El buscador de caminos
Por Juan Abelardo Carles
Fotos: Cristian Pinzón
Abandonamos el vertiginoso tráfico que anima la Autopista Centenario, que vincula a la capital panameña con sus suburbios al norte y este, y estacionamos en la vía de acceso a uno de los centros comerciales más nuevos de la urbe. Cerca, la servidumbre de las torres de transmisión eléctrica que llevan energía a la ciudad nos sirve para adentrarnos en el bosque del Parque Nacional Camino de Cruces, una de las zonas naturales que la delimita. “Por aquí es”, nos avisa, de pronto, nuestro guía, abandonando el descampado y adentrándose en la espesura, algo esmirriada por un Fenómeno del Niño implacable. Pocos minutos después, surgen frente a nosotros unos muros de piedra bastante fatigados y cubiertos de arbustos.
Las ruinas, conocidas como “La Capilla de Cárdenas”, forman parte de una red de restos arqueológicos relacionados con los antiguos caminos reales que cruzaban el Istmo de Panamá durante la Colonia. Muchos de estos sitios han sido incorporados al imaginario público y patrimonio histórico del panameño, pero otros tantos no, y corren peligro de ser olvidados o, peor aún, destruidos al calor del boom constructivo que anima a Panamá. Esto es lo que busca prevenir nuestro guía: Luis Puleio. Con formación militar, y retirado de la fuerza pública panameña, Puleio comenzó a conocer estas, y otras ruinas desde 1958, cuando, de adolescente, se internaba por los bosques lluviosos al norte de la ciudad.
“En 1965 encontré en esta capilla un mapa que habían dejado los norteamericanos. Tenía pegado un número 4 al lado, pues representaba la cuarta estación en un recorrido de supervivencia que hacían los soldados de la Escuela de Supervivencia en el Trópico que Estados Unidos tenía en Panamá”, recuerda. “Para mí fue una gran sorpresa, pues me permitió reconocer sobre un mapa topográfico todos los sitios que yo conocía, dándome la certeza del escenario geográfico por donde estaba moviéndome y permitiéndome mejorar mis planes de aventura y exploración”.
Fue tal su pasión por la exploración natural, que decidió seguir la carrera castrense, pues en el Panamá de la época “era lo que me permitía servir a la comunidad, ganarme un salario y estar en contacto con la selva”. Tras su jubilación formó con un grupo de amigos la sociedad Jungle Explorers Panama, que ofrece cursos para la supervivencia en la selva, además de concienciar sobre el valor del patrimonio natural. Seguir su pasión de estar en contacto con la naturaleza, tras retirarse, parecía la forma ideal de abordar esta etapa otoñal de la vida, pero nadie esperaba que una amenaza a los espacios que había conocido desde niño lo hiciera reactivarse en la vida pública.
Puleio nos lo cuenta mientras nos dirigimos al segundo de los puntos de nuestro recorrido: el empedrado del Camino de Cruces que corre al borde del campo de antenas de Chivo-Chivo, al norte del antiguo Fuerte Clayton. “Este tramo corresponde al nuevo trazado que se hizo del camino, luego de que el pirata Henry Morgan destruyera la antigua Ciudad de Panamá, en 1671, y los pobladores se trasladaran a San Felipe de Neri, en 1673”, explica el explorador.
Durante el gobierno anterior, el amplio perímetro fue destinado para construir un enorme complejo hospitalario, un gran mercado agropecuario y el patio de reparaciones del metro de Panamá. “Nosotros nos acercamos a las empresas constructoras a cargo de las obras para advertirles sobre los restos del camino. FCC, la empresa a cargo de la Ciudad Hospitalaria, tomó medidas para preservarlo y, en un gesto histórico, modificó el diseño original del proyecto para evitar la destrucción del sitio arqueológico. La empresa a cargo del Mercado de Abastos, en cambio, destruyó quinientos metros de su empedrado frente al desinterés de las autoridades del patrimonio histórico en ese entonces”. En todo caso, varios rastros de las rutas comerciales que cruzaron el istmo durante la Colonia y hasta bien entrado el siglo XIX están al amparo de la Providencia, sin que haya una estrategia clara para su rescate, puesta en valor e incorporación al legado arquitectónico e histórico de la ciudad y el país.
Una tarea muy necesaria, puesto que el flujo de mercancías y viajeros a través de la ruta interoceánica no siempre siguió los senderos trazados por el Imperio español, y muchas veces se modificaba según las necesidades circunstanciales de los comerciantes, el impacto de fenómenos climáticos o los cambios políticos. Tal es el caso del Camino de Gorgona, del que pocos panameños han escuchado. Para llegar al tramo que Puleio nos propone, hay que utilizar de nuevo la Autopista Centenario, abandonándola luego a la altura de las oficinas del Parque Nacional Camino de Cruces, desde donde se prosigue por un camino de penetración.
“El Camino de Gorgona fue construido en 1735 por indicaciones del rey Carlos III. Podemos refrendar su ejecución gracias al informe que el capitán Nicolás Rodríguez dirigió a la Corona en abril de 1735”, nos revela el explorador mientras remontamos el camino lodoso. Su trabajo ha sido meticulosamente laborioso y, si no fuera porque a Puleio le gusta internarse en la naturaleza, se diría que tortuoso. Durante años, el militar retirado ha recurrido a mapas antiguos que contrasta llevándolos al campo. Despeja y tantea con una brújula y una vara de sondeo los sitios que su sentido común y las pistas cartografiadas le sugieren como parte de los caminos. él corona el éxito cuando detecta las piedras de canto rodado ocultas bajo el sedimento de siglos.
