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Espacio y viento

Por Ana Teresa Benjamín
Fotos: Carlos E. Gómez

Nací y crecí en Ciudad de Panamá y, desde siempre, tuve allí al Pacífico: grande, espumoso, inmensamente azul. Cuando tenía ocho años todavía se podía bajar a la playa del malecón que formó la avenida Balboa, recolectar conchas y jugar a escuchar voces de sirenas y tritones.

Aunque siempre he tenido el océano como vecino, recuerdo la vez que fui a Cartagena de Indias y comprobé que hay ciudades aún más cerca; tanto que al caminarla podías mojarte los pies. Muchos años después fui a Cuba solo para morir de alegría: en el malecón habanero el viento te arrebata la compostura y los pudores.

En este, el continente americano, hay solo dos países que no tienen costas: Bolivia y Paraguay. Habrá ciudades que no miran al mar, pero entonces han construido malecones al pie de sus grandes ríos. Espacios públicos únicos por sus paisajes, los paseos costeros son un deleite para el espíritu, una oportunidad para el encuentro, una ocasión para aprehender. Y aquí les contamos de cinco de ellos.

Un paseo de amores y otro de nostalgias
El malecón de La Habana y el de Cienfuegos, Cuba

Es imposible imaginar ‚Äïaunque se hayan visto muchas imágenes‚Äï la belleza extraordinaria del malecón habanero. Con una extensión de ocho kilómetros, el malecón de la capital cubana sobrecoge por su inmensidad, el azul marino y esa brisa loca que recorre la piel y que levanta desamores y olvidos.

El malecón de La Habana se extiende desde el Castillo de La Punta hasta La Chorrera, en la desembocadura del río Almendares, y a lo largo hay sitios para pescar, para refrescarse, para las noches de disco y hasta para la movida gay. Su construcción empezó en 1901 y tardó unas cuatro décadas en terminarse, y el resultado es un paseo que puede disfrutarse plenamente dejando pasar el tiempo o escuchando a los músicos que por allí se dan cita, para complacer a los amantes de la armonía, la melodía y el ritmo.

Varios edificios representativos de la capital cubana se encuentran a lo largo de este paseo, tales como el Castillo de la Real Fuerza de La Habana, el Torreón de San Lázaro y la entrada al Túnel de La Habana. El icónico Hotel Nacional también mira hacia el malecón, y en sus jardines se encuentran algunos de los cañones utilizados para proteger la ciudad durante la época colonial. Vale la pena desviarse un poquito para visitar, en los jardines del Nacional, las trincheras construidas durante la llamada “Crisis de los Misiles”, el conflicto que enfrentó a Estados Unidos, la extinta Unión Soviética y Cuba en 1962. Aunque parcialmente cerrados, se puede recorrer un par de metros de uno de los túneles y sentir la claustrofobia de estas construcciones militares.

El de La Habana, claro está, no es el único malecón de Cuba. Los poblados de Caibarién, Gibara, Isabela de Sagua, Baracoa y Manzanillo tienen el suyo, pero quizás el segundo más conocido es el de la provincia de Cienfuegos, la llamada Perla del Sur. Construido en 1930, lleva por nombre Malecón de Punta Gorda y forma parte de las setenta manzanas del Centro Histórico de la ciudad. Allí se celebran carnavales, se realizan competencias acuáticas y desfiles para el día de los trabajadores, y las aguas que adornan todo aquel bello paisaje son las de la bahía de Jagua. Otro dato: Cienfuegos fue la tierra que vio nacer a Benny Moré, el “bárbaro del ritmo”.

Tierra de historias íntimas
Cartagena, Colombia

Para ser franca y directa, hay una razón para ir a Cartagena que vale por todas juntas: es uno de los espacios descritos o utilizados como referencia por el ya fallecido escritor Gabriel García Márquez en varias de sus novelas, cuentos y textos periodísticos, y caminar por sus calles y rincones significa, de alguna forma, conectarse con la magia que cautivó al escritor cuando conoció la ciudad, allá por 1948.

