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ReportajeGuatemala y Perú: comprometidos con la maternidad

Guatemala y Perú: comprometidos con la maternidad

Texto y fotos Carlos Eduardo Gómez

Se acaba el 2015 y, con él, el plazo que tenían los 189 países de las Naciones Unidas para cumplir con los ocho propósitos de desarrollo humano que acordaron hace quince años. Erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal y reducir las muertes maternas son los objetivos más rezagados en Latinoamérica.

¿Por qué fue tan difícil para Latinoamérica lograr reducir las muertes maternas tal como se había planteado? Colombia y Paraguay no lograron mover la aguja y, en el caso de Ecuador que tuvo un comportamiento ejemplar en todos los demás objetivos, este fue el único que no se logró.

¿Cuáles son las causas de que este flagelo persista y qué solución se puede plantear para erradicarlo? Aunque tampoco lograron alcanzar la meta, las experiencias de Guatemala y Perú pueden dejar grandes enseñanzas para adecuar los planes de salud del continente y seguir avanzando en el cumplimiento de este propósito.

La experiencia de Guatemala

Este país colorido y multiétnico tiene una población que ronda los 16 millones, de los cuales más de seis millones y medio son indígenas. Por eso, no es de extrañar que el 48,3% de los niños sean recibidos por comadronas.

Es por esta razón que, para Lourdes Xitumul -Secretaria presidencial de la mujer es un gran logro haber conseguido la aprobación de una política nacional intercultural de salud, gracias al apoyo del Ministerio de Salud, las organizaciones de comadronas, la sociedad civil y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA por sus siglas en inglés). “Esto fue posible, explica, tras realizar 33 diálogos (en los 24 idiomas hablados en el país, incluyendo el español) en las 29 áreas de salud de los 22 departamentos, para reconocer y divulgar la sabiduría ancestral de las comadronas”. Allí se decidió fomentar la relación de las comadronas con el sistema de salud, mejorar la atención institucional materna y neonatal, y consolidar la labor de las comadronas como agentes de cambio. Al respecto, Lourdes indica que “con estas herramientas se puede cerrar la brecha, actuar en equilibrio, reconocer los otros saberes, bajar los índices de mortalidad, garantizar un parto limpio y seguro, y fortalecer un sistema saludable para las guatemaltecas”.

Para conocer de cerca la labor de una comadrona, salgo con Sabrina Morales, funcionaria del Fondo de Población para el departamento de Chimaltenango, donde el 48% de su población vive en áreas rurales. Allí contactamos en su casa a la señora Naty, una comadrona que hace parte de Tierra Viva, organización autónoma de mujeres que trabaja en defensa de los derechos sexuales y reproductivos y en la construcción de una cultura sin racismo, sexismo, ni violencia. Según ella, las comadronas nacen, no se hacen, y reciben su don mediante un sueño. Así que desde muy niña se preparó para servir.

Nos brinda la oportunidad de acompañarla a una consulta domiciliaria. Doña Naty saluda con afecto y pregunta por los siete niños que ha recibido en esta familia. Me presenta a Paola, quien viste una linda falda azul de rayas tejida en telar. Tiene 21 años y espera su segundo hijo. Doña Naty revisa su peso, le pregunta si ha sentido molestias, cómo se alimenta; le masajea el vientre y le receta unos “montecitos” (té de hierbas autóctonas). Paola busca a Naty porque le tiene mucha confianza, cree que en el hospital no estimulan al bebé ni intentan acomodarlo como ella lo hace con los masajes y teme que le harían una cesárea. Si en el trascurso del embarazo se presenta algún problema, Naty la remitirá al médico para que le practiquen un ultrasonido y, dependiendo de los resultados, pueda seguir con la atención del parto en casa. La mayor parte de las comadronas conocen los aportes del sistema hospitalario.

Al día siguiente viajamos a San Juan de Comalapa. En la Asociación de Servicios Comunitarios de Salud (ASECSA) ONG con más de 38 años de trabajo en el nivel primario de salud comunitaria está la lideresa maya Magdalena Cholotio, quien opina que la interculturalidad va más allá del reconocimiento: implica la real interacción de dos o más culturas. Es aceptar que los pueblos indígenas tienen cosmovisiones y modos particulares de entender la realidad. “La salud, para nosotros, es una práctica organizada que trasciende la visión antropocéntrica. La salud es vida en plenitud, vida en armonía del ser humano en relación con lo que nos rodea: tierra, agua, cosmos. Atendemos las enfermedades socioculturales propias de nuestros pueblos como el empacho, la caída de mollera, el ojeado, el susto… También atendemos las enfermedades comunes de la población de todas las edades y culturas”.

