superintendente de la Compañía del Ferrocarril; Hugo Dietrich, comerciante alemán, y William Connor, de la Pacific Mail Steamship Co.

Tal como escribió en 1985 Domingo Perdomo Ehlers, uno de los bisnietos de Prestán, ninguno de los que acusaron al líder liberal entendía bien el español y al acusado no se le permitió presentar algún testigo a su favor. “No hubo tal juicio imparcial; fue un juicio sumario y punto. Esa es la verdadera historia”, escribió Perdomo entonces, como reacción a una serie de artículos del historiador Jorge Conte Porras, quien relataba la historia desde donde siempre se había contado hasta entonces: con Prestán como un personaje violento y fanático que había incendiado Colón con la ayuda de sus secuaces.

Lo que ahora se conoce de Prestán es, precisamente, gracias a los objetos, cartas y documentos que guardó la familia durante tres generaciones. A su esposa le envió una carta mientras huía: “Mary mía: mi pobre América debe estar muy grande y hermosa… Procura no esté nunca descalza y cuídala hoy con más esmero que antes, dámele multitud de besos y abrazos y hazle todas las caricias que yo acostumbraba…”.

A un amigo le escribió: “Querido Bergman: ya no hay redención, estoy próximo a ser sumergido bajo el furor de la tormenta. Dios ha querido que tenga un fin tan desgraciado no obstante mi absoluta inocencia… Próximo, pues, a dejar esta vida que tanto me ha hecho sufrir, debo hablarle a los que como tú, han sido mis amigos, con toda la franqueza del alma, para que ellos sepan que muero no como un criminal, sino como un mártir”.

Ya condenado a muerte, volvió a escribirle a su esposa: “Mary: Dios ha querido al fin que la desgracia me confunda. Se me ha condenado a muerte ignominiosa e infame, siendo, como tú sabes, inocente… Nunca, por nada de este mundo, dejes de trabajar en el sentido de que la verdad se esclarezca… Lo que es el corazón, es tuyo, ve que me lo saquen y consérvalo para que vaya junto contigo a la tumba, cuando Dios decida llevarte a su seno”.

Dicen Domingo Perdomo y Sonia Ehlers ‚Äïbisnietos de Prestán‚Äï que durante muchos años María Félix Ayarza no contó nada sobre su esposo, excepto a su hija América. Colón era una ciudad pequeña y Ayarza fue “marcada” como la viuda de Prestán, aunque contrajo luego nuevas nupcias. Luego, sería América quien contara todo a sus hijos, y ellos, a los bisnietos del general liberal.

El 18 de agosto de 1885, Pedro Prestán se vistió sus pantalones, chaqué, camisa de cuello duro, corbata y sombrero de bombín. Lo subieron a un vagón que estaba sobre los rieles del ferrocarril, le ataron al cuello la cuerda que colgaba desde un pórtico construido para la ocasión y movieron el vagón. “Su cuerpo hizo una pirueta trágica en el vacío… Convulsionóse por más de un minuto hasta quedar inmóvil y laxo como un fruto macabramente maduro…”. El sombrero no se movió de su lugar.

El 3 de octubre de 1885, Ayarza recibió la siguiente carta del doctor responsable de la autopsia:

“Señora María F. de Prestán. Colón.

 

Estimada señora:

Me refiero a su atenta carta de fecha 28 de septiembre último.

Dispuesto como me hallaba para enviar a usted el frasco que contenía el corazón de su difunto esposo, preparado en alcohol fenicado, dispuso el general Montoya, presidente del Estado, que no se efectuara tal comisión y que se entregara a la autoridad para ser inhumado. En efecto, fue tomado de mi botica por el comandante de Policía con el objeto expresado, el día 2 del presente mes.

Como no me era dado contrariar la providencia del gobierno, siento que por esta circunstancia no me sea posible complacer a usted en su justo deseo.

Dr. Quijano Wallis”.

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