Para ubicar los restos del Camino de Gorgona, por ejemplo, Puleio se basó en los mapas de la región interoceánica levantados por George Totten, constructor del Ferrocarril Transístmico, durante su construcción, de 1850 a 1855, pero publicados en 1857. A veces, las evidencias, por obvias, pueden pasar inadvertidas para el ojo lego, pero no para el investigador ducho. Ahí donde sólo parece haber un zanjón abierto por las corrientes imprevistas y breves que los temporales tropicales suelen propiciar, Puleio advierte el rastro de recuas muleras, cargadas de metales y mercancías preciosas. “Estas depresiones llamadas cárcavas se formaban cuando los arrieros se apartaban del camino principal, si éste estaba muy erosionado, en busca de tramos más practicables para sus animales”, revela.
De hecho, el Camino de Gorgona fue usado hasta el siglo XIX por los viajeros que se dirigían a San Francisco durante la fiebre del oro. Los arrieros practicaron un nuevo trazado, conocido como el Gorgona Medio, para acortar el camino de los aventureros, ansiosos de llegar a California. Durante éste y en los periodos anteriores de expansión comercial, las rutas estaban flanqueadas por fincas, posadas y todo tipo de servicios para atender a comerciantes y viajeros. Algunos, como los pueblos de Cruces y Gorgona (ambos sobre la ribera del río Chagres y terminales de los pueblos homónimos) fueron registrados históricamente, pero otros no y cayeron en el olvido tragados por la selva, casi tan pronto como finalizaron los tiempos de bonanza.
Tal es el caso de nuestra cuarta parada, llamada por nuestro entrevistado “Ruinas Desconocidas”, y que corresponde a ese tipo de asentamientos anónimos. Su acceso es un poco difícil: nuestro grupo tuvo que descender desde el puente que emplaza la Autopista Centenario sobre la vía del ferrocarril interoceánico, caminar sobre la vía férrea unos diez minutos hacia el noreste y bajar finalmente hacia un lecho de quebrada hasta las ruinas. Unos muros burdos hechos con lajas sobrepuestas y restos de canecas sugieren que el asentamiento, levantado a la vera del camino del Alto Gorgona, pudo ocuparse entre las postrimerías del periodo colonial y la fiebre del oro.
En su búsqueda de caminos, Luis Puleio se ha encontrado con otros exploradores, deseosos de preservar para la posteridad el testimonio que estas ruinas dejan. Juntos integran el Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica de los Caminos Coloniales de Panamá. Juan Castillo también forma parte de la iniciativa. “En nuestro país existen cuatro sitios incluidos en la lista de patrimonio mundial: el Casco Antiguo de Ciudad de Panamá, las ruinas de la primera Ciudad de Panamá (Panamá Viejo), en la costa Pacífica; y las fortificaciones de Portobelo y San Lorenzo, en la costa del Caribe. Estos sitios tenían una función muy particular para el comercio entre España y las colonias en el Pacífico y, por ende, fueron establecidas como terminales del camino. Sólo se puede entender la configuración de estos sitios cuando se contempla el rol y la importancia de los caminos Real, de Cruces y Gorgona para el desarrollo del Istmo de Panamá. Y más allá: el camino, las ciudades y fortificaciones en los terminales del camino conformaron un sistema de comercio que abarcaba la mitad de la Tierra”, explica Castillo.
El grupo busca concienciar a los gobiernos de turno y a la sociedad civil para evitar la destrucción de los caminos históricos, apelando además a la conservación de los bosques que los rodean. Los integrantes organizan caminatas periódicamente, abiertas a senderistas, exploradores y público en general. La dificultad de acceso a los sitios varía, por lo que es conveniente contactar al grupo, escribiendo a juangabrielc@gmail.com, gargola022@gmail.com o luispuleioc@hotmail.com para confirmar si se tiene la condición física para visitarlos. Nuestra gira, en todo caso, incluye casi todos los sitios delimitados por Puleio, y al final comienza a sentirse el esfuerzo.
Nos dirigimos a nuestra última parada del día: los restos de una antigua mina francesa. Para llegar, hay que tomar por la Carretera Gaillard hacia Gamboa, apearse en la entrada hacia el sendero El Charco y adentrarse en la espesura. No pasan más de quince minutos y nos hallamos en un paraje refrescante, en el que la quebrada Sardinilla ha sido represada para formar una piscina natural. El sitio es popular entre los lugareños, pero pocos prosiguen el sendero más allá. Casi cuarenta minutos después (para alguien en pobres condiciones físicas, como este servidor) se alcanza un perímetro cuajado de maquinaria decimonónica, oscurecida por la herrumbre y la maleza que repta a su alrededor.
“Esta mina de oro fue explotada durante las excavaciones del canal francés en Panamá”, nos explica Puleio mientras miramos los engranajes, válvulas y tuberías medio enterrados. Poco antes de llegar al perímetro se alcanzan a ver los empedrados de un camino para el movimiento de los obreros y bestias de carga. “La mina contaba con una vía de rieles para transportar el material extraído en vagonetas”, aclara. La caminata había iniciado temprano en la mañana, pero ahora, bien pasado el mediodía, las nubes negras del que prometía ser el primer aguacero importante de la temporada se espesaban sobre la selva. Por fin, cuando vamos de regreso, un copioso temporal nos empapa, azotando y doblando hojas, pencas y ramas tiernas. Esperamos que, tal cual la lluvia que rompe y lava el polvo de la sequía, el trabajo de Luis Puleio, el buscador de caminos, y su grupo ayude a preservar estos pequeños fragmentos de historia panameña y mundial dispersos en la selva de su región interoceánica.