En el momento de nuestra visita hay un grupo de 25 comadronas de varios pueblos que reciben capacitación y comparten experiencias. Ellas atienden la mayoría de partos en cuclillas o sentadas, con la ayuda del esposo o de la abuela. Conocen técnicas de planificación efectivas. Algunos médicos del sistema de salud occidental las consideran una valiosa ayuda e incluso uno de ellos tiene en su consultorio un temazcal: baño de vapor empleado en la medicina tradicional indígena para realizar masajes tibios después del parto. Al terminar el curso, ellas reciben un certificado y una mochila con insumos para garantizar un parto limpio y seguro en sus comunidades.

Tengo la oportunidad de hablar con Rosa María Chex, comadrona de 59 años que ha traído al mundo un poco más de mil niños durante sus 23 años de servicio comunitario. Ella estudió medicina natural durante cinco años y cultiva en su huerta lo necesario para practicar su oficio. “La comadrona “descubre” a la mujer embarazada y le presta apoyo. Una comadrona da su vida y todo su tiempo; un médico cumple un horario. En el hospital la mujer tiene su hijo y al otro día sale para su casa. Nosotras no somos solo parteras; acompañamos, orientamos y aconsejamos durante todo el embarazo. Recibimos al niño y lo visitamos todos los días de la cuarentena y hasta los dos años. Por eso nos llaman abuelas”.

Doña Rosa se reúne con el doctor José Florencio Simón ginecólogo, obstetra y director del centro de salud‚Äï para realizar el control prenatal de su paciente. El doctor dice que las comadronas siguen siendo un actor importante en la atención de los partos en Guatemala. “Yo mismo fui atendido por una comadrona. Y aquí en Comalapa hay más o menos una buena relación e intentamos integrar los saberes. En otras comunidades, especialmente donde las comadronas tienen mucha presencia y el sistema de salud es débil, hay resistencia contra la institucionalidad. En el imaginario de la comunidad se cree que si van al centro de salud terminarán en sala de operaciones. Así que ellas prefieren parir en casa con el temazcal. Hay colegas que simpatizan y reconocen esa labor, mientras otros piensan que deben desaparecer, que son atraso”.

En este centro de salud se adaptó una sala para el parto vertical, pero, según doña Rosa, nunca se ha utilizado. “Estamos al vaivén de lo que piense el director del centro de salud y su personal. A veces el director comprende, y nos permite acompañar a nuestras mujeres a los controles y nos aconsejan, como es ahora; pero cambian al director o a una enfermera y todo vuelve a empezar”.

Lo cierto es que no hay competencia. Mientras en el hospital hay tres médicos que se turnan para atender consultas y partos de una población de 42.000 habitantes, en el pueblo hay 65 comadronas de tiempo completo. “Nosotras trabajamos en red, nos reunimos aquí en el centro de salud, una vez al mes, para informar cuántas pacientes tenemos y su estado, compartimos experiencias y capacitación. Cada año renovamos un carné que nos identifica como comadronas capacitadas”, concluye doña Rosa.

El caso de Perú

Para continuar mi investigación me dirigí a Ayacucho (Perú), donde la oficina regional del UNFPA ha venido trabajando y acompañando a las organizaciones femeninas y estatales para lograr armonizar estos saberes y diseñar una política intercultural de salud. Me acompaña la doctora Gracia Subiría, quien comenta que “Perú es uno de los primeros países de la región en tener un protocolo completo de adecuación intercultural para el parto vertical. Se ha venido capacitando al personal de salud en interculturalidad, y a las comunidades indígenas sobre sus derechos sexuales y reproductivos. En su compromiso con Naciones Unidas, los gobiernos deben garantizar que se ponga a disposición de los pueblos indígenas servicios adecuados de salud, y que se les asegure atención equitativa y de calidad con pertinencia cultural. Es así como se han dado pasos para alcanzar una maternidad saludable, que salve vidas. Hay sinergias entre los programas sociales y se ha logrado un incremento sustancial del presupuesto; además se ha creado un Ministerio de Cultura con un Viceministerio de Interculturalidad”.