Cartagena es una ciudad del Caribe colombiano con un centro histórico encantador y un malecón tan próximo al mar que en algunas zonas puede alcanzarse con solo inclinar un poco el cuerpo. La muralla del centro histórico es uno de los lugares preferidos para apreciarlo, si bien en medio está la calle Santander. En los últimos años se renovó la zona del Muelle de los Pegasos, que mira hacia la Bahía de las ánimas, el lugar que García Márquez describió como el “rincón más nostálgico de Cartagena de Indias” en un texto suyo de 1981 (“Un domingo de delirio”), publicado en el diario español El País.

En uno de los párrafos Gabo cuenta el ambiente del antiguo mercado de la bahía y dice: “Uno se sentaba a conversar bajo las estrellas de la madrugada, mientras los cocineros maricas, que eran deslenguados y simpáticos y tenían siempre un clavel en la oreja, preparaban con mano maestra el plato de resistencia de la cocina local: filete de carne con grandes anillos de cebolla y tajadas fritas de plátano verde. Con lo que allí escuchábamos mientras comíamos, hacíamos el periódico del día siguiente”.

El lugar del mercado lo ocupa hoy el Centro de Convenciones, y a un costado se construyó un muelle nuevo cuyo paseo es utilizado por caminantes y corredores, y al que llegan yates de lujo, catamaranes y buques tipo bucanero que hacen recorridos nocturnos por la bahía. Aunque el paisaje ha cambiado radicalmente desde aquellas primeras visitas de García Márquez, la visita bien vale la pena porque es un imperdible sentimental.

La ciudad, por su parte, ofrece toda clase de atractivos para los visitantes: desde las playas de Bocagrande hasta las tiendas, museos, restaurantes y bares del centro amurallado, siempre palpitante y lleno de rinconcitos hermosos.

Entre rascacielos y el oleaje del Pacífico
Cinta costera y Calzada de Amador, Ciudad de Panamá, Panamá

Hace un siglo, en el espacio que ahora ocupa la cinta costera de Ciudad de Panamá había solamente playas. Los libros cuentan que, a principios del siglo XX, era habitual que estas costas se abarrotaran con los habitantes de barrios vecinos.

El paisaje empezó a cambiar con la construcción de la avenida Balboa ‚Äïhacia los años 50‚Äï, y volvió a transformarse hace apenas un lustro, cuando al mar se le restaron más hectáreas para construir nuevos carriles de circulación y áreas verdes para el esparcimiento.

La cinta costera se extiende desde la zona de Punta Paitilla hasta el barrio de El Chorrillo, en un recorrido de unos 5,5 kilómetros, y es hoy la zona predilecta para trotar o ver caer la tarde. Puede recorrerse entera caminándola y aprovechar la visita para hacer fotografías de una de las áreas más turísticas de la ciudad.

Si lo alcanza por allí el mediodía, visite el Mercado del Marisco y su restaurante ubicado en el piso superior, que ofrece una carta a base de productos del mar. Si lo alcanza la noche, pruebe los ceviches que se venden en los puestecillos alrededor del mercado. Detrás de estos puestos hay un muelle del que parten embarcaciones hacia las islas del Archipiélago de Las Perlas y la provincia de Darién. Asómese: la actividad allí es incesante.

Si su resistencia es buena, la cinta costera lo comunica directamente con el Casco Antiguo, el área elegida por los conquistadores españoles para fundar la segunda Ciudad de Panamá luego del ataque de la primera por parte del pirata Henry Morgan, allá por el siglo XVII.

Un par de kilómetros más allá queda otro de los grandes malecones de la ciudad: la Calzada de Amador. Hasta hace unas décadas, toda esta zona era parte de un fuerte militar estadounidense, uno de los varios que existieron en el país centroamericano entre 1903 y 1999, como consecuencia de la firma de un tratado suscrito con el gobierno de Estados Unidos para la construcción del Canal de Panamá.

Hoy, las islas Naos, Perico y Flamenco son sede de algunos de los mejores restaurantes, bares y discotecas de la capital, de un puerto de cruceros y del Centro de Exhibiciones Marinas del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, que ofrece giras educativas a los visitantes. Si lo suyo es la tranquilidad, la mejor hora para ir a la Calzada es muy temprano en la mañana o cuando está cayendo la tarde… Solo entonces es posible apreciar, sin la fiereza del calor tropical, el espectáculo de la puesta del sol sobre el mar.