Según Clelia Rivera, lideresa de la Federación de Mujeres de Ayacucho, las embarazadas que asistían a los centros de salud para sus citas de control no volvían; así que si su parto se complicaba, morían. Los centros de salud nunca reconocieron los errores que cometían, como malos tratos y negligencias.

“Por eso nos organizamos mejor: realizamos una vigilancia permanente de la salud, dimos seguimiento a las muertes por parto, documentamos todo y lo expusimos con pruebas y testimonios”, declara Clelia enfática. “Un ejemplo simple: al ingresar a su trabajo de parto ordenan quitarse toda la ropa; pero para una campesina o indígena, no es fácil desnudarse ante un extraño. Luego la ponen en una camilla, con las piernas abiertas y todo el que pasa la puede ver. Además, la regañan en español, una lengua que ella entiende poco o nada, no la dejan caminar (lo cual atenúa el dolor) y le impiden tomar sus mates. El personal de salud no comprende sus costumbres ni su manera de ver la vida.

Por ello no es difícil entender que a pesar de tener la casa materna cerca del centro de salud y de realizar los controles, a la hora del parto las mujeres preferían a sus parteras de confianza y estar en compañía de su familia en un cuarto tibio. “Por eso buscamos la ayuda del Fondo de Poblaciones y otras organizaciones para llegar a acuerdos, explica Clelia, y logramos implementar la práctica del parto vertical con respeto a la intimidad y el acompañamiento significativo, para brindar atención digna a las comunidades indígenas y campesinas”.

El doctor Ilianov Fernández, director regional de salud de Ayacucho, asegura que el Ministerio de Salud ha realizado esfuerzos para comprender y conjugar esos dos saberes: “Se ha trazado un plan para fortalecer el sistema de salud materno-infantil y hoy el 60% de las mujeres tiene acceso a exámenes médicos y un paquete asistencial; en algunos centros de salud se atiende el 93% de los partos con protocolo vertical y ya hay personal que habla quechua. Estos factores han permitido recuperar el tejido social y devuelto la confianza a las mujeres al punto que hoy 90% de los partos son institucionales”.

Para verificarlo, nos trasladamos al centro de salud de Vilcashuamán, a 118 kilómetros de Ayacucho, a 3.214 metros de altura. A la entrada, un aviso invita: “Tú decides en qué posición dar tu parto”. Allí nos recibe la obstetra Marlene Saira, quien ha atendido más de setecientos partos verticales en diez años de trabajo. “En la universidad no me enseñaron esta técnica, y cuando llegó el protocolo de parto con pertinencia cultural hubo choque; pero, poco a poco, comprendí y recibí capacitación. Con el parto vertical, todo es más fácil: no hay sufrimiento del bebé, es más rápido, más seguro, menos doloroso y más humano. Se permite la compañía de personas significativas que ayudan al parto, como el esposo, la madre o una partera. Desde la primera cita, las mujeres saben que pueden escoger la forma del parto y que pueden traer y tomar sus mates de forma controlada”. Visito una novedosa sala de parto: hay varias formas para atender el parto, con sogas para soportarse de pie, un banquito, una camilla modificada. Tiene un calentador de ambiente y está pintada y enchapada con colores pastel. Todo está adecuado para la futura madre.

Las parteras de ayer ahora son agentes comunitarias de salud: buscan a las mujeres gestantes, les explican las bondades del sistema de salud, las orientan, las aconsejan y las remiten al centro médico o al hospital.

De visita en la Casa Materna anexa al hospital veo llegar una joven pareja, luego de cinco horas de caminata. Se establecerán aquí por un mes. Dejaron su chacra y sus animales al cuidado de la suegra y un hermano. Los días hábiles tendrán pensión alimenticia completa en un restaurante pagado por el Ministerio de Salud y los fines de semana cocinarán en grupo. En la huerta encuentran plantas para hacer sus mates. Conozco a Florinda, hospedada en la casa materna desde hace quince días. Mientras su esposo lava y tiende la ropa, ella se toma un mate para combatir el frío. “Cuando tuve mi primer hijo, hace seis años, no me preguntaron nada. Ahora es diferente y pienso tener mi hijo como paría mi abuela: en cuclillas”.

Después converso con varias parejas, y todos coinciden en que se sienten más cómodos y mejor atendidos. Además les alegra que algunas enfermeras hablen el quechua y las entienden. Ahora tienen tiempo y la confianza para contar sus historias. El diálogo intercultural era el camino. Un camino que salva vidas.

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