La playa del verano y la playa de Neruda
Cartagena y Valparaíso, Chile

A 108 kilómetros de Santiago de Chile se encuentra Cartagena, una ciudad balneario muy popular de cerros abruptos y antiguas mansiones de estilo mediterráneo, que para el verano se repleta de turistas buscando esos paisajes y el oleaje de Playa Grande y Playa Chica.

Playa Grande es una zona de 1.800 metros de largo, de arena fina y agua fría, que se une a Playa Chica a través de una costanera en la que se sitúan varios establecimientos gastronómicos. Ideal para pasar el rato y darse un remojón ‚Äïporque el agua no está como para chapuzones‚Äï, las playas de Cartagena invitan al descanso y afloran nostalgias.

Dicen quienes conocen el lugar que el punto de encuentro en la ciudad es la Terraza de las Artes, un espacio rectangular construido sobre rocas y adornado con jardines en la que confluyen los artistas de la zona. Pero si además de caminar por las playas y la costanera quiere darse una vuelta por el lugar, sepa que en Cartagena se encuentra San Antonio, el principal puerto de Chile; y otros sitios interesantes como la Caleta de Pescadores de San Pedro (lugar de inspiración para los artistas) y la tumba del poeta Vicente Huidobro, declarada Monumento Histórico en 1989.

A 85 kilómetros de distancia de Cartagena está Valparaíso, otra de las ciudades chilenas con malecón, aunque con un ritmo y rostro muy diferentes. Más grande y más turística, Valparaíso es una ciudad-puerto y hay en ella oficinas de Aduana y una base naval, por ejemplo. Tiene 36 playas, pero solo cinco son aptas para el baño: Las Torpederas, Caleta Abarca, Las Salinas, Los Lilenes y Playa Amarilla.

La construcción de su malecón empezó a finales del siglo XIX, pero durante mucho tiempo su atractivo como balneario y paseo costero se vio frenado por el establecimiento en la zona de industrias y la línea del ferrocarril. Pero fue precisamente la extensión de la línea férrea hasta Santiago lo que hizo que Valparaíso ‚Äïy Viña del Mar, la ciudad vecina‚Äï se convirtieran en balnearios codiciados no solo por los habitantes de la capital chilena, sino por los miles de turistas que la visitan cada año.

Valparaíso fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 2003, es considerada la capital cultural de Chile y en uno de sus muchísimos cerros ‚Äïconectados con la zona costera por los funiculares se encuentra una de las tres casas del poeta Pablo Neruda, La Sebastiana, hoy convertida en museo.

Un proyecto de reconstrucción
Malecón 2000, Guayaquil, Ecuador

Al principio fue conocido, sencillamente, como la “Calle de la Orilla”: una calle que jugó un papel fundamental en el nacimiento y desarrollo de Guayaquil. Luego pasó a llamarse calle Simón Bolívar, y desde el año 2000 lleva el nombre de Malecón 2000 gracias al plan de reconstrucción y mejoramiento emprendido hace quince años por la Municipalidad.

El Malecón 2000 está situado en Guayaquil, la ciudad más grande y poblada de Ecuador. Mira al río Guayas, tiene 2,5 kilómetros de extensión y cada mes es visitado por 1,6 millones de personas. En 2003, el espacio fue nombrado “Espacio Público Saludable” por la Organización Mundial de la Salud, y al recorrerlo va una dándose cuenta de las razones.

Dividido en zonas, el Sector Norte es el área de juegos infantiles y de ejercicios para adultos. Hay toboganes y resbaladeras, puentes colgantes y hamacas, carruseles y una pista de patinaje. Los adultos disponen de máquinas para aeróbicos y ejercicios al aire libre y un lugar para reuniones.

En el Sector Centro se encuentra la Plaza Cívica, con una galería de los personajes más destacados de la historia de la ciudad, el club de yates de Guayaquil y el Club Naval. En el Sector Sur, por su parte, hay un centro comercial y el llamado “Mercado Sur”, en el que se exponen obras de arte de todas partes del mundo.

Una de las zonas que más llama la atención de este espacio renovado es el jardín, en el que se pueden apreciar más de 350 especies de plantas nativas, además de otras especies introducidas. Es, sin duda, un lugar para caminar y disfrutar de los sonidos de la naturaleza.

Por último está el Teatro IMAX: un domo para proyectar películas, con 185 butacas para el deleite de los visitantes. ¿Se anima